Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 30 de junio de 2011

Roma.





Hacia el año 900 a.C., siglo y medio antes de la fundación oficial de Roma, el sur de Etruria experimenta un cambio que habrá de tener grandes repercusiones: el abandono de muchísimas aldeas rurales y la concentración de sus habitantes en núcleos urbanos antes inexistentes. Esas incipientes ciudades son escenario de considerables progresos, el primero de ellos, la división del trabajo, la aparición del artesano profesional, productor en masa para un mercado local o comarcal.

Pese a su vecindad con los etruscos meridionales, los latinos, de espíritu conservador y receloso de innovaciones foráneas, no se precipitaron a secundar aquel movimiento, sobrevive un sistema de aldeas independientes, la lengua de sus pobladores, indoeuropeos, nada tiene que ver con la de los etruscos, y sí en cambio con la de los osco-umbros o umbro-sabélicos, llegados a la península italiana más tarde que ellos y presionando activamente sobre ellos, estos umbro-sabélicos estaban ya diferenciados en sabinos, lo más próximos a Roma, y volscos, ecuos y hérnicos, Tíber arriba, en la margen derecha del río, radicaba otro pueblo al que se habían superpuesto los sabinos, pero cuya lengua estaba estrechamente emparentada con el latín, los faliscos. Aparte de la lengua común, los habitantes del Latinun Vetus estaban unidos por vínculos de carácter religioso, manifiestos en los santuarios a que se acudía en romería (concilium): Juppier Latiaris, Dea Ferentina y Diana Nemorensis.

Los romanos comenzaron siendo una pequeña comunidad campesina, que formó una piña en defensa de un enclave poco estratégico, con un suelo pobre y carente tanto de metales como de puerto, se hicieron belicosos por necesidad: sólo podían obtener riqueza a costa de sus vecinos, desarrollaron una sociedad organizada para la guerra en la que la victoria era el valor supremo.

La conciencia de sí misma que tenía Roma, la lengua latina y las formas de vida mediterránea se extendieron por todo el Imperio mediante colonias y destacamentos. Las relaciones comerciales empezaron a atravesar el imperio en todas direcciones, en el sudoeste de Hispania, por ejemplo, se conservan enormes evaporadores de las fábricas en las que se producía “garum”, la salsa del pescado favorita del imperio, a partir de sangre y entrañas de atún y caballa.

El fenómeno asociativo en Roma tiene sus comienzos en la época de los Reyes, a fines de la república, las asociaciones habían sido utilizadas, a veces, para crear organizaciones destinadas a la actividad política, de hecho, el fenómeno asociativo tuvo una gran importancia en todo el ámbito del Imperio. El nombre latino más frecuente para designar a una asociación era el de collegium, pero recibieron otros muchos nombres, sadaliciúm, corpus, contuberniun, sodalitas..., según la finalidad primordial de las mismas han sido clasificadas en asociaciones: religiosas, profesionales, de esparcimiento o diversión, funerarias, de jóvenes, militares.

La agricultura romana fue siempre la actividad económica más importante, tanto por la cantidad de mano de obra que empleaba como por el volumen de sus rendimientos, salvo unas pocas excepciones (Roma, Antioquía, Alejandría), que contaban también con un considerable sector artesanal, el resto de las ciudades del imperio eran centros de explotación agropecuaria dotados de un sector artesanal reducido y subsidiario, así como de un comercio, cuyos agentes no eran con frecuencia otros que los propios campesinos, los modelos de finca rústica, villae, contemplados por los tratadistas de agricultura pueden servir para entender la organización de este tipo de explotación.

La obra de Columela (siglo I del Imperio) que refleja la organización de estas medianas propiedades agrarias permite entender que se habían introducido algunos cambios en relación con los modelos agrarios contemplados por Catón (mediados del siglo II a.C.) y por Varrón (fines de la República) la mayor extensión de la villa rústica del tratado de Columela se adaptaba bien a una producción diversificada: Huerto para la ayuda del alimento cotidiano de los trabajadores de la villa, campo dedicado a cereales, otras partes destinadas al cultivo de la vid y el olivo, si el clima lo permitía, área destinada a pastizales y una parte de bosque, frente al modelo de Catón para quien los trabajadores de una villa rústica, incluido el capataz, vielicus, eran esclavos, Columela considera más rentable una explotación que cuente, además de esclavos, con hombres libres que arrienden una parte de la tierra en régimen de colonato y con temporeros, así, Columela está reflejando, en el siglo I d.C., una tendencia que se irá consolidando más en los dos siglos siguientes del Imperio.

Cada divinidad oriental encontró su propia vía de difusión y su momento de mayor expansión, en el año 191 a.C., el culto de Cibeles y Atis fue incorporado a Roma, las divinidades egipcias Isis y Serapis, recibieron pronto un reconocimiento oficial, a fines del siglo II d.C., era frecuente encontrar dedicaciones votivas, como una que se documenta en Hispania (en León), “Consagrado a Esculapio. Salud, Serapis e Isis”, en la que puede verse la equivalencia de Esculapio = Serapis y Salud = Isis. El Dios iranio Mithra recibió un reconocimiento tardío en el Imperio, desde el siglo II la difusión de su culto se acelera y, durante el siglo III, se encontraban comunidades mitraícas hasta en los rincones más apartados del Imperio, más propio de los seguidores de Mithra que de los de otros dioses era su concepción de la vida como milicia: la lucha continua contra el mal (las tentaciones, el cuerpo, la carne) hasta ir posificando el espíritu y acercarlo más a la divinidad, esas ideas encontraban fácil eco en los medios influidos por el neoplatonismo, los devotos de Mithra pasaban por diversos grados de iniciación en los misterios, sus sacerdotes también estaban jerarquizados, el mitraísmo pudo haber sido la religión monoteísta que necesitaba el Imperio, pero le faltó el carácter exclusivista del cristianismo, pues los creyentes en Mithra podían venerar también a otros dioses.

