Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 15 de diciembre de 2011

VETERINARIO, MENESCALES Y ALBEITARES (IV)



Maestro, y de gran altura, fue, después el albéitar, Francisco La Reina, que ya había observado que “la sangre anda en torno y en rueda por todos los miembros”, contemporáneo de Servet y autor de un libro magistral fruto de sus experiencias clínicas, fue el primero que entendió y explicó la circulación de la sangre, con argumentos propios de aquella hora de incipiente conocimiento anatómico. Uno de esos albéitares benedictinos, maestro de la medicina monástica, del cual tenemos referencias es Fray Bernardo, portugués de nacimiento, tiene una importancia extraordinaria en la Historia de la Albeitería Peninsular por ser uno de los primeros, quizá el primero, que compuso un libro que sirviera de texto a los aspirantes al título de albéitar, confiesa el propio autor que escribió el libro” a ruego de mi hermano que me lo han rogado”, no sabemos si éste era también benedictino o, lo que parece más sensato, formara parte de los primeros herradores que, al inicio del siglo XIV, tenían que someterse a examen si querían aspirar a la escala superior del herrador-albéitar, tal se desprende de la amplitud y contenido del texto, escrito en forma de diálogo, “así que todos los libros de albeytaria dudo si se hallará de tal guisa”, y sobre todo, porque una vez de encarecerle la obra le dice al hermano: “ahora razón es que seas examinado”.

La obra se tituló: Los siete libros del Arte y Ciencia de la Albeytaria (Nº Lº 121 Bib.Nac. Madrid), el libro carece de portada y se halla unido a un Tratado de Cirugía, de distinto autor, comienza el mismo que para entender del Albeitería se necesita conocer siete artes y oficios entre los que enumera la astronomía para conocer los planetas, los “sinos”, la “luna” y los “buenos días” para hacer sangrías, el conocimiento de las “yerbas”, sus nombres y virtudes, ídem de las enfermedades y el modo de curarlas, curación de las “llagas y quebraduras” y composición del cuerpo animal. La obra pertenece a finales del siglo XIV o principios del XV y está escrita esencialmente para examinandos, este es la prueba que nos ofrece una primera conclusión: el libro de Fray Bernardo es el primer libro de texto de Albeitería, y una segunda, no menos importante: los exámenes de los albéitares estaban ya generalizados en la Península Ibérica en el siglo XIV. Ya en el siglo XII el Antídotario recomendaba el uso de la “spongia soporífera” para producir anestesia con la siguiente receta: “a partes iguales opio, mandrágora y beleños molidos y mezclados con agua”, ¿cuántos perros, vacas y caballos habrían dormido hasta “serrar” al hombre?

También encontramos otros testimonios en Portugal que abonan lo que venimos proponiendo, así, existe un libro de “Albeitería” que perteneció al herrador-alveitar del rey D. Juan I, Alfonso Esteve, el cual fue escrito por Juan Aveiro que moraba en casa del Prior Álvaro Camello, en el año 1.425, más tarde descubrimos que este fraile era Abad de un monasterio, y, para mayor abundancia, aún encontramos relacionado con la “Alveiteria” una obra de cetrería que mandó escribir D. Juan da Costa, obispo y gobernador de Santa Cruz de Coimbra, con toda seguridad Benedictino. Desde siglos anteriores a la obra de Fray Bernardo, ya existen pruebas de esta dependencia monástica de los albéitares, en los “manuscritos” de Fray Teodorico de Valencia. (“Chirugia u Medicina de homens, cavalls et falcons”, (1.276), diríamos más, es la prueba incontrovertible que fuerza la promiscuidad de médicos y albéitares por aquellas fechas, que veíamos claramente al hablar de los benedictinos, y que irá perdiendo vigencia a medida que las Facultades de Medicina fijen su identidad.

Fray Teodoric de Valencia, dominico, natural de Cataluña y médico del Obispo de Valencia Andreu Albalat, escribió su obra entre 1.248 y 1.276, en un precioso códice se conserva su obra de medicina y Albeitería, con otra anónima que se le ha atribuido, además viene una cuarta obra traducida del árabe, que se encuentra en la Bib. Nat. de París, fue escrita en latín y traducida al romance catalán por Galien Correger, de Mallorca. El precioso códice comprende: 1) Le commensanent... (de cirugía), 2) La Cirujía del Cavalo, 3) Libro de mudriment he de la cura dels ocels los guals se pertanyen ha cassa, y 4) Anatomía del libre qui es dit almanssor. Algunos autores atribuyen a Teodoric toda la compilación, antes de ir este Códice a la Nacional de París se hallaba en la Bibliotheque de l’Academie Royale de Medicine y el texto catalán del “Nudriment...” fue publicado por primera vez fuera de las Coronas de España, al editarse este texto en catalán, tres siglos más tarde se volverá a editar, pero ya en España.

Porque los médicos, junto a los monjes, han intervenido decisivamente en la formación de los albéitares, ahora sabemos, con documentos, que los médicos formaban parte de los tribunales que examinaban a los albéitares, así se constituye en Valencia un tribunal “para examinar a los que ejercían la Albeytaria en dicha ciudad y confirmarlos en su titulación”, el tribunal estaba compuesto por el “Lugarteniente de justicia civil de la ciudad, tres jurados de los que formaban el Consell y otros cinco miembros entre los que figuran dos médicos y un cirujano, siendo los otros dos albéitares”, uno de los médicos de este tribunal, médico y escritor, fue varias veces examinador de médicos en la ciudad de Valencia. Es claro otro testimonio que nos adentra en estos aspectos que venimos considerando sobre enseñanza y exámenes en coincidencia con los médicos, en ocasión de una peste sufrida por la ciudad de Málaga, en 1.637, originada por trigo en malas condiciones, donde murieron cuarenta mil personas, en la que: “Los profesores de veterinaria sirvieron de mucho alivio con sus luces, circunstancia que hace muy recomendable el estudio de la ciencia hipiatrica para asistir a todos con sus adelantamientos “(Chinchilla, Anastasio: “Historia de la Medicina Española”, 1.841).

Es un reconocimiento temprano de la importancia de la sanidad veterinaria, pero también en una afirmación de identidad con algo que en un principio fue común a las dos profesiones afines, como pudo ser la unicidad en la enseñanza, aunque no figuraran los albéitares como tales, ¿quién nos dice que mosen Diez no pudo ser médico?, No es pequeño el número de galenos, que escribieron sobre veterinaria, tanto en España como en Portugal, pero es que además la “Hipiatrica” que era una reunión de textos griegos referentes a la medicina de los caballos, coleccionada en el siglo X, fue traducida por el médico Soisson, Johano Ruellio, y, médico era Pedro Crecentino, que en 1.240 escribió un tratado sobre Agricultura, como médico fue también el licenciado Alonso Suárez que nos legó la “Recopilación de los más famosos autores griegos y latinos”, toda la vida le será deudora la Veterinaria al licenciado Suárez por el trabajo que se tomó en recopilar y traducir los originarios de Albeitería. La bibliografía albeitaresca tiene dos periodos diferenciados, en principio es tratada por eruditos, médicos principalmente, y en el segundo brilla ya el protagonismo de dos albéitares, con la primicia de Francisco La Reina.

En el siglo XIV ya se celebrarían exámenes, como el descrito, en otras partes de la Península, sin que tengamos noticias de su inicio ni del ordenamiento que los regulaba, porque a estos exámenes de Valencia no podemos considerarles como un hecho aislado, sin relación ni concomitancia con el principio único de medicina impartida en las escuelas de los monasterios, y quizá sujetos a un mandamiento superior que desconocemos, el tribunal formado para otra ocasión tenía por objeto aprobar y escoger a los que “en lo sucesivo actuaren como mayorales y examinadores en los tribunales de Albeytaría”, de los nueve presentados eligieron a dos: Jaime Guerau y Juan de Pradas, después de haber examinado a los nueve “uno a uno”, por otra parte el tribunal difería muy poco de los formados en pleno siglo XX, un representante de la administración que actuaba de presidente, representantes del Consejo Local, especialistas en Medicina y Cirugía y especialista en Albeitería para examinar también de herraje. El herraje, en aquellos tiempos, era de primera necesidad, un bien primordial en el orden económico y en el militar, y, como peritos del mismo, los albéitares estaban obligados a sujetarse a las normas de uso o legislación vigente, bajo penas, a veces, gravísimas, los albéitares no sólo clavaban las herraduras, tenían que forjarlas, y una transgresión de lo ordenado en cuanto a su clase o peso se castigaba, la primera vez “con diez mil maravedis, si reincidía, con los diez mil de la primera vez y la pérdida de todo el herraje que tuviere o hiciere o mereciere” y por tercera vez, “Pierda todos sus bienes”.

