Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 18 de noviembre de 2010

Los caballos (IV)






En cuanto al origen del carro ligero, es más sencillo analizar la estructura y funcionamiento del carro ligero que desentrañar su lugar de invención. Ningún grupo étnico o lingüístico concreto parece haber sido el maestro innovador en la historia del carro en la Edad del Bronce del Próximo Oriente. Una diversidad de gentes y circunstancias explican probablemente la naturaleza gradual e incremental de los cambios observables en la evidencia disponible, por inadecuada que ésta sea. La continuada innovación tecnológica del tipo visible en estos vehículos parece más probable en los talleres palaciales donde, en tiempos de conflicto, existía una acuciante necesidad de armamento mejorado. No parece pues que indoeuropeos o hurritas-mitannios hayan sido responsables en exclusiva de esta innovación.

Es en Egipto donde conocemos la mayor cantidad de datos sobre estos carros, por la enorme cantidad de relieves y pinturas conservados en templos y tumbas, y por la sequedad de un clima que ha favorecido la preservación de bastantes carros en tumbas tebanas, en especial los seis hallados desmontados en la de Tutankamon. Sin embargo, la cuestión de la introducción del carro y del caballo en Egipto ha hecho correr ríos de tinta. Tradicionalmente se ha asociado a la penetración de los hicsos en el Segundo Periodo Intermedio, c. 1650-1540 a.n.e. Ahora bien, todo indica que estos hicsos no eran étnicamente homogéneos, sino que incluían elementos amoritas, hurritas e incluso arios –según algunos estudiosos-, y tampoco invadieron Egipto sino que se infiltraron en el Delta a lo largo de un periodo prolongado. Muchos investigadores creen que el caballo se introdujo en el momento final del periodo hicso, coincidiendo con su expulsión por parte de los príncipes tebanos que fundaron la Dinastía XVIIII y el Reino Nuevo: Hicsos y egipcios habrían adquirido los carros de manera casi simultánea. Pero el esqueleto de caballo más antiguo hallado en Egipto, datado en torno al 1640 a.n.e., procede paradójicamente del extremo Sur del país, en Buhen, donde los hicsos no llegaron nunca y es un siglo anterior a su expulsión. Más fácil resulta explicar los restos de caballo hallados en la capital hicsa de Avaris-Tell el Daba, en el Delta, donde se conocen restos de équidos de la primera fase de la dominación hicsa, hacia el 1650- 1600 a.n.e.

Los textos más antiguos referentes al empleo de estos carros aluden a su uso para ceremonias, ostentación y recreo o para un transporte digno, rápido y relativamente confortable. Estos usos pudieron anteceder hasta en dos siglos a su empleo militar efectivo. Así, una carta hallada en Mari y fechada hacia el 1800 a.n.e., presenta a Shamsi-Adad I escribiendo a su hijo, el rey de Mari Iasmakh-Adad pidiendo un carro y un tiro de caballos para emplearlo en el Festival de Año Nuevo (akitu) en Asur. Poco después, el rey Zimri-Lim de Mari escribía a su homólogo de Karkemish, Aplachanda, pidiendo un tiro de caballos blancos. A lo que el rey menor le respondió que carecía de caballos blancos, pero que confiaba en poder mandarle castaños de Kharsamna, una región del Sureste de Anatolia. Algún siglo más tarde, cuando un rey mitannio o cassita escribía al faraón de Egipto, saludaba en la correspondencia diplomática formalmente al faraón “y a sus esposas, carros, caballos, nobles...”, y habitualmente en ese orden. Las cartas del archivo real de Tell el Amarna en Egipto muestran que los carros eran objeto de regalo entre reyes. De este modo, y poco a poco, los soberanos llegaron a enorgullecerse de su trabajo con los caballos, como lo expresó Amenofis II en una estela hallada cerca de la esfinge de Giza: “cuando era joven amaba sus caballos y se alegraba en ellos [...] entrenaba caballos sin igual: no se cansaban cuando él tomaba las riendas, y no sudaban ni siquiera al galope”.

Así, los hombres configuraron al caballo, y poco a poco se aproximó el día en que los montarían con regularidad, la prueba más antigua que se conoce de que alguien lo hizo, descubierta en una tumba egipcia de 1.350 a.n.e., es la figurilla de madera de un caballo montado por un palafrenero, además, en unas escenas egipcias de batalla, talladas en monumentos que fueron terminados hacia el año 1.300 a.n.e., figuran jinetes ocasionales, algunos de ellos, aparentemente, correos, otros, enemigos derrotados que huyen de la carnicería en caballos soltados de los carros. Lo interesante de todos estos hallazgos es que muestran un método deficiente de montar: los hombres usan el llamado asiento de asno, es decir, se sientan muy hacia la grupa del caballo, además al sentarse en la grupa de un animal pequeño daba al jinete un poco más de altura para evitar que los pies tocaron el suelo.

Después del siglo XIV a.n.e., las representaciones de caballos montados se hicieron cada vez más comunes, pero todavía se ve que se les montaba desmañadamente, así, por ejemplo, los jinetes asirios del siglo IX a.n.e., necesitaban escuderos que marchaban a su lado y manejaban sus monturas a fin de que ellos tuvieran libertad para usar sus armas. Pasó más de un siglo antes de que los asirios, que aprendieron de jinetes más hábiles, empezaron a sentirse a sus anchas a caballo, pero debe de haber sido un aprendizaje muy penoso: La silla contorneada que conocemos no apareció sino hasta el siglo IV de nuestra era, y los estribos, hasta el VI, los primeros jinetes sólo ponían mantas sobre sus monturas para suavizar la cabalgata, y les colgaban, sueltas, las piernas.

Aproximadamente desde 1.400 a.n.e., Mitanni quedó emparedada entre dos pueblos en ascenso: los asirios al este y los hititas al oeste. Hacia el año 2.000 a.n.e., llegaban del Cáucaso dos nuevos pueblos, los hititas y los luvitas, que se instalaron en la cuenca del río Halys, en el área central de Asia Menor, habitada desde unos 400 años antes por los pueblos llamados protohititas. Tanto en el frente sur, contra los egipcios, como en el este, ante los asirios, los ejércitos hititas lucharon con la superioridad proporcionada por sus escuadrones de carros de guerra, apoyados por una eficaz infantería y los primeros esbozos de fuerzas de caballería, hasta entonces desconocidas en el área.

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