Las necesidades de cubrir los cuadros de la administración central y local con funcionarios o magistrados capaces, así como los necesarios contactos entre personas de comunidades diversas condujeron a una mayor atención a la educación. La educación romana estaba organizada en tres niveles: enseñanza primaria, secundaria y superior, algunas grandes familias cubrían la enseñanza de primer nivel en sus propias casas, los niños eran instruidos por un pedagogo, generalmente un esclavo, pero era más frecuente que los niños y niñas acudieran a la escuela donde el “magister” les enseñaba a escribir y leer, así como a adquirir las nociones elementales de cálculo y las normas básicas de comportamiento en sociedad.

El segundo nivel educativo accedía un número más reducido de niños y niñas, además del aprendizaje de la gramática, los estudiantes se familiarizaban con la lectura y la crítica literaria de los autores clásicos, aprendían a redactar, estudiaban la mitología, ampliaban los conocimientos de aritmética y aprendía geometría, música y astronomía. El tercer nivel educativo se trata del aprendizaje de la retórica necesaria para quienes fueran a ejercer altos cargos políticos, reservados a los hombres, esta formación retórica era un calco de la griega, se completaba para algunos con la asistencia a una formación especial de contenidos jurídicos, y, en ambos casos, los estudios filosóficos quedaban muy relegados.

jueves, 23 de junio de 2011

Los Iberos.






Las palabras vascas “ibai” río e “ibar” vega, explican el nombre del río que sirvió, con más probabilidad para designar a los iberos, primero, y a Iberia después, quizá los iberos del valle del Ebro se llamaron así mismos “los del río”, los del río grande, los del río por antonomasia para ellos, a parte de sus otros étnicos y gentilicios, y los griegos oyesen de sus labios ese nombre antes de adoptarlo para el país y para sus habitantes, de hecho, se hizo extensivo a toda la Península, hasta que los cartagineses lo sustituyeron por el de Hispania.

Hoy estamos en condiciones de diferenciar entre el ámbito ibérico propiamente dicho y el mundo del interior peninsular. Por lo que se refiere al ámbito ibérico, el primer rango que llama la atención es la extrema escasez de bocados de caballo y espuela en los ajuares de las tumbas, en conjunto y a título indicativo, bocados y espuelas sólo suponen un total de 4,5% de armas (en el sentido más amplio) de la Edad del Hierro en ámbito ibérico.

Es muy raro, por otro lado, encontrar un elemento de arreo sin asociación con armas, lo que indica una intima asociación de ambas categorías de objetos, desde este punto de vista, es también significativo que en sólo un 6,6% del total de 700 tumbas ibéricas con armas aparecen arreos de caballo, y que estas tumbas son por término medio las de mayor riqueza y complejidad de ajuar. Sin embargo, esta escasez de bocados o espuelas contrasta con la frecuencia con que el caballo aparece representado en la iconografía, en conjunto la sensación que obtenemos es la de que entre el siglo VI y el III a.C., en territorio ibérico, el caballo era un importante símbolo de estatus, empleado como tal en monumentos funerarios, un elemento tan importante que incluso había una divinidad de los caballos, sin embargo, su uso estaría limitado a los elementos dominantes de la sociedad.

A partir de finales del siglo III a.C., con la entrada de Iberia en el marco de la Segunda Guerra Púnica, comenzamos a tener nuevas fuentes de información, por un lado las escenas figuradas en la cerámica presentan algunos frisos guerreros a caballo que podrían indicar la presencia de una verdadera caballería, por otro lado, las fuentes literarias referidas a la participación de tropas indígenas (por ejemplo Ilergetes) como auxiliares de cartagineses o romanos.

Por lo que se refiere a los pueblos del interior peninsular, la situación durante los siglos anteriores a la II Guerra Púnica es similar a la descrita para el ámbito ibérico, aunque con una diferencia; los elementos iconográficos que permiten defender la existencia de una verdadera clase de “caballeros propietarios” en el mundo ibérico son aquí mucho más escasos, en cambio, la proporción de tumbas con arreos de caballo, aunque tan escasa respecto al total como en el otro ámbito ibérico, es más elevada, en efecto, en ambos mundos la proporción de tumbas con arreos es mínima, inferior al 3%, sin embargo, mientras que en las zonas ibéricas solo un 6,6% de las tumbas con armas tienen arreos (sobre 700 tumbas analizadas), en las mesetas la proporción sube al 21,4% (sobre una muestra de 322 tumbas), sin embargo, el número absoluto de tumbas con arreos es muy bajo, incluso inferior al del ámbito ibérico, por lo que el dato es inseguro, se podría argumentar que la mayoría de los jinetes no llevara arreos metálicos, sino simples cuerdas para guiar los caballos.