Con motivo de un error al señalar el peso de las herraduras de esta Pragmática de los Reyes Católicos, fechada el 22 de marzo de 1.501, son citados a intervenir los albéitares ante el consejo Real, como peritos profesionales, quizá por primera vez en la historia, “llamados para ello como personas expertas del herraje”, a consecuencia de su informe, la Pragmática fue rectificada, dando paso a otra nueva que se publicó el 3 de septiembre del mismo año. Las primeras noticias sobre exámenes de “Alveitaria” en Portugal, aparecen en el año 1.436, en que las Cortes de Evora, reunidas por el rey D. Duarte en la Villa de Santarem, tratan de regular el ejercicio libre de la profesión, ante las reclamaciones suscitadas por los abusos de los profesionales.

jueves, 1 de diciembre de 2011

VETERINARIOS, MARISCALES Y ALBEITARES (III)



En las épocas más antiguas de la historia se conocía ya la forja de los metales, considerada como un arte, de ella se habla en el Génesis, siendo el primer forjador Tubalcaín, y Homero describe la forja de Vulcano en la Iliada, pero no hay que confundir a los herreros con los herradores, éstos aprendieron la forja de aquellos, pero en la sociedad formaban un oficio y un gremio también distinto. Los Fueros Leoneses del siglo XIII, establecen que el ferrero es el obrero que forja las herraduras y el ferrador el oficial que las clava en los cascos de los caballos, y aún explicita más: “et las ferraduras vendanlas los ferreros a los ferradores e fin non gelas quifieren vender, pechen II maravedis”.

En el siglo XII fue cuando se extendieron los Gremios como asociaciones medievales “voluntarias”, que agrupaban a comerciantes y artesanos con el fin de ayudarse, protegerse y relacionarse mutuamente. Fue posteriormente, ya en el siglo XIII, cuando los artesanos se separaron de los comerciantes y formaron agrupaciones gremiales según su oficio, cuando tenemos noticia de la primera asociación de menescales y herradores en la ciudad de Valencia el año 1.298, fecha en que fueron aprobadas las Ordenanzas de la Cofradía que tenía por Patrono a San Eloy, en contra de lo anteriormente dicho aparecen asociados a la cofradía los plateros, profesión bien distinta a la de los herradores. Pero meditando en que estas determinaciones, aparentemente devocionales, pocas veces son caprichosas, y buscando qué otro tipo de parentesco pudiera unir a plateros y herradores, además del patronazgo de San Eloy, se encuentra una cierta afinidad entre los dos oficios del mismo gremio, en razón del valor intrínseco de su trabajo, ya que “los cambios de forma por el forjado se obtienen sin perdida de material”, circunstancia que no tiene en cuenta a los herreros, los plateros ya se habían distanciado de los herreros desde muy antiguo, y hasta dieron a la palabra latina “fábrica“ la denominación de “fragua”, (para distinguirse de los herreros que llamaban “forja”, como el francés “forge”)

Los herradores y plateros, pues, manejaban materiales forjables llevados al estado de plasticidad mediante el aumento de la temperatura, y, modelados, sin pérdida de sustancia, ésta era la filosofía que les mantenía unidos y hermanados bajo San Eloy, y por esto mismo en el Cuzco fueron los plateros, y no los herreros, quienes hicieron las herraduras para los caballos de Pizarro. La Región Valenciana bien merece ser reconocida en la Historia de la Veterinaria como adelantada en muchos de los hechos que construyen la misma, esta asociación que acabamos de ver de menestrales y herradores es una madrugadora primicia que nos induce a pensar en la existencia de los exámenes en la Albeitería con anterioridad al documento de los exámenes de seis albéitares valencianos por un Tribunal nombrado por el Consell de Valencia en 1.463.

Dos funciones llevadas a cabo por los gremios de albéitares son comparables a las realizadas por los Colegios de Veterinarios actuales, nos referimos a las actividades de tipo benéfico y a las relacionadas con aquellas gestiones encaminadas a la distribución de materiales para el ejercicio profesional. Con relación al primero de estos cometidos, citemos la ayuda económica que recibían por enfermedad o notorio contratiempo aquellos maestros que fuesen sumamente pobres o necesitados, la ayuda a las viudas era especial, autorizándolas a mantener abierta su clínica-herrería, si tenían a su servicio algún oficial capacitado, especialmente si tenían hijos, hasta que el mayor de ellos adquiriese la titulación de albéitar, también eran atendidas las huérfanas que se hallaban necesitadas, en todas las ordenanzas gremiales se encuentran artículos que hacen referencia a éstas y otras obligaciones de asistencia mutua y benéfica. También los agremiados difuntos fueron objeto de atención, y así encontramos la obligación de asistir a los entierros, la celebración de misas y funerales por su alma, etc. En cuanto al segundo de los cometidos apuntados, los gremios de albéitares y herradores se preocupaban del abastecimiento de las materias primas usadas para el propio trabajo de los agremiados, consiguiendo, de esta forma, precios más ventajosos y beneficios para la propia corporación, tal era, entonces, el caso del carbón necesario para la fragua, y el hierro para la fabricación de herraduras, el gremio de albéitares y herradores de la ciudad de Valencia gozaba del monopolio de la venta y distribución del carbón a todos los usuarios de la ciudad, fuesen o no agremiados, lo que le suponía una buena fuente de ingresos, el depósito del mismo se hallaba en la propia casa cofradía del gremio.

Todas las ordenanzas de los gremios de albéitares del reino de Valencia, en líneas generales, respondían a la misma normativa, existía una junta directiva o de gobierno, con los siguientes cargos: clavario, que se ocupaba de lo que podía considerarse la presidencia del gremio, tenía en su poder la llave de la caja de caudales (de ahí el nombre de clavario) responsabilizándose de los fondos de la misma, compañero de clavario, que desempeñaba una función a lo que hoy llamaríamos vicepresidente y por tanto suplía al clavario en sus funciones en ausencia de este, mayorales, generalmente dos, eran como vocales de la junta de gobierno del gremio, veedores, generalmente dos, que controlaban la calidad y buena fabricación de las herraduras, las tarifas del ejercicio profesional, actuaban como examinadores en los exámenes que realizaban el gremio para la concesión de títulos, por último estaba el escribano que actuaba como secretario del gremio, recogiendo en sus escritos o actas los acuerdos, aunque la fe pública de los mismos corría a cargo de algún notario que asistía a las reuniones, estaban también a su cargo el llamado “libro de clavería” donde se anotaba la contabilidad del gremio, los libros de registro de aprendices y oficiales, y cualquier otro que el gremio tuviera que llevar en orden a la mejor administración del mismo. Todos estos cargos eran elegidos generalmente en la Pascua de Pentecostés, pero tomaban posesión el día 24 de junio (festividad de San Juan) para terminar su cometido en la misma fecha del año siguiente, a excepción del cargo de escribano que tenía una duración de tres años. Como empleado subalterno de los gremios figuraba el andador, llamado también macipe, que era la persona encargada de cursar las citaciones para las reuniones del gremio. Digamos por último que existía una especie de consejo superior o Junta de Prohomania de carácter asesor, formado por los individuos que habían ejercido cargos con anterioridad. El gremio de la ciudad de Valencia celebraba dos fiestas anuales a San Eloy (25 de junio y 1 de diciembre) y una a Santa Lucia (13 de diciembre).

Hay constancia documental en un acta, de un examen, realizado a ocho aspirantes, el 23 de marzo de 1.436, en la que están sus nombres, las de los miembros del tribunal nombrados por el Consell de Valencia, sus calificaciones y el otorgamiento, a dos de ellos, de la potestad para ejercer de examinadores, esto significa que unos años antes, no ya de la creación del Tribunal del Protoalbeiterato, sino del Tribunal del Protomedicato, era necesario superar un examen que demostraba la pericia y la capacitación del aspirante a veterinario, siendo esta situación la habitual en la Península Ibérica. De las Ordenanzas de Segovia es este fragmento que hace referencia a los exámenes que debían realizar los aspirantes para incorporarse al gremio: “El hijo de un cofrade que quiera establecerse, deberá ser examinado por los oficiales del cabildo y si la prueba resultase suficiente, podría ejercer la profesión una vez que jurara cumplir las Ordenanzas y estar dispuesto a pagar los derechos que le correspondan. En el caso de que la prueba fuera insuficiente, debería tornar a aprender”. Exámenes que también son exigidos por Alfonso X, en el Fuero Real: “Ningún hombre obre si no fuese aprobado en la Villa donde hubiere de obrar, por otorgamiento de los alcaldes”.