El caballo ibérico había sido introducido en la península por tribus de un pueblo africano que llega al sur de la misma hacia finales del XIII a.C. o a principios del siglo XII a.C., de ellos se sabe que desde tiempos remotos poblaron el norte de África y que en el XIII a.C. intentaron invadir Egipto, pero fueron derrotados por Ramsés III, estas gentes se llamaban a sí mismos Schilah o Tamnazigt, a los que en la antigüedad, primero los griegos, y más tarde cartagineses y romanos, llamaron númidas, para que finalmente en la Edad Media, los árabes denominaran beréberes, estos pueblos al llegar a la península dieron el nombre de iber a los ríos que sucesivamente conocieron. El ibérico, que fue descrito unánimemente por los clásicos como un caballo de cuerpo regular, de bella cabeza y ancas feas, era un caballo de tipo mongólico, eumétrico, de perfil convexo, de cuello erguido y grupa redondeada en línea con el berberisco, no en balde ambos tuvieron el mismo origen. El caballo Ibérico seleccionado y mejorado por los árabes del califato hispano originó el andalusí, cuyas yeguas se cruzaron, tras un tiempo, con el castellano, dando lugar al andaluz del que deriva el Español y la actual Pura Raza Española.

Por otro lado, el norte y centro de la Península ibérica empezó a ser ocupada por pueblos indoeuropeos en fechas como el final del segundo milenio a.C., pertenecían al grupo de tribus arias descendientes de las tribus nómadas de las estepas de Eurasia, de donde procedían los primeros criadores de caballos, por lo que respecta a la Península Ibérica se estima que la llegada de los pueblos indoeuropeos se produjo, al menor, en dos grandes oleadas, una anterior al siglo XV a.C. a cuyas gentes se les ha dado el nombre de protocelta, y otra posterior al siglo VII a.C., propiamente celta.

Los pueblos indoeuropeos dispusieron de dos morfotipos de caballos, uno eumétrico, al parecer más antiguo, que se distingue como ario (de la misma rama de aquellos équidos que llevaron los hititas consigo en Anatolia y que habría sido introducido en la Península Ibérica por los arios protoceltas) y otro elipomético propiamente celta de más tardía entrada peninsular. Plinio, que fue oficial de la caballería romana, y más tarde procurador en la Tarraconensis, alaba mucho en su “historia Natural” a los caballos de la Gallaecia y la Astúrica, donde dice que existían dos clases de caballos, unos más grandes a los que llaman fieldones, y otros de menor talla, a los que denomina asturcones, los fieldones son llamados gallegos por otros autores romanos, como Gracio Falireo o Justino, Silio Itálico cuenta que, cuando Escipión volvió a la península después de destruir Cartago, dispuso que se hicieran unos juegos públicos para celebrarlo: éstos se redujeron a unas carreras de caballos a semejanza de los que se hacían en el Circo de Roma, los caballos dice eran todos asturcones y gallegos y que el primero fue un caballo gallego llamado Lampón.

Casas, en 1.848, dice que todavía se llamaban Thieldos o Hielcos por la gente del pueblo a algunos caballos de Galicia, Asturias y León. También se le ha llamado “antiguo caballo de las mesetas castellanas”, era un caballo eumétrico, de origen tarpanico, que tenía una alzada de alrededor de las 7 cuartas, la cabeza grande, de perfil recto, cuello corto y recto, pecho estrecho, grupa tendiendo a la horizontalidad, cascos mayores que el ibérico, que con frecuencia se presentaba calzado y cordón corrido, era muy resistente y apto para el tiro y mejor que el pequeño asturcón, tanto para carga como para silla, por lo que llegó a desplazar a éste hacía las montañas, tanto en la Gallaecia como en la Artúrica romana, fue uno de los mejores caballos para las carreras de carros del imperio romano, por lo que se exportaron muchos de ellos a Roma, donde eran muy estimados para el circo, Silio Itálico recoge que uno de los premios más cotizados en las competiciones circenses de Roma consistía en un tronco de caballos celtíberos.

Una de las características más llamativas de estos caballos era la de practicar el paso portante, similar al que los romanos comprobaron también en el caballo de los partos, por lo que se considera que ambos tuvieron el mismo origen, el primero habría llegado a la península Ibérica con los arios protoceltas, el segundo fue introducido en Anatolia por los arios hititas, dando lugar, con el tiempo, al parto a través de los hurritas, asirios y persas, ambos caballos eran arios de tipo eumétrico, rectilíneos y mediolineos y ambos practicaban el paso portante.

El paso portante, que Plinio describe como “un trote suave que el caballo logra alargando altamente las patas”, que antiguamente se llamó andadura imperfecta, y, después, ambladura quebrada, es una marcha del caballo muy semejante a la andadura de la que se diferencia en que la elevación de los miembros de cada bípedo lateral no se hace a la vez, sino primero la de la mano y luego la del pie, si bien mediando entre ambas elevaciones poco tiempo, el apoyo tampoco es simultáneo, por lo que al apoyar cada bípedo lateral se oyen dos golpes en vez de uno, ambos se suceden con más rapidez que los ocasionados por el bípedo lateral de la andadura, por lo que el caballo marca cuatro tiempos en lugar de los dos característicos de ésta. El paso portante puede ser enseñado a los caballos, pero lo corriente es que sea congénito, como en el caso del Thieldón, y que estos caballos lo tomen naturalmente en lugar del trote, especialmente si se les hace acelerar el paso estando cargados, el caballo fieldón fue el caballo de silla usado por los celtíberos como caballo de guerra.