La evolución de la Albeitería de mayor responsabilidad cada vez con la vida económica de la nación, la demanda de hombres preparados y capaces es una exigencia social, pero también del Estado, que debe velar por la comunidad, obliga a los gremios a concurrir a esta cita, plenamente responsables, tiene que seleccionar a sus asociados por único sistema viable: el examen. Es verdad que hemos admitido que para la mayoría de los aspirantes a albéitares las únicas escuelas fueron las tiendas de herrar, pero esto no puede mantenerse al cien por cien, los pocos herradores que accedían a los exámenes ante un tribunal tan numeroso y cualificado como era el que tenía que juzgarlo, no descendían de otros examinados formados en Escuelas reconocidas, es verdad que la Albeitería nunca tuvo una enseñanza oficial en la Universidad, como lo hicieron la Medicina y la Farmacia, pero los albéitares, los maestros, buscaron por su cuenta la instrucción humanística y médica que no podían adquirir en las herrerías.

Esta instrucción se descubre en sus escritos, pero también recientes hallazgos nos hacen pensar que los albéitares no fueron ajenos a las Escuelas de Medicina, por lo menos, en las de Artes, donde se realizaban estudios previos a los verdaderamente médicos. No alcanzó los estudios Universitarios la Albeitería, pero en la Edad Media existía una medicina monástica, consecuencia de la reclusión de los saberes en los monasterios, de la cual se benefició por igual la Albeitería y que suplió con creces los estudios universitarios, en el monasterio de Ripoll apareció el “Liber Artis Medicinae”, del siglo XII, que contiene los conocimientos médicos de la época, entre los que figuran un “Receptarius”, un “Passionarius” y un “Antidotario”, en él están encerrados conocimientos antiguos copiados por los monjes benedictinos de los textos de San Isidoro y de los griegos traducido al latín entre los que se encontraba la “Hipiatrica”.

Esta familiaridad de médicos, monjes y albéitares no debe extrañar si reparamos en que en la Edad Media los conocimientos anatómicos eran muy escasos y el deseo de superar esta precariedad los llevaba a compartir el examen de los músculos y órganos animales, obsesionados por obtener de la observación directa, una respuesta a los fenómenos patológicos. La primera Universidad que estableció los estudios de anatomía en España fue la de Valladolid, en Salamanca, a instancias del rey, se creó la cátedra de Cirugía en 1.566. Por aquel entonces, la cirugía estaba en manos de los “romancistas”, “cirujanos que no saben otro latín que nuestra lengua castellana corrompida”, la cátedra tardó dos años en proveerse por falta de cirujanos, destacando entre las pruebas que exigían para que mostraran su habilidad en el examen “la de hacer disecciones en algún perro, o en algún cochino, o en otro animal”, por ello, no es aventurado conjeturar que alguno de los concursantes tuviera como profesor a un albéitar, pero la desestimación con que algunos médicos han obsequiado a estos profesionales, les impediría luego darlo a la publicidad.

lunes, 14 de noviembre de 2011

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MARISCALES (II)




Con la Escuela de Traductores de Toledo irrumpe en Europa la ciencia de judíos y musulmanes, como es el caso del ya citado Abul Kasin, médico y cirujano de Abderramán III, nacido en Córdoba, conocido como Albucasis, que realizaba disecciones y anatomías de animales, llegando a adquirir notables conocimientos anatómicos sobre los que basó su práctica quirúrgica, estudió el valor del fuego y descubrió el “cautiverio” (cauterio), tan empleado en Veterinaria, “dar fuego” con un hierro candente fue práctica habitual en las cojeras y otras muchas enfermedades, de las que se esperaba obtener una respuesta quemando los tejidos y formando una escara. Pero eran muchos más los árabes que ejercían la clínica práctica en perfecta promiscuidad con los hispanos, incluso en los reinos tempranamente conquistados, como lo prueba la existencia en 1.484 de un albéitar “moro” llamado Yusuf, vecino de Arévalo, que interpuso un pleito contra uno llamado Copete, por ciertos bienes que le adeudaba, acogiéndose a la justicia castellana.

Con todo ello, no podemos argüir que el progreso de la Veterinaria en España se debió, exclusivamente, a los árabes, no debemos confundir la doctrina con la organización, aquella floreció y se enriqueció al unísono con la mezcla de las dos culturas, y ésta es netamente cristiana. La reconquista fue lo suficientemente larga como para que los hijos de los albéitares árabes se formaran con las enseñanzas de los albéitares cristianos, y no al revés, la convivencia en la trama civil era muy pronunciada, no olvidemos que los albéitares árabes no practicaban el herraje, a diferencia de los españoles que conquistaron las tiendas de herrar en escuelas de aprendizaje veterinario.

Además, los españoles, eran muy superiores en conocimientos hipiatricos a juzgar por las obras que nos legaron, en la bibliografía musulmana no hay ningún texto comparable el libro de los Caballos (del siglo XIII), ni a la obra de montería que mandó escribir Alfonso XI, uno y otro, pletóricos de patología animal. Uno de los documentos más valiosos para la historia universal de la Veterinaria lo constituye el manuscrito de Álvarez de Salamiella que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, este menescal español del siglo XIV, describió las técnicas operatorias más avanzadas del medioevo y las ilustró con admirables láminas, siendo el único documento de esa época para el estudio de la historia de la cirugía de los animales.

Pero hay un hecho, ya repetido, ocurrido en la Edad Media que trasformaría a la Albeitería Peninsular, la proliferación de la herradura de clavo, la aparición de los herradores, que en orden al progreso general y a la civilización, significaron un avance gigantesco en lo tocante al desarrollo humano, no lo fueron tanto en lo que respecta a la ciencia veterinaria, el comportamiento de los albéitares hispanos asumiendo a los herradores y ejerciendo su propio oficio de menestrales para desde él, escalar a los más elevados de la ciencia, es un hecho insólito y original, altamente ilustrativo y sin parangón en la historia. Es verdad que a costa de no poco desdén de los que se creían “exclusivos” de la ciencia médica, pero el título de Herrador, acompañará siempre al de Albéitar en todos los autores, por más encumbrados que fuesen, hasta la creación de la Escuela Superior de Veterinaria en Madrid en 1.792, y como herrador irá al Nuevo Mundo el primer Veterinario que intervino en la colonización, llamado Cristóbal Cavo, que embarcó en la expedición de Aguado.

Los albéitares, provenientes de los caballeros y formados en los monasterios, muchos de ellos monjes también, ejercían libremente, como pertenecientes a una profesión liberal, aunque carecían de exámenes para ello y no poseían título. Ya no figurarán solamente con el nombre de albéitar en los documentos oficiales, llevarán añadido el de Herrador, bien delante, bien detrás, en 1.737 exponían al rey los albéitares de Madrid las razones de su título: “Al mismo tiempo de tratar en la Profesión de Albeitería, instruyen y enseñan el modo y forma de herrar los animales, por ser un Arte idéntica, y así la exercen sus Profesores, de cuya uniformidad proviene la adherencia del vocablo latino con que se denomina el Herrador, aplicándole al connotado de Albéitar, y amabas especies lo son de una misma Arte”.

Desde un principio, pues, en España, debido a esta asociación intima del albéitar y herrador, el “herrado no es libre” con todas las bendiciones reales, puesto que no puede existir ningún “taller de herrado” sin estar regentado por un veterinario, de manera que la profesión de herrador se ha supeditado a dicho titular, en las demás naciones la profesión de herrador es libre, y éste no interfirió para nada en la evolución del veterinario, tanto en Francia, como en Alemania, Italia, etc, se llegó al veterinario desde el caballerizo, en algunos países sólo se exigía al herrador algunas nociones de anatomía del pie. Desde antes de los Reyes católicos, el herrado así entendido, bajo la dirección del Albéitar, toma un cariz técnico-científico equiparable a una especialidad profesional, tanto más apreciada cuanto que proporcionaba sustanciales beneficios económicos, muchos más, que los que se podían conseguir con el ejercicio de la medicina.

La especialidad del herrado en el seno de la Albeitería respondía, pues, a poderosas razones de Estado, por encima de las meramente particulares, garantizando un servicio al ciudadano prestado por unos profesionales que le resultaban gratis, puesto que lo pagaban los propietarios. En Europa, por ejemplo, se introdujo en Inglaterra el arte de herrar con Guillermo el Conquistador, quien murió precisamente de la caída de un caballo, a Guillermo le acompañaba un encargado de vigilar a los herradores llamado Enrique, que tomó el apellido del edificio, pasando a la posterioridad como Enrique Ferrers, (de donde derivan Herrero y Ferrero), en cuyo escudo de armas figuraban seis herraduras, cuentan los historiadores británicos que en el condado de Rutland, lugar de su residencia, existía una costumbre singular que consistía en que, cuando algún Barón atravesaba la ciudad, se le confiscaba una de las herraduras de su caballo, a no ser que prefiriera pagar una tasa, y la herradura era clavada en las puertas del castillo, inscribiendo al lado el nombre del propietario.

Por lo demás, el descubrimiento de la herradura de clavo produjo, en la Edad Media, una revolución industrial, agrícola y comercial tan considerable, que solamente se la puede comparar a lo que en tiempos modernos produjo la aplicación del vapor o la tracción ferroviaria, como motor en las industrias. A nadie se le oculta que el descubrimiento de tan “sencillo aparato” que protegía los cascos de los équidos, provocó una conmoción económico social, tan profunda, que afectó a todos los campos de la producción, obligando a construir nuevas vías de locomoción que ampliaran las relaciones comerciales, por la facilidad de transportar a largas distancias los más diversos artículos que antes sólo se conducían a carga y con jornadas cortas, pues fueron trasladados ahora en carruajes con marchas largas y continuadas, y en mayor cantidad con la misma unidad de fuerza. Hasta el destino de la humanidad se dejó sentir el efecto del herrado, el político e historiador francés Thiers afirmó que “el ejército de Napoleón fue derrotado en la guerra contra los rusos por la falta absoluta de herraduras que le permitieran caminar sobre terrenos helados”.

Por otra parte, el herraje proporcionaba un dinero muy saneado e inmediato, como el Poema del Cid recoge, el señor debía herrar el caballo, pagar el gasto de herraje del vasallo, a quien llamaba a listas, el pagar las herraduras en veces era una obligación. Los caballeros, los propietarios con caballo al servicio del rey, tenían obligación de conocer la hipiatria y herrar el caballo, pero es muy probable que esto último sólo se llevara a la práctica en casos extremos, normalmente los herradores formaban parte del servicio del señor, fuera este rey, conde, marqués u obispo.

Todos estos extremos se están confirmando en la actualidad con nuevas investigaciones que cada día van apareciendo sobre la época, como el realizado en el castillo de Sesa, provincia de Huesca (España) en la que se pormenoriza la vida social, el trabajo y los oficios que intervenían en el desarrollo de aquella comunidad en el 1.276, entre los diversos servidores del Castillo: barberos, físicos, herreros,... el que más cobraba era el herrador que, aparte del material recibía “tres dineros por herradura puesta”. Con la simbiosis de herradores y albéitares surgió un nuevo profesional: el Albéitar-herrador, y una nueva ciencia, la Albeitería, que como ya hemos indicado era exclusiva de España y Portugal y única en el mundo.

El albéitar herrador se formaba en las tiendas de herrar trabajando de herrador, primero como aprendiz, y al mismo tiempo, recibía las enseñanzas de la ciencia y participaba en las experimentaciones que el maestro consideraba de interés, según su grado de preparación, el maestro siempre era albéitar, pegando herraduras y practicando, algunos aprendieron las letras, fueron evolucionando hasta las primeras manifestaciones escritas del siglo XIII que sirvieron de libros de texto para los examinandos que aspiraban a titulación, como luego veremos. Todos juntos, herradores y albéitares-herradores, formaban el Gremio de su nombre, nos han legado tradiciones como la devoción a San Antón que, quizá, constituía una Cofradía encomendada a rogar por la salud de los animales, ya en 1.298, esta devoción y patronazgo pasó a San Eloy.

jueves, 27 de octubre de 2011

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MARISCALES (I)




En un edicto de Diocleciano, año 301, se tasan los precios de los alimentos y se fija el arancel de los profesionales, en esta disposición se incluye a los “mulomedicus” en los siguientes servicios: “Al veterinario por cortar la crinera y por recortar el casco, 6 denarios, al mismo, por una sangría y por el tratamiento de la cabeza, 20 denarios“, los “mulomedici” eran empleados del servicio de correos imperiales para el tratamiento de caballos y mulos que transportaban la correspondencia. Llegamos al siglo V y las invasiones bárbaras, afortunadamente la “noche de la ignorancia” medieval se va esclareciendo con las constantes aportaciones de la moderna investigación histórica.

Hay dos hechos ya en la Baja Edad Media que influyeron poderosamente en la vida y desarrollo de la profesión veterinaria, uno que hace referencia a su nombre, aparece el “mariscal”, otro, el descubrimiento de la herradura de clavos, éste último es decisivo en la transformación de la actividad profesional y de la significación del veterinario, aunque hechos heterogéneos, guardan mucha relación mutua y marcan, los dos juntos, un hito señero en la historia universal de la veterinaria. Entre los antiguos pueblos germánicos el cargo de mariscal era asignado al jefe de doce caballos, su soldada era de 40 sueldos de oro, en la organización del medioevo el mariscal de feudo, el “Marstall” en Alemania, conservaba el gobierno del caballo, era el encargado de su cuidado y de su salud, pero él no ejecutaba por sí mismo el tratamiento de los caballos enfermos o heridos, tenía, sin embargo, la dirección y responsabilidad, en ocasiones, pues, ejercía de veterinario, aunque las operaciones manuales las hiciera un ayudante o palafrenero.

En estos siglos se borra la palabra veterinario y goza del favor la voz mariscaleria y mariscal, dicción que perduró durante muchos siglos en los países centroeuropeos, en Italia, y en los reinos de Aragón también se empleaba esa palabra, en cambio, en Castilla y en Portugal, aceptaron la voz arábiga Albeitería y albéitar. Los mariscales y albéitares, es decir, los veterinarios del medioevo, se reducen a tratar las enfermedades de los équidos, ejercen personalmente la profesión, ajenos totalmente a otras actividades. La práctica del herrado con herradura de clavo dio origen a un oficio, el de herrador, oficio que en su origen aparece desligado y alejado de toda relación con la práctica de los mariscales o de los albéitares, es decir, del médico de caballos, los herradores del medioevo eran menestrales que sólo practicaban el arte de herrar, en el arranque inicial no hay confusión entre la obra manual y la parte clínica.

Durante la dominación musulmana y la reconquista se comprueba la existencia de veterinarios en España, el citado Abu Zacharia menciona en su obra la práctica los albéitares, indicando la costumbre de algunos de dedicarse a una sola especialidad: dar fuego, sangrar, etc..., en la España cristiana también existían albéitares y “ferradores”, que ejercían la facultad como tales profesionales, los redactores de las “partidas” de Alfonso X, el Sabio, se creyeron obligados a señalar la responsabilidad y la penalidad, con la dureza propia de la época, en que incurrían los malos albéitares y los malos herradores, indicación que fue recogida en el texto de algunos fueros locales, disposiciones que acusan una existencia muy antigua y muy extendida de ambas profesiones. Descubierta la herradura de clavos, surge un oficio, un artesano, el herrador, el arte de herrar es un oficio manual que se clasifica en esta época entre los menestrales, el herrador o “ferrador” se establece tanto en el ámbito urbano como en los lugares rústicos, donde quiera que los équidos tuvieran aplicación como elemento de fuerza, el primitivo herrador hacía base de su vida el arte de pegar muchas herraduras, y, sin duda por la escasez de albéitares se le obligó a extender su actividad a la medicina de los équidos, esta ampliación de funciones acarreó la necesidad de mejorar su escasa cultura, la rutina de lo que vio y aprendió durante su aprendizaje formaban el caudal práctico, pero, al mismo tiempo, algunos de ellos se iniciaron en la lectura de los manuscritos.

La consideración social de algunos herradores era muy superior a la de simples pecheros, en las actas del Consejo de Madrid figura el expediente incoado, el 15 de octubre de 1.478, por Gil Rodríguez, herrador, aportando pruebas para ser reconocido como “caballero de alzada”, es decir, caballero que tenía la obligación de pasar revista a caballo y contaba con caballo, arneses y armas de guerra. El panorama profesional en los finales de la Edad Media era el siguiente, muchos “ferradores” que atendían a las necesidades del arte de herrar y, al mismo tiempo, eran conocedores de unas cuantas recetas y prácticas empíricas que aplicaban al tratamiento de las enfermedades de las bestias, existían también albéitares que se preocupaban de la clínica hípica, escasos en número, generalmente agregados a la servidumbre de los Reyes y los grandes magnates que sostenían una numerosa caballeriza, en las ya citados actas municipales de Madrid, correspondientes a los años 1.400-1.600, figuran varios herradores, algunos concurrían a las sesiones del concejo en calidad de “hombres buenos y pecheros”, con fecha 14 de febrero de 1.481 el municipio concede “licencia al maestro Pedro, herrador, para hacer un potro de madera... en la plaza del mercado”, en la sesión de 14 de septiembre de 1.483 se acordó recibir a Alonso Covarrubias, herrador de Móstoles, “por vecino de casa poblada”, hay también documentos donde figuran Fernando, Antonio, Joan... como testigos, y todos se titulan herradores, no citan a ningún vecino con el título de albéitar o veterinario.