De su característica forma de guerrear a caballo Cesar dice que se reduce a “lanzar de lejos, nunca a acercarse demasiado, retroceder ante el ataque y atacar a los que se retiran”, Adriano le señala como “cantabricus ímpetus” y, Adriano, en su “Táctica”, describe como se entrenaban los jinetes celtíberos en ella mediante el encuentro de dos escuadrones a caballo que, avanzando ambos en línea y en dirección contraria uno de otro dentro de un campo preparado para tal fin, se lanzan jabalinas al cruzarse, se consideraba como bueno al jinete que lograba lanzar 15 venablos antes de llegar con su caballo al final del campo y mejor si conseguía lanzar 20, para esta forma de guerrear, el paso portante del Thieldon era muy adecuado ya que permitía a una velocidad del caballo igual o superior al trote, mayor estabilidad y un acierto con los venablos similar al que se obtenía si el animal marchaba al paso y mucho mayor del que se conseguía al galope, sin tener que soportar el traqueteo de éste, a la vez que se podría lanzar mayor número de jabalinas durante un recorrido determinado.

A lo largo de la Edad Media, en los reinos cristianos, los descendientes de estos caballos dieron lugar a la raza leonesa, más tarde conocida como castellana, cuyos productos fueron criados, seleccionados y preferidos para la guerra, porque, cargados con el jinete y sus armaduras, podían mantener la marcha más tiempo y a mayor velocidad gracias a su paso portante, en la Edad Moderna esta estirpe fue conservada en pureza por los ganaderos de la Mesta y sus productos, además de Castellanos, fueron llamados Mesteños, muchos de éstos se enviaron a América durante los primeros tiempos de la conquista de Nuevo Mundo, de aquí que los actuales caballos salvajes, que sin dudarlo son descendientes de aquellos, se les llame Mustangs, y en algunas razas americanas como el caballo de Paso Peruano o el de paso fino de Puerto Rico, conserven todavía ese paso.

jueves, 16 de junio de 2011

Los viejos europeos.




En Europa el paso del Pleistoceno al Holoceno había impuesto cambios, pero no había dejado al hombre sin recursos para obtener de la Naturaleza no solo alimento conque sostenerse, sino incluso con que incrementar su población, por eso Europa no sintió la urgencia vital de domesticación de aquellos animales de su fauna susceptibles de ello, ni tampoco las gramíneas, leguminosas y demás especies vegetales de su flora, de nada sirven hacer cábalas sobre que hubiera sucedido de haberlo hecho, lo cierto es que cuando optó por hacerlo, aprovechó el invento de sus vecinos orientales, importando las plantas y los animales de granja domesticados por éstos, resulta que hasta el musmón de Córcega, que se consideraba un óvido autóctono, desciende de ovejas domésticas, importadas, como todas las europeas.

El C-14 ha venido a demostrar que alrededor del año 5.000 a.C., con muy escasas diferencias, el Neolítico se difunde de un extremo a otro del Mediterráneo, no es el viejo Neolítico acerámico de Jericó y Chipre, sino un Neolítico cerámico, provisto de los cereales domesticados en Oriente y del ganado menor de los ovicápridos, es evidente que la oveja y la cerámica aparecen simultáneamente en todo el Mediterráneo. El adelanto de las ovejas y cabras, que se puede detectar incluso en posibles pinturas mesolíticas del levante hispánico, pudiera obedecer, como la introducción de la cerámica, no a una necesidad perentoria, sino a un modelo social.

La cabaña ganadera posee la cualidad terciaria de ser un exponente de prestigio y de servir de instrumento con el que se puede alcanzar rápidamente un efímero rango social, merece la pena considerar la posibilidad de que la economía mixta caza-pastoreo, que se mantuvo durante algún tiempo, no se compusiese de dos modos de subsistema, sino de uno de subsistencia y de otro de prestigio o de acumulación de capital, una hipótesis similar puede explicar la dispersión de la cerámica impresa de mejor calidad. Porque ésta es otra: la cerámica impresa, es decir, decorada con improntas de Cardium edule y de otras conchas, es una cerámica de difusión internacional, cuidadosamente hecha y cocida a fuego, primorosamente decorada, consagrándole tiempo e imaginación: no es una vajilla utilitaria, sino de cierto lujo, propia de personas de gusto, lo mismo que la cerámica de almagre, roja y brillante como un coral decorada a punzón, buscando efectos geométricos

El método del C-14 permite afirmar que los primeros monumentos de piedra de Europa Occidental y de la isla de Malta (aquí en forma de templos) son los más antiguos del mundo, más que las primeras construcciones en piedra de sumerios y egipcios, Resulta, pues, que aquí mismo, junto a las playas y a los “concheiros” Atlánticos, la llegada de los cereales de Oriente y la implantación del nuevo orden económico a que da lugar, producen la arquitectura de piedra más antigua del mundo haciendo de ella el símbolo de la permanencia y de la seguridad.

Los megalitos aparecen en Europa cuando el Neolítico está muy avanzado, a la hora de su difusión se les encontrará entre sociedades de agricultores que en vez de habitar en aldeas cerradas lo hacen en “aldeas expandidas”, esto es, en caseríos aislados, junto a sus campos de labor y a los bosques de los que sacan provecho ellos y sus piaras de cerdos (animales que adquieren ahora gran importancia en la economía), el caserío corresponde a un grupo humano muy reducido, quizá a una sola familia, para estas minúsculas células sociales, el enterramiento colectivo, el megalito, si puede permitírselo por su prestancia y su prestigio, no sólo es un órgano de cohesión, centro efectivo, espiritual y religioso, sino el exponente del más fuerte lazo de unión entre los elementos dispersos de la comunidad, lo que señala su patrimonio, lo que infunde respeto religioso y social a otras comunidades organizadas del mismo modo.