La tabla de Procesiones Anuales y perpetuas del Capítulo General de Racioneros de la ciudad de Teruel, en el siglo XIII, indica que el oficio de Herreros y Caldereros es el único de los que trabajan el metal que celebra la fiesta del patrón, venerando a San Edigio, el moderno San Eloy. Según el calendario cristiano su fiesta es el uno de diciembre, pero estos herreros la conmemoran en la última semana de agosto, aprovechando el mejor clima, realizan misa, procesión y rezos en la iglesia de San Andrés, por los que satisfacen reglamentariamente 50 sueldos jaqueses al Capítulo. Los honorarios de estos herreros están establecidos por las normas forales, por herrar un caballo cobran un sueldo jaques, por una mula, 8 dineros, y por un asno, 6 dineros. Si el dueño tiene herradura, sólo cobran un dinero por los clavos y el trabajo de herraje, no pudiendo negarse a la tarea, pues serían sancionados por el almotacaf con cinco sueldos jaqueses.

A pesar de haber caído tan hondo la práctica de la medicina veterinaria, se produce, en España precisamente, un fenómeno único en la historia de la profesión, a saber: la creación de la Albeitería con verdadero contenido científico, la hipiatria quedó detenida, hemos visto, en los hipiatras bizantinos, después hubo un gran foco en Nápoles y Sicilia, los verdaderos continuadores de la hipiatrica fueron los albéitares hispanos en una prolongada trayectoria que llega hasta la fundación de las Escuelas de Veterinaria, en España, desde el herrador menestral se evoluciona directamente al albéitar facultativo. En cambio, en otros países, desde el mariscal, caballerizo, se llega al veterinario, los herradores no influyeron apenas en estos lugares, en la evolución científica de la profesión.

Desde el siglo XVI cuenta España con una pleyade de ilustres albéitares, autores de obras excelentes para la ciencia y sus aplicaciones prácticas, en cambio, la literatura de otros países, cita solamente, o principalmente, nombres de caballerizos que labraron el progreso de la ciencia veterinaria, estos son: Mang Seuter (1.584), Fugger, ambos eran caballerizos (stallmaister), G.S. Winter (1.634), de Sole y Sel, afamado caballerizo francés, autor de Le parfait marechal (1.664), V. Loechegsser (siglo XVI), autor de un libro de veterinaria, Ayver de Gotinga, el maestro Rohlwess, V. Hoschstetter de Stuttgart, V.Siud, Authenriets, Bourwinghaussen, Daum y el italiano Caracciolo (siglo XVI), autor de La gloria del caballo, Fiorentini de Maguncia (siglo XVI) autor de un magnífico tratado de enfermedades del caballo, “Traktat Rossenzeney”, y, sobre todos, sobresale el más conocido, el caballerizo francés Bourgelat, fundador de la primera escuela veterinaria de Lyón, uno de los veterinarios más afamados de su época. Frente a esta lista de caballerizos, hipiatras, España presenta una mucho más completa de albéitares profesionales que han dejado obras maestras de medicina veterinaria.

¿Dónde se refugiaría la medicina de los équidos, tan cara a la consideración de reyes y magnates y tan necesaria a la sociedad?, No fue en otro lugar que en los monasterios, donde se refugio toda la sabiduría antigua, y desde aquí fue trasmitida por los monjes a los caballeros cristianos, especialmente a los que formaban las mesnadas de las Ordenes de Caballería, obligados, como estaban, a conocer la hipiatria para cuidar su único capital, el caballo, que les hacía nobles y libres, algunos de estos caballeros profundizaron más en el conocimiento de la ciencia y merecieron el título de albéitares con que Alfonso X les distinguió. Estos caballeros que destacaron en el conocimiento de la hipiatria, lógicamente, tenían que manejar el latín, la lengua escrita en aquella época, y estar motivados vocacionalmente por la medicina, no importa cual, si humana o animal, distingos no bien contemplados por aquel entonces, que todo se reducía a la aplicación remedios curativos, unos minerales, como alumbre, salitre, sulfato de cobre, y otros, a base de plantas, como menta, hinojo, anís, ricino, adormidera, etc..., más tarde los árabes añadirían a éstas, otras plantas traídas de la India como el cáñamo y el sen, y minerales como el alcanfor, la nafta, el bórax, el arsénico, etc...

Son pues, de estos dos estamentos, monjes y caballeros, donde se resguardaba la medicina veterinaria, los que optarían al título de albéitar que el rey Alfonso X el Sabio instituyó en las Partidas, en España se carecía de un nombre para llamar al veterinario, ya hemos dicho que esa voz desapareció por completo, en cambió sí echó raíces el nominativo “menescal” o “manescal” muy utilizado, sobre todo, en Aragón y Cataluña y Valencia, donde alcanzaron gran desarrollo y una muy estimable aportación al acceso cultural. A estos profesionales de la medicina del caballo, innominados en algunos casos, en otros menescales, fueron a los que el rey Sabio oficializó en las Partidas con el nombre árabe de albéitares.

Pero, mucho antes de figurar en las Partidas ya se conocían con este nombre, en un documento correspondiente a febrero de 1.175 se dice: “venta de una habitación en el barrio de la Iglesia de Santa Justa, cerca de las tiendas de los herreros, lindando con el corral llamado del Albéitar”, no sabemos si se trataba de un albéitar morisco, pero en todo caso, los textos del infante D. Juan Manuel ya aconsejan en el libro del Caballero y el Escudero “que si la adolece alguna bestia, busca el mejor albéitar que puede”. Ejercían estos albéitares, no herradores todavía, en la corte del Rey y en las casas de los grandes magnates del feudalismo, pero su número era muy escaso, de ahí la obligatoriedad que tenían, los que eran armados caballeros, de conocer la hipiatria, para cuidar sus caballos y “guarecerlos de las enfermedades que oviesen” se lee en la ley X, titulo XXI, partida 2ª.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La enseñanza de la medicina.






La medicina en las escuelas catedralicias y su enseñanza estuvo a cargo del clero secular, se trataba en los fundamental, de la doctrina hipocrática con un fuerte carácter especulativo y elementos religiosos, las especulaciones en torno a la orina y pulso del paciente eran parte de esta medicina, el vaso de orina se convirtió en el signo distintivo del médico..., la orina contenida en un vaso simboliza: en su capa superior, la cabeza, en la siguiente el pecho, en la tercera, el vientre, en la cuarta, el aparato genito-urinario. Si, cuando era sacudida, la espuma bajaba a la segunda región del liquido y sólo muy lentamente volvía arriba, significaba ello que los órganos de pecho eran el asiento de la enfermedad, pero si subía con rapidez era que la enfermedad se limitaba a la cabeza. La mayor parte de la Edad Media transcurrió entre dos pestes: la de Justiniano en el siglo VI, al parecer peste bubónica, y la Peste Negra, que estalló en el siglo XIV, pero precisamente en el lapso comprendido entre estas epidemias se extendió la lepra por Europa, y, cuando había declinado ésta, apareció la sífilis.

La peste no era una enfermedad desconocida para los eruditos del siglo, pero había que remontarse nada menos que ocho centurias, durante la llamada plaga de Justiniano, para tener noticias de ella. Existe un consenso bastante generalizado a la hora de fijar el origen de la peste negra en la región de Yunnan, en el sudeste de China, desde allí, a través de las caravanas que surcaban el imperio mongol o mediante una cadena de contagios entre roedores salvajes, la peste llegó hasta Caffa, en el mar Negro. Además, cabe la posibilidad de que el bacilo penetrara en esta ciudad a través de los cadáveres que los tártaros catapultaron sobre las murallas enemigas en sus incursiones.

En algunas zonas de Europa no se han hallado indicios de peste negra, con lo que los expertos han deducido que allí la plaga tuvo un impacto reducido, quizá se debió a un escaso contacto con el exterior (pudiera ser el caso de los Pirineos occidentales) o a que se adoptaran medidas tempranas de cuarentena (tal vez sucedió así en Milán, donde de hecho está documentada la primera medida aislacionista de Europa, en un rebrote que tuvo lugar en 1.374).