Las gentes de la cerámica campaniforme son conocidas principalmente por tumbas que nunca forman grandes cementerios, el pueblo “campaniforme” se revela constituido por bandas de traficantes armados, ocupados del comercio de cobre, oro, ámbar, calcita y sustancias raras similares que a menudo se hallan en sus tumbas, su existencia errante los llevaba desde la España meridional y desde Sicilia hasta las costas del mar del Norte y desde Portugal y Bretaña hasta el Vístula, a veces se establecían en un lugar fijo, preferentemente en comarcas de riqueza natural o en las encrucijadas de caminos importantes, en ocasiones, lograban autoridad económica y política sobre comunidades sedentarias de diferentes culturas, formando grupos híbridos con éstas e incluso guiándolas en ulteriores peregrinaciones.

El vaso campaniforme es el más llamativo de sus utensilios: un recipiente en forma de tulipán, muy apto para beber cerveza, decorado con franjas lisas horizontales, alternando con otras punteadas mediante un peine probablemente de borde curvo, o rellenas de motivos incisos, el vaso campaniforme típico simboliza a la cerveza como resorte de poder. Junto a los vasos aparecen los testimonios de su riqueza y de su rango, el hombre, cuando podía, se llevaba al otro mundo su daga y su panoplia de arquero, en la que entraba a menudo una placa rectangular, con perforaciones en los extremos, para proteger la muñeca y el brazo que empuña el arco.

Todo esto, que puede parecer muy poco, es sumamente aleccionador en el plano social, obsérvese que la primera aplicación de la metalúrgica no se manifiesta en el campo de las herramientas de trabajo, sino en el de las armas, la daga del campaniforme fue el primer artefacto de metal, pero aparte de su utilidad práctica, las armas desempeñan una función social como signos externos de autoridad y poderío. La aparición del campaniforme coincide con un sensible aumento de restos osteológicos de caballos, probablemente domésticos, en el interior de los poblados, nada tendría de extraño que para sus muchos vagabundeos, el aguerrido metalúrgico del vaso campaniforme se sirviese del caballo y que éste comenzase a ser considerado un signo de señorío.

jueves, 9 de junio de 2011

El saber antiguo: Los Etruscos.







A los tirrenos (de ahí el nombre de Mar Tirreno) los romanos los nombraron Tsci (de ahí la Toscana) y Etrusci (de ahí los Etruscos), la hipótesis de la procedencia oriental de los etruscos permite comprender mejor los caracteres orgánicos, en cierto modo oriental, de su civilización. En ningún lugar del mundo antiguo se ha conocido tal obsesión adivinatoria ni tal fe en que la observación de los fenómenos celestes, de los rayos y de las entrañas de las víctimas pudieran revelar la voluntad de los dioses.

Pero el poder marítimo de los etruscos no desmerecía en nada su poder terrestre, como marinos, o más precisamente como piratas, aparecen por primera vez en los relatos griegos, pero el término “pirata”, que quiere decir propiamente “aventurero”, traduce el mal humor de unos rivales para quienes cualquier competencia es desleal. Cuando los romanos del final de la República pensaban en los etruscos tenían en mente una inmersa potencia caída, fabulosas riquezas esfumadas, pero sobre todo las virtudes de un viejo pueblo rústico, bronceado por el sol de los campos.

Señalado el entusiasmo lírico con que celebraban los romanos la fecundidad del suelo etrusco, la descripción sólo es válida para la Etruria interior. Muy diferente debió ser, en cualquier tiempo, la Etruria marítima, desde la época romana parece haber ofrecido el aspecto de un breñal salvaje y pestilente, atormentado por los jabalíes y las serpientes.

La devastación y el despoblamiento de esta costa donde quizá desembarcaron los tirrenos y levantaron sus principales metrópolis, pudo tener varias causas: el enarenamiento de algún puerto, la guerra, el régimen político y de la propiedad de la tierra (latifundios extensos), pero también los estragos de la malaria, problema del que hay que hablar algo. El paludismo que castigaba la Marenna y en ocasiones ciertos valles interiores, debió crear para toda Etruria, por una generalización injusta, una ingrata reputación de insalubridad.

Se ha planteado la pregunta de cuando la Etruria marítima se volvió insalubre, nadie discute que siempre haya estado rodeada de lagunas, pero no todas las lagunas son maláricas, los anofeles sólo son dañinos como transmisores de un agente que no producen ellos mismos, para que propaguen el paludismo a hombres sanos es necesario que hayan picado antes a hombres infestados, por tanto hubo un momento en que este agente del paludismo fue introducido, al extenderse cada vez más el mal, causaron finalmente la pérdida de una población hasta entonces indemne. Hoy se tiende a creer que la plaga sólo se declaró bastante tarde, si la Marenna ya hubiera sido víctima de malaria cuando los inmigrantes llegaron, rápidamente habrían abandonado estas orillas inhospitalarias, si no, nunca hubiesen podido llegar a crear la poderosa civilización que progresó durante varios siglos.