Los físicos, así eran conocidos entonces los médicos, estaban a años luz de saber qué era la peste, los eruditos de las universidades seguían a pies juntillas los antiquísimos preceptos de Hipócrates y Galeno, el origen de la peste había que buscarlo en la corrupción de un elemento externo, el aire, que alteraba uno de los humores del cuerpo humano, en este caso la sangre. ¿Qué había provocado la corrupción del aire?, el rey de Francia Felipe VI planteó esta cuestión a los físicos de la Sorbona en 1.348, la respuesta fue: el ambiente se había calentado inusualmente debido a la nefasta conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte el 24 de marzo de 1.345.

El cirujano papal Guy de Chauliac tuvo una buena idea al aislar el Pontífice en una torre durante la epidemia, pero erró al pensar que el lugar mejor para depositar los cadáveres de los apestados eran las aguas del Ródano, el Papa consagró el río para que se convirtiera en una digna sepultura, pero no se previó que, al cabo de unos días, los cuerpos emergerían en las costas de Marsella y Niza provocando virulentos rebrotes de la enfermedad. Muerte y desolación mientras la peste negra asolaba un territorio, ¿Y después?, la desaparición de una de cada tres personas (en algunos lugares incluso una proporción mayor) tenía que provocar forzosamente desequilibrios, el más evidente fue el descenso de la mano de obra, una situación que los campesinos y artesanos aprovecharon para demandar mejoras ante sus señores feudales. En las Cortes de Valladolid en 1.351, se habló de los "prescios desaguisados" que requerían los jornaleros y de que los “menestrales vendían las cosas de sus officios a voluntad et por muchos mayores prescios que valían”.

En lo que hoy es Alemania, entre los ríos Weser y Elba, un 40% de los pueblos desaparecieron, la superficie cultivada decreció y se aprovechó la circunstancia para explotar más intensivamente la ganadería ( en Castilla ganó importancia la famosa raza merina), un sector de producción que, además, tenía la ventaja de no requerir tanta mano de obra como la agricultura. Los poderes públicos, en Inglaterra, Castilla o Aragón, pusieron cortapisas a la subida de los precios y salarios y fijaron medidas coercitivas que impidieran el abandono de las tierras de cultivo, la semilla del descontento quedaba sembrada, las revueltas campesinas se sucedieron por doquier.

El primer centro con personalidad propia de medicina medieval laica fue Salerno, ciudad al sur de Nápoles, famoso balneario cristiano, sus hospitales tenían gran reputación en Europa, aquí es donde se reunieron las influencias de las principales escuelas médicas de la antigüedad, unificándose las culturas griegas, latina, hebrea y árabe, fue fundada, según la leyenda, por cuatro médicos en el siglo IX probablemente, un médico hebreo, Helino, uno griego, Ponto, un árabe, Adeli y un latino, Magíster Salernus, que reunidos formaron una “Civitas Hippocrática” verdadero puente entre el mundo clásico y el medioevo.

El deseo de saber y las exigencias de los pueblos por conocer la naturaleza, la ciencia, las artes, las causas de las enfermedades y las necesidades culturales, condujeron a la Iglesia a la fundación de Universidades, y entonces el saber se traslada de los monasterios a las universidades, que llegaron a ser más de 80, pasando el saber a las ciudades de Bolognia, Padua, París, Montpellier, Oxford, dejando la iglesia, por medio de edictos y bulas, la medicina y cirugía prácticas en manos de barberos y curanderos. En Bolognia, Copérnico estudió y ejerció como médico y fue donde inició sus cálculos científicos, también estuvieron el fraile dominico Ugo de Lucca, obispo de Cervia, que también fue profesor en Salerno y abrió camino a la escuela quirúrgica, usó la esponja soporífera (con opio, moras amargas, beleño, mandrágora, hiedra y lechuga), y su hijo Teodoríco, que fue cirujano durante las cruzadas, introdujeron en Europa los “Sustitutos medievales de la anestesia” cuyo origen se atribuye a la escuela de Salerno, Teodoríco escribió un Texto de “Cyrugía”.

Guillermo Salicebo (1.219-1.277), gran cirujano, reemplazó el cuchillo por el cauterio. En Bolognia se realizó la primera autopsia. En 1.208 se fundó la universidad de Montpellier, por exalumnos de Bolognia, en donde figura Arnaldo de Villanova, autor prolífico, ya mencionado, que expuso su clasificación de enfermedades y accidentes morbosos en: a) Regionales, b) Contagiosas, tales como “Febris acuta”, “Ptisis”, “Escabies”, “Pedicon”, “Sacer ignis”, “Ántrax”, “Lippa”, “Lepra”, “Novis”, “Contagia Praestant”, es decir, fiebres pestilentes, tisis, sarna, epilepsia, cigotismo, carbunco, conjuntivitis, lepra, etc.. c) Hereditarias, d) Dependientes de la mala constitución del sueño y e) epidémicas, causadas por la corrupción del aire o influencias astrales.

. En la Escuela de París estudió Alberto Magno el mayor genio del siglo XIII, filósofo y teólogo, cultivó las ciencias naturales, astronomía, geología, botánica, zoología, matemáticas y medicina, en su tiempo le fue prohibido escribir sobre medicina y fisiología y tratamientos, pero su discípulo Tomas de Aquino sí escribió sobre fisiología.

Petrus Hispanicus, primer médico que llegó a ser Papa, como Juan XXII, escribió “Thesaurus Pauperum”, un importante formulario médico. En esta Edad Media de contrastes, Roger Bacon (1.214-1.294), fraile franciscano, maestro en Oxford y París, llamado el “Doctor Miranvlis” fue defensor del experimento, describió la brújula y la pólvora y escribió sobre la visión, anticipando los lentes para leer, fue botánico, filósofo, astrónomo, teólogo, reformó el calendario y escribió sobre el telescopio, la locomotora, las escafandras y la máquina de vapor, fue un destacado alquimista y un experimentador consumado.

La cirugía medieval se desarrolla lenta pero gradualmente, pero otra parte de la cirugía se quedó en manos de barberos, bañistas y sangradores, que ponían en práctica los conocimientos quirúrgicos teóricos de los médicos, lo que motivó infinidad de conflictos entre los cirujanos de “Ropa larga”, (académicos y clérigos) y los de “Ropa corta”, o empíricos. Por otro lado, en este tiempo las pestes y epidemias con intensa repercusión social diezmaban las poblaciones europeas, se consideraron 8 enfermedades contagiosas: Febris (peste bubónica), Ptisis (tuberculosis), Pedicum (epilepsia), Scabies (sarna), Sacerignis (erisipela), Ántrax (carbunco), Mopa (tracoma) y lepra: se identificaron formas de lepra, nodular y mutilante.

La tecnificación incipiente de la medicina medieval tuvo su explicación en la titulación oficial de médico y la reglamentación científica, se dictaron normas precisas y estrictas para alcanzar el grado de “Doctor en Medicina” que fueron aplicadas desde el siglo XII en Salerno, la ceremonia de graduación era todo un acto ritual académico, primero el candidato defiende cuatro tesis, de Aristóteles, Hipócrates, Galeno y Avicena, y a un autor “moderno”, se tenía que aprobar el Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el Cuadrivium (aritmética, geométrica, astronomía y música) además de medicina y filosofía physica, la Ética y la etiqueta médicas fueron reguladas detalladamente, por el “Juramento Hipocrático” y la “Formula Comité Archiatrorum” de Teodorico.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los monasterios.






En la Europa del siglo VIII, fraccionada en múltiples reinos bárbaros, surgió un imperio, el de los carolingios, que fue capaz de someter una enorme extensión de territorio y propició un renacimiento cultural y artístico, la familia de los carolingios, aliada con la Iglesia, pretendió reconstruir el antiguo imperio romano, aunque fue incapaz de desvincular los intereses de estado de la tradición germánica, que consideraba el reino como un patrimonio personal.

Carlomagno consiguió su gran expansión territorial gracias, en buena parte, a su formidable organización armada, en principio, renunció a la cantidad y se centró en la calidad, comprendiendo que miles de campesinos mal armados y peor adiestrados solían ser más una carga que una ayuda, en consecuencia, prefirió contar con una elite de guerreros bien equipados y entrenados, capaces de combatir disciplinadamente y de costear su propio equipo y mantenimiento a cambio de recibir las tierras conquistadas, primero en usufructo y luego a perpetuidad, ello supuso sustituir la infantería campesina, utilizada por los merovingios por una aristocracia guerrera. Como la difusión del estribo y la silla de arzón alto habían proporcionado la posibilidad de cargar a caballo contundentemente contra las líneas enemigas, la caballería se organizó en dos tipos de fuerzas, la ligera contaba con escudo, lanza, espada y arco, la pesada añadía la costosa brunea o cota de malla, yelmo, y polainas de hierro.