Nos parece que esto es subestimar las posibilidades de la energía humana, una energía de la que los etruscos no carecían en absoluto, existen y existían medios para sanear una zona malárica. Ciertamente, los etruscos no conocían la química, pero de la acción antianofelica dirigida a privar a las larvas del agua estancada donde se crían, no es descabellado pensar que hubieran llevado a cabo los dos principios esenciales: trabajar el suelo para evitar que el agua se detenga y evacuar el agua cuando se pasa, el entarquinamiento y el drenaje de los pantanos.

El hecho es que desde muy pronto, en su historia, este pueblo había demostrado una excepcional vocación para los problemas de la hidráulica, una constante voluntad por dominar las aguas terrestres, y todas las excavaciones confirman el papel capital que jugaron así los etruscos haciendo de Roma la ciudad “salubre en una región pestilente”, sin embargo, todavía hubo, después de marcharse los etruscos, frecuentes pestilencias o brotes de malaria que hacían peligrosa, en verano, la vecindad del Tiber, se consagraron varios santuarios a la diosa Fiebre, y Apolo, cuyo templo se elevó a mediados del V a.C., en el campo de Marte, fue al principio invocado como dios sanador, Medicus.

Se ha constatado que el suelo de la Etruria meridional estaba horadado por una red de cunículi que tenían por misión “atravesar el agua bajo la capa absorbente y evacuarla de forma subterránea” y de este modo “ quitar la humedad sin deteriorar la superficie de las tierras”.

Así pues, es plausible pensar que el paludismo, lejos de haber aparecido tardíamente entre los etruscos para consumar su caída, existió de forma endémica durante todo el tiempo en ciertos puntos del litoral, una política vigilante de lucha contra los pantanos, practicada cuando estaban en el apogeo de su poderío, y cuyas prescripciones fueron registradas en sus inveteradas tradiciones religiosas, los muestra desde un principio conscientes de una amenaza que supieron localizar y atajar durante mucho tiempo, y que quizás, en cierto modo, les hizo ser lo que eran, pero un canal de drenaje sin mantenimiento se vuelve un foco tan peligroso como una marisma, a partir del siglo III a.C., las circunstancias políticas y económicas, la inseguridad de las guerras y la destrucción de ciertas ciudades, así como el retroceso de las tierras de labor ante los pastos comunales provocaron la vuelta y la propagación del mal y, minando la vitalidad etrusca, precipitaron su decadencia.

El interés que los etruscos mostraban por hacer fructificar su suelo les llevó a crear tratados de agricultura. De origen etrusco, a juzgar, entre otras, cosas por su nombre, el agrónomo Saserna redactó su obra a finales del siglo II a.C., obra que, continuada por su hijo, recibió frecuentes alusiones, tanto elogiosas como burlescas, por aparte de Varrón, Columela y Plionidas, romanos del final de la República, ya que Saserna incluía en la agricultura todo tipo de cosas, desde la medicina hasta la higiene, pasando por los cuidados de belleza.

Es más interesante constatar que la amplia aceptación que Saserna daba al término “agricultura” revela la costumbre del propietario rural de producir por sí mismo todo lo necesario para la conservación y venta de sus cosechas, la granja de Saserna era un pequeño mundo que se bastaba a sí mismo, si, para escándalo de los romanos posteriores, reservaba en él un capítulo a las canteras de arcilla (figilinae) es porque las explotaba en sus tierras para alimentar los hornos de alfarería de donde salían sus tinajas para el trigo, o sus ánforas para el vino y el aceite, las grandes propiedades mantenían en su interior a sus propios médicos, a sus bataneros y a sus obreros especializados. Había hecho, además, evaluaciones muy precisas sobre la cantidad de personas que había que destinar a una tarea determinada: un hombre, trabajando cuarenta y cinco días era suficiente para unas dos hectáreas, de hecho, podría labrar veinticinco áreas en cuatro días, pero hay que contar con trece días perdidos por la mala salud, el mal tiempo o la mala voluntad, dos tiros de bueyes eran necesarios para una tierra de labor de unas cincuenta hectáreas.

Que los pastos de la costa y de los valles boscosos del interior hayan nutrido a un hermoso ganado, que los bueyes de Etruria fueran resistentes y fornidos, y las terneras del país falisco blancas como la nieve y muy apreciadas para los sacrificios a los dioses, no añade nada al cuadro que ya conocemos, pero retendremos al menos la reputación del “pecorino” queso de oveja de Luni, en los confines de Liguria, tenía un tamaño gigantesco y pesaba a veces hasta trescientos setenta y dos kilos, el distintivo de origen, en la época romana, era naturalmente una luna creciente. También hay un detalle interesante a propósito de la cría de cerdo, que los etruscos, como los galos de la Cisalpina, practicaban a gran escala, las tripas a la manera falisca (venter Faliscus) tenían una gran reputación, como lo hacían todo con música, habían adiestrado a sus piaras para que los siguieran al son de la trompa, mientras que en Grecia, como señala Polibio, los porqueros conducían a sus cerdos delante de ellos, el historiador describe las evoluciones de inmensos desfiles a lo largo de las playas del mar Tirreno, con los porqueros caminando a cierta distancia delante de su columna y haciendo sonar de vez en cuando una bocina cuyo timbre conocían los animales lo suficiente para no perderse o no mezclarse con la piara del vecino, Varrón añade en este sentido, respecto a la educación de los cochinillos que el criador debe habituarlos desde muy pequeños.