Se producían modestas revoluciones técnicas que iban aumentando la productividad: grandes arados de reja curva daban dentelladas más profundas en la tierra, herraduras y collera de pecho, mejor que la de cuello, facilitaban el agarre y el tiro, había molinos más eficientes y una metalurgia más precisa, y nuevos productos, sobre todo armas y cristalería, ampliaban el abanico de negocios, y el flujo de riqueza. Puede que la población de Europa Occidental se duplicará mientras tenían lugar estas transformaciones, en los principios del siglo XI y mediados del XII. Entre las consecuencias figuraba la revitalización de las viejas ciudades y la expansión del modelo urbano a nuevas tierras, a medida que se iba construyendo nuevas ciudades, el sentimiento comunitario se iba reavivando en las antiguas, las ciudades, en lugar de recurrir a algún protector poderoso, (obispo, noble o abad), se convirtieron en sus propios “señores” e incluso extendieron su jurisdicción al campo, de hecho, algunas ciudades eran repúblicas independientes.

Los bosques templados de Eurasia, al ir desapareciendo, fueron sustituidos por un cuarteto de entornos hechos por el hombre: asentamientos, cultivos, pastos y bosques explotados. El pasto era una parte importante de la ecología proforestal por los derivados y complementos dietéticos que representaba el ganado bovino y ovinos, también por la fuerza motriz que producían bueyes, caballos y mulas, además, a la larga, contribuyó a la relativa inmunidad de los pueblos eurasiáticos a las epidemias mortales, los rebaños eran reservas de infecciones a las que dueños y vecinos se aclimataron, en este sentido, las civilizaciones que se forjaron su propio espacio en los bosques americanos y en las que no sobrevivieron grandes cuadrúpedos domésticos parecen frágiles en comparación, seguramente esta sea la clave que explica los destinos opuestos del bosque en ambos hemisferios, cuando América tuvo caballos y bueyes, los bosques comenzaron a desaparecer casi tan rápido como en el Viejo Mundo, las ciudades que los reemplazaron se hicieron igual de grandes y diversas, y también arraigaron en un sistema de gestión ecológica muy variado, en otros tipos de entorno, como en las llanuras tropicales, desiertas y tierras altas, (dondequiera que pueblos del Nuevo Mundo tuvieran camélidos a su disposición o donde la falta de grandes animales domesticados tuviera menor importancia) la adaptación de la naturaleza fue tan eficiente como en cualquier lugar de Eurasia. La expansión de la vida sedentaria y urbana redujo los bosques ilimitados, que sobrecogían al romano Tácito, a una serie de florestas perfectamente empaquetados con límites precisos dentro del mapa, las atravesaron los caminos, estaban salpicadas de huertos y de lugares para el pastoreo, e iluminadas por claros en cuyos jardines se acurrucaban posadas para cazadores, al final, los bosques se convirtieron en jardines artificiales, avenidas, grutas artificiales, bulevares urbanos y parques.

En las fronteras, el afán por obtener el mayor provecho posible y compartir los riesgos de cualquier eventualidad fomentó, en ocasiones, la formación de auténticas societates ad lucrum, con repartos de beneficios entre sus miembros, que, aun cuando basadas en los hábitos anteriores, denotan un concepto productivo de la guerra, llevado hasta sus últimas consecuencias: “hízose mucho daño en ellas, y volvió la gente con buena presa de ganados”. Todo este afán por el saqueo y la captura del ganado ajeno, que rememora los comportamientos atávicos de la frontera, nos remite a uno de los pilares fundamentales, el más importante si cabe, sobre el que se sustentó la economía durante toda la Edad Media: Asociada al cultivo de los campos y a la explotación de los recursos del bosque, la cría de ganado en sus diferentes especies se configuró, ya desde el primer momento, como la ocupación y fuente de riqueza preferentes de una buena parte de la población.

Esta importancia de las actividades pecuarias en el marco de la economía medieval resulta de sobras conocida y ha sido destacada en múltiples oportunidades, sobre todo para la parte de la Castilla Hispánica, donde, en cuanto que la apropiación de nuevas y más amplias zonas de pasto constituyó, desde su origen, uno de los objetivos clave de su expansión militar a costa del Islam, y aparece estrechamente conectada a la dinámica secular del propio movimiento reconquistador.

La explotación ganadera constituye un recurso de aplicación universal en aquellos territorios el los que el bajo nivel de poblamiento es la tónica habitual, ya que, disponiendo del espacio necesario que su ejercicio consume, en comparación con la agricultura posibilita unos rendimientos mayores con menor inversión de trabajo. En otra vertiente, habida cuenta de las condiciones de vida de la frontera, sujetas como estaban a los azares de la guerra, la ganadería ofrecía la ventaja sobre la agricultura de producir bienes más fácilmente defendibles en el supuesto de algún ataque enemigo. Y aun en el caso da fructificar el saqueo, siempre quedaba la oportunidad de volver a recuperarlos batiendo al invasor en la retirada.

Algunas de las medidas que los fueros disponen acerca de la guarda de los ganados parecen responder al ambiente de frontera descrito, donde la inseguridad existente obligaba a protegerlos con tropas armadas (sculca) y a evitar los riesgos de su pastoreo por los extremos más apartados del término.

Con una composición más heterogénea que la integrada en los circuitos de la trashumancia, tanto los fueros como otros documentos conservados acreditan la preocupación existente por el cuidado y mantenimiento de unos animales que, como característica común, estaban estabulados en las casas de sus propietarios y/o eran pastoreados por los lugares acotados al efecto en los aledaños de las villas y en los términos privativos de las aldeas, animales que, en general, proporcionaban fuerza de trabajo, productos ganaderos e ingresos supletorios a las economías familiares.

Caballos, mulas “de siella” o “de albarda”, rocines, yeguas y asnos acostumbran a figurar entre los animales más protegidos por la legislación frente a los robos u otros daños de distinta índole de que pudieran ser objeto, estándoles reservadas, asimismo, las mejores zonas de pastos.

Mucho más abundante y con una difusión mayor entre las haciendas campesinas, el ganado vacuno proporcionaba, esencialmente, la fuerza de trabajo necesaria para la realización de las labores pertinentes al cultivo de los campos. La cogida en prenda de bueyes de arada fue uno de los usos que, con más frecuencia, acostumbraron a prohibirse en las hermandades establecidas, castigándose a los infractores con el duplo de los daños ocasionados y la satisfacción a los perjudicados de los gastos que de ello se derivaba. Y en esta misma vertiente, uno de los castigos más comunes con que se penalizaba a los campesinos que eran sorprendidos labrando fuera de los límites asignados a sus aldeas era matarles ipso facto las yuntas con las que trabajaban.

A tenor de las prescripciones forales que regulan los salarios de vaquerizos y becerreros, el fructus garanti que debía repartirse entre éstos y los propietarios del ganado se concretaba en terneros o becerros, mantequillas y quesos, figurando también sus pieles entre las materias primas que solían trabajar los zapateros de las villas. La frecuencia con que el ordenamiento foral menciona a los puercos entre los invasores de dehesas, plantíos y sembrados, así como la precisa reglamentación del oficio de porquerizo (custos porcorum o subulcus), permita acreditar el vigor de tales prácticas ganaderas.

Algunos fueros locales vedaban la participación en la trashumancia a los propietarios de ganado que no tuvieran el mínimo de ovejas exigido. Esto no excluye que hubiera, pues, rebaños, de no muchas cabezas, que ocasionalmente o de forma habitual pasaran el invierno en los pastizales de los dominios concejiles. Así, con los machos del ganado caballar, mular y asnal, se formaban las dulas, que, puestas al cuidado de los duleros (caballones, vezaderos), aprovechaban los pastos privilegiados que procuraban las dehesas concejiles.

Las dificultades que entrañaba para su pastoreo la conducta de estos animales en presencia de hembras en celo motivaban su estricta separación por sexos y la formación de otros rebaños análogos, las yeguadas o muladas, integrados únicamente por yeguas y asnas, conducidas por los yeguadizos y sujetas al mismo régimen que las dulas. Este mismo sistema de pastoreo comunitario se seguía, así mismo, con la cabaña vacuna y caprina. En el primer caso, con los animales empleados en la labranza y, tal vez, con las hembras de cría se formaban las vacadas o las boyadas, mientras que los becerros y los animales más jóvenes, destajados de sus madres, eran agrupados en otros rebaños diferentes, puestos todos ellos al cuidado de sus respectivos pastores ( vicarii boum, curias de los bueyes, vitularii, chotarizos).