El campo de la disciplina etrusca es, finalmente, el mejor conservado de toda la cultura escrita tirrena, tuvo la inmensa fortuna de recibir el aprecio incondicional de los romanos, por tanto, de ser vertida al latín en buena parte de su contenido, era un híbrido de lo que para un griego o un romano serían religión y filosofía, incluyendo en ésta la ciencia, era la plasmación clara de una concepción religiosa de la naturaleza vista a través de una idea concreta y con una aplicación de máxima utilidad: el conocimiento del futuro y las formas de modificarlo.

De cualquier modo, parece que el conjunto teórico de la disciplina etrusca se dividía en tres apartados: los Libri Fulgurali, que trataban de los rayos, su obtención, su interpretación y su conjuro, los Libri Haruspicini, que hacían lo propio con las vísceras de los animales y que constituían la parte esencial de la ciencia adivinatoria, hasta el punto de haber extendió su nombre a toda ella, y, finalmente, el multiforme conjunto de los Libri Rituali, que trataban de varios temas diversos: Catálogos de acontecimientos extraños, estudios de vuelo de aves, división del tiempo, sobre el más allá y el destino tras la muerte, y los Libri Rituali propiamente dichos: sacrificios, ritos, fundación de ciudades y, organización y destino de los ejércitos.

Los Libri Haruspicini, trataban del análisis de las vísceras animales, para estudiarlas, el arúspice sacrificaba en general ovejas, raramente toros, y analizaba su interior, su gran diferencia con el augur romano, en este cometido, era que no hacía una pregunta previa para recibir un si o un no como respuesta, sino que realizaba un análisis completo, capaz de dar múltiples datos y previsiones. Entre los órganos que se analizaban, después de escudriñar el conjunto del abdomen abierto, hay que contar los pulmones, el bazo y, en época tardía, el corazón, pero sin duda la víscera por excelencia era el hígado, sede para muchos pueblos antiguos de las sensaciones, la fuerza y muchos otros fenómenos psíquicos.

Ha llegado hasta nosotros, en particular, un hígado de bronce, el de Piacenza, acaso realizado en Cortona hacia el año 100 a.C.: Reproduce el esquema de uno de ovino y debió de utilizarse para la docencia de este arte, en él aparecen marcadas unas divisiones, con los nombres de los dioses que siguen los distintos apartados, y que son por tanto responsables de cuanto en ellas ocurra, al parecer, por lo menos en esa época tardía, las casillas en las que se dividía el hígado recordaban las que trazaba mentalmente el intérprete de rayos en el cielo, y esta semejanza llega a tanto que, el Júpiter etrusco, Tinia, ocupa tres casillas consecutivas, honor que no goza ningún otro de los dioses.

Las fuentes latinas nos ilustran sólo en parte sobre la interpretación del hígado, parece que su superficie se componía de dos partes, la pars familiaris y la pars hostilis, probable reflejo del futuro del consultante y del de sus enemigos, particular importancia tenía el “caput”, un saliente piramidal de la víscera: cualquier imperfección que presentase era negativa y, si faltaba, era signo seguro de muerte, en la vesícula biliar se contemplaba el color ante todo, siendo favorable el tono dorado, y, en general, era de buen augurio que las partes a estudiar se viesen bien y estuviesen muy desarrolladas, y hasta cubiertas de grasa, mientras que lo pequeño y mal formado era signo funesto.

No deja de ser paradójico, sin embargo, que los etruscos no ocuparan ningún papel relevante en el campo de la anatomía: la labor del arúspice se ceñía tanto a los aspectos religiosos y se aplicaba tan exclusivamente al estudio de las entrañas animales, que posiblemente los etruscos no llegaran a distinguir (sus “exvotos poliviscerales” son buen testimonio de ello), la anatomía humana de la de una oveja.

jueves, 2 de junio de 2011

La civilización mediterránea: Los Fenicios.






Los griegos denominaban fenicios (phoínikes) a los habitantes de las ciudades costeras de actual Líbano, que se habían hecho famosos por sus actividades mercantiles, artesanales, entre las que destacaba la producción de tejidos teñidos de púrpura: phonix en griego es el color rojo intenso o púrpura, de modo que fenicio vendría a significar “hombre de la púrpura”, a parte de la etimología indicada su apunta otra micénica relacionada con un vocablo “ponik”, de significado similar, debe entenderse que el término fue utilizado por los griegos y adaptado después por los romanos, pero no aceptado por los propios fenicios.

La pericia de los fenicios en la navegación es otra virtud reconocida por todos, su facilidad para realizar grandes viajes y desenvolverse como los verdaderos Señores del Mar, son ellos precisamente los únicos que se nombran entre las Talasocracias, las potencias que habían sucedido en la hegemonía del Mar Egeo, contenidas en las listas que elaboraron los atenienses en el siglo V a.C., los griegos, sus competidores comerciales, les dieron fama de engañosos: El gran cumplido de merecer la difamación. Como muchas otras civilizaciones litorales posteriores, los fenicios utilizaron el mar para expandirse mediante el establecimiento de colonias, en fuentes seguramente legendarias, se dice que las primeras (Utica en lo que hoy es Túnez y Gades, actualmente Cádiz, en España) se establecieron ya en el siglo XII a.C.

Durante siglos, los fenicios fueron los buhoneros del Mediterráneo, con sus negras naves surcaron los mares conocidos y parte de los desconocidos llevando productos manufacturados y regresando con materias primas, sobre todo metales, de los que existía un mercado insaciable, Uno de los secretos del éxito de los fenicios estribaba en su tecnología naval, la más avanzada de su tiempo, las naves fenicias eran negras porque estaban calafateadas con pez, los cargueros fenicios, llamadas “gaulos “ (bañera), median unos 30 metros de largo por siete de ancho, y se movían pesadamente con ayuda de dos timones laterales colocados a popa y de una gran vela cuadrada en un mástil central, también estaban dotados de remos para cuando faltaba el viento o para maniobrar, en puertos, por el contrario, las naves menores, sobre todo las de uso militar, eran delgadas, estilizadas y muy rápidas, en grabados aparecen naves fenicias con un mascaron de proa, el peteco, que en las más pequeñas representa una cabeza de caballo, por eso los griegos llamaban hippos, caballos, a las naves fenicias.

Antes incluso del conocimiento de la navegación astronómica, el Mediterráneo se podía transitar con simples sistemas de cabotaje, recalando en la costa cada noche, durante el día siempre es posible avistar la tierra desde bastante distancia salvo en la Zona Meridional frontera entre Egipto y Libia y en los sectores intermedios entre las Baleares, Cerdeña e Italia, pero el simple principio de seguir el curso del sol podía ayudar a recuperar la orientación en cualquier momento.

La costa atlántica europea era tan enigmática como la africana, los fenicios de Cádiz conocían bien la llamada ruta del estaño o de las islas cassitérides, pero aún en época romana mantenían el secreto, de modo que los romanos tuvieron que descubrirla a base de su propia investigación, un piloto gaditano no dudó en hacer encallar su nave para que naufragasen también los romanos que le perseguían, la ciudad le indemnizó las pérdidas como premio a su celo por los secretos nacionales. Sin embargo, los gaditanos debieron ser más indulgentes con Himilcón, un cartaginés que efectuó el reconocimiento del Atlántico en dirección norte, da la impresión de que los gaditanos permitieron que Himilcón alcanzase las islas del estaño, pero a través de un larga ruta oceánica de cuatro meses de duración, que hizo que los cartagineses no volvieran a demostrar interés por frecuentarla. Aparte de su apoyo a las exploraciones cartaginesas, los gaditanos también colaboraron en expediciones griegas, como la de Pytheas a las Cassitérides, la de Authymenes por el litoral africano y la de Eudoxo por el mismo camino, este último viaje, narrado por Estrabón según un texto de Posidonio de hacia el año 100 a.C., se proponía comprobar la circunnavegación de África animado por el hallazgo de un hippus en la costa de Etiopía, este dato es ya una prueba de los grandes viajes que efectuaban los fenicios de Cádiz, a los que recurrió Eudoxo para obtener tripulantes, médicos e incluso un grupo de las famosas muchachas danzarinas de la ciudad.

Lo admitido por todos es que el nombre latino de Hispania es un derivado del “span” fenicio, el primer topónimo de la península, empleado por los comerciantes del extremo este del Mediterráneo, en la lejana Fenicia, que visitaron las costas del sur español con fines comerciales, según atestiguan 32 excavaciones arqueológicas. Como el alfabeto fenicio-hebreo carece de vocales, se pueden hacer múltiples combinaciones, tanto en caldeo como en hebreo bíblico, la palabra sphan significa el “aguilón” o “tierra del norte”, España debió este nombre a los orientales que sólo pudieron venir por el estrecho, embarcados costeando África.

La invención del alfabeto puede considerarse la aportación más importante de los fenicios a la cultura universal, la investigación reciente sobre la evolución de los sistemas de escritura en el Próximo oriente matiza este descubrimiento para señalar que el uso de un sistema alfabético de escritura aparece ya en el Sinaí, en el II milenio a.C., y puede considerarse un invento palestino o sirio adoptado por los fenicios, que lo extendieron pronto a Grecia. Aunque en el alfabeto fenicio no existían signos para las vocales su escritura era suficiente para expresar su lengua, los griegos cuando conocieron el alfabeto fenicio tuvieron que añadir los signos de las vocales.

Los fenicios se especializaron en la tintorería y aprovecharon el colorante que se extrae del molusco múrico para fabricar la púrpura, los desechos de moluscos forman verdaderas montañas junto a Sidón o Sarepta, pero también en Cádiz, lo que demuestra la transmisión de los secretos de la fabricación entre las colonias fenicias, el proceso de obtención de púrpura es lento y costoso, para producir un litro de tinte es necesario utilizar más de cien mil moluscos, razón por la cual sólo la realeza y la aristocracia pudiera “vestir púrpura”, además, los restos descompuestos de los moluscos producían malos olores, de modo que las fábricas estaban siempre a sotavento de las poblaciones, toda la lenta manipulación del tinte se debía hacer en recipientes de plomo para no alterar el color.

La base de la riqueza de Cartago fue el comercio, dirigido por compañías en poder de la aristocracia local, pero junto a esto existió una agricultura de primera fila que legó grandes conocimientos, por ejemplo, un ciudadano llamado Macón escribió un tratado sobre la materia que ocupaba 28 libros y que incluía consejos prácticos sobre los cereales, los tipos de suelos, los regadíos o los injertos, esta obra fue uno de los “tesoros” que los romanos se llevaron cuando redujeron la metrópoli africana a escombros.

Con la expansión romana, se produjo la asimilación de los conocimientos medico-veterinarios fenicios, sobre todo del tratado veterinario de Magón, general cartaginés pariente de Aníbal, cuya obra recoge en 28 volúmenes los conocimientos de los hipiatras griegos.