Esta relativa consistencia que parece haber tenido el régimen estante entre las prácticas de explotación ganadera apenas admite parangón, sin embargo, con la importancia que adquirió el sistema fundamentado en las migraciones estacionales de los rebaños de unos pastos a otros. La apertura de los nuevos pastos, el progresivo incremento de la trashumancia y la expansión ganadera que de ello se derivó obligaron a una paulatina estructuración del sector que se manifestó en sus diferentes aspectos.

La necesidad de evitar los abusos y hacer efectiva la protección dispensada por las coronas daría lugar a la institucionalización de un funcionario específico, cuya misión ordinaria estribó en proteger a los pastores y ganados, conocido como guardián de las cabañas. El salario que percibían se concretaba en quasdam borregas de cada rebaño comprendido en su jurisdicción.

A una preocupación semejante a la que presidió la institucionalización del guardián de las cabañas respondió la creación de un nuevo cargo, en esta ocasión concejil, que, si bien tenía unos cometidos más amplios de los que ahora interesan, su vinculación a la explotación ganadera era particularmente estrecha. Se trata del oficio conocido con los nombres de caballero de la sierra, montero o montaraz. Directamente ligada a la práctica de la trashumancia, la primera de las instituciones pastoriles de las que tenemos constancia es el ligallo, asamblea periódica de pastores de ovino cuya finalidad estribaba en concentrar las reses mostrencas para devolverlas a sus propietarios.

Habida cuenta de la estrecha relación existente entre estas concentraciones pastoriles y las actividades que giraban en torno de la esculca, la interrupción de sus celebraciones pudo ser originada por la desaparición de estas comitivas armadas tras los alejamientos definitivos de las fronteras. La función del ligallo quedó reducida a distribuir las ovejas mostrencas previamente aportadas por sus posesores entre aquellos ganaderos o pastores que acreditaran su propiedad, su convocatoria corría a cargo de los oficiales de la cerraja, quienes designaban también el lugar donde debía reunirse. La asistencia al ligallo obligaba a todos los pastores que tuvieran en sus cabañas reses descarriadas, las cuales debían entregar a los funcionarios de la cerraja, so pena, en caso de incomparecencia de cinco carneros de multa y del doble de los mostrencos que se les encontraran. En el supuesto de que restaran ovejas sin adjudicar por no haber aparecido sus dueños, éstas eran encomendadas a dos homes buenos de los pastores que se hacían cargo de ellas por espacio de cuatro ligallos.

Otra institución pastoril, ya mencionada, fue la cerraja, vocablo éste con el que, como sucedía con frecuencia, se denominaba tanto a las asambleas plenarias de los pastores como a la corporación que los agrupaba. Se trataba de una corporación profesional, a modo de cofradía, de la que estaban excluidos los propietarios que no tenían en el pastoreo su actividad ordinaria. Ahora bien, si la institucionalización del ligallo, en principio, aparece directamente relacionada con los problemas planteados por la reintegración a sus dueños de las reses descarriadas, aunque pudiera haber desempeñado también otras funciones, los orígenes de la cerraja resultan mucho más confusos y problemáticos, entroncan directamente con la organización de las primitivas comitivas armadas.

En lo que se refiere a sus funciones y competencias, el parentesco entre los alcaldes esculqueros y los posteriores alcaldes cerrajeros es indudable. La organización autónoma de la esculca la integraban únicamente caballeros, a ello se sumaba su carácter temporal, en cambio, en el caso de la cerraja, no sólo se trataba de una corporación permanente, cuyos cargos se renovaban en fechas estipuladas, sino que, por otra parte, el espectro social de sus filas era mucho más amplio.

En su origen, la cerraja era la asamblea plenaria de los pastores, congregada al objeto de elegir sus funcionarios y ordenar todos aquellos negocios que interesasen al oficio. Según cabe deducir de las ordenanzas, la concurrencia a las asambleas obligaba a todos los pastores que tuvieran a su cargo un mínimo de cien ovejas, de donde parece desprenderse que se trataba de la condición necesaria para ser considerado como profesional de la actividad pastoril.

Una vez reunida, el primer acto que se celebraba consistía en elegir por sorteo de entre los asistentes dos cerrajeros, cuya misión consistía en organizar las comidas de los participantes durante los dos días que, al parecer, duraban las congregaciones. Para ello, cada uno de los asociados, tanto los presentes como los ausentes, estaba obligado a entregarles una borrega en el plazo máximo de nueve días desde el inicio de la asamblea, bajo pena, en caso de incumplimiento, del pago de un carnero de multa además de la citada borrega.

Pero el acto más importante de cuantos se desarrollaban era la elección de los funcionarios que habrían de regir la vida pastoril durante el año en que transcurría su mandato. Estos eran cuatro alcaldes, un escribano y cuatro consejeros, a cuyo cargo corría, entre otras cosas, la organización de los ligallos, la encomienda del ganado mostrenco para su cuidado y la adopción de las medidas pertinentes en orden a la defensa y protección de los rebaños. En este sentido, estaban facultados para establecer en caso de guerra los límites de seguridad del espacio ganadero, prohibiendo a los pastores el adentrarse por zonas peligrosas, fuera de los lindes que considerasen oportunos. Así mismo, podían enviar barruntes al objeto de inspeccionar la situación en áreas de pasto y decidir, a su vez, a resultas de sus pesquisas, cuándo habrían de llevar los pastores las armas que estimasen necesarias. Atribuciones todas ellas, como puede observarse, que parecen rememorar las funciones que quizá desempeñaran los oficiales de la esculca.

Además de estas responsabilidades comunes, que posiblemente ejercieran colectivamente, estos oficiales tenían encomendadas otras tareas más específicas, cuyo cumplimiento corría a cargo de cada uno de ellos. Una de las misiones propias de los alcaldes consistía en impartir justicia en todos los pleitos que se suscitaran entre pastores por los “fechos de las cabannas” y, en particular, en los que se originaban en el ligallo con ocasión de la reintegración a sus dueños de las reses descarriadas. El desacato a su autoridad y las ofensas a la parte contraria en su presencia eran castigadas severamente con las acostumbradas multas en carneros, que, en estos supuestos, se cifraban en cinco y dos cabezas respectivamente.

El escribano tenía como obligaciones inherentes al cargo el elaborar los documentos que emanaban de la cerraja, es probable que corriera también de su cuenta, bajo el dictado de las jerarquías cerrajeras, la administración de la almosna pastoril. Su nombramiento se efectuaba para un periodo de cinco años, estando obligado a servir el oficio so pena de diez carneros de multa “por cadanno que faldrá”, igualmente, en el momento de acceder al puesto, se le requería la prestación de juramento ante los alcaldes y la entrega de fianzas (casa con pennos), en garantía de su gestión. Como parece ser la pauta habitual en el sector, la remuneración de estos funcionarios se libraba en ganado, en el caso particular del escribano, se cifraba en una cordera por cabaña, que le era entregada cuando había transcurrido la mitad de su periodo de servicio. Los alcaldes y cerrajeros se lucraban de una tercera parte de las caloñas que se recaudaban por las sanciones incurridas por los pastores, que, obviamente, se abonaban todas ellas en la misma especie.

Otro instrumento esencial que, junto a todos estos oficiales, contribuyó a imprimir a la corporación pastoril un carácter más permanente fue la almosna, órgano financiero de la entidad, aplicado a subvenir los gastos que comportaba su mantenimiento y las obras de beneficencia que practicaba. Los recursos ordinarios de la misma provenían, fundamentalmente, de las ventas del ganado mostrenco, de las aportaciones pecuniarias de sus miembros y de las multas que se cobraban por infringir las normas reglamentarias de la institución o por otras causas diversas contempladas en las ordenanzas. Según se disponía en éstas, todas aquellas reses descarriadas que, después de cuatro ligallos seguidos, aún no se hubiesen podido reintegrar a sus dueños, debían ser vendidas por los alcaldes y consejeros en provecho de la cerraja, destinando dos tercios de los beneficios obtenidos a la redención de cautivos y al casamiento de huérfanas y el tercio restante, “para las misiones de los dichos pastores”. Con unos fines análogos eran ingresadas en sus arcas las dos terceras partes del producto de las caloñas, cuyo importe podía oscilar desde un simple carnero, la más leve, hasta cinco cabezas y el duplo de las mostrencas que se le hallaran con la que eran sancionados quienes pretendían escamotear ganado ajeno mezclado en sus rebaños. Así mismo, todos los asistentes a las asambleas anuales de septiembre estaban obligados a contribuir con un dinero que se recaudaba con esa ocasión, salvo en el caso de los dos cerrajeros, que tenían que pagar cinco sueldos cada unos de ellos.