Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

miércoles, 29 de septiembre de 2010

la vida en el Nilo II





Egipto era una fábrica de alimentos y la economía faraónica se dedicaba al culto de la abundancia cotidiana: no la individual, porque la mayoría de la gente vivía basándose en pan y cerveza, en cantidades sólo un tanto superiores a las del nivel de subsistencia, sino a la de unos excedentes recogidos y custodiados en previsión de épocas difíciles, que estaban a disposición del Estado y de los sacerdotes, en un entorno de abrasadora aridez, que periódicamente se veía empapado de promiscuas crecidas. Parece que este Estado acaparador no existía para llevar a cabo la permanente labor de la redistribución, el mercado se ocupaba de ello, sino para aliviar las hambrunas. Los medios para reunir y almacenar cereales eran tan vitales como los sistemas de control de las crecidas, precisamente porque la magnitud de éstas era variable, un estado fuerte iba siempre unido a este tipo de previsión, había que imponer impuestos obligatorios a los cereales, transportarlos custodiados y mantenerlos vigilados.

La cronología de la desecación se ha ido construyendo a partir de muestras de suelo. A mediados del tercer milenio a.n.e., Egipto era ya una tierra “negra”, situada entre otras “rojas”, el equilibrio entre la franja ribereña del Nilo, construida por las crecidas, y un desierto que, a ambos lados de ella, se iba desecando poco a poco era ya prácticamente como es ahora. En el mismo milenio, la gama de modelos animales de que disponían los artistas perdió vigor y las escenas de caza pintadas mostraban zonas de caza que se iban convirtiendo en maleza, arena y piedra desnuda.

El ciclo hidrológico del Nilo marcaba el calendario egipcio, la primera estación comenzaba a mediados de julio, cuando el dios Jnum, de cabeza de carnero, abría las puertas de una inmensa catarata y se iniciaba la inundación, era el comienzo de la estación Akhet, que duraba hasta mediados de noviembre. La segunda estación, Peret, se alargaba hasta marzo, las aguas se retiraban paulatinamente y comenzaba el periodo de siembra y germinación. De abril a julio el año finalizaba con la estación de shemu, la época de maduración y recolección agrícola en plena sequía. La fuerza vivificante del río tenía una representación divina, en sus aguas se veía la encarnación del dios Hapy, dios andrógino, desnudo, como un pescador de los pantanos, verde y azul como el agua y olas en lugar de piel.

El transporte fluvial era uno de los rasgos que el mundo tenía en común con los cielos, el Nilo terrenal merece realmente clasificarse como arteria de la civilización, la cultura y el comercio podía fluir libremente desde la costa a las cataratas, el río también fue un unificador político. En el periodo predinástico se realizó la llamada maza del rey Escorpión II, en la que el rey aparece ataviado con la corona blanca, sosteniendo una azada en sus manos, cavando un canal, un portaestandarte precede al rey para anunciar la obra iniciada, mientras un sacerdote lleva en un capazo la tierra que el rey ha levantado, la región de las ciénagas y el desierto empezaba a transformarse en tierra cultivable.

Había vida antes del riego, mediante elaborados sistemas de esparcimiento del agua se podían crear pequeños microclimas, donde un jardinero podía hacer oscilar su saduf, un invento del tercer milenio a.n.e. (Imperio Nuevo): un palo con un cubo en uno de sus extremos y un contrapeso en el otro, que una sola persona puede meter en el agua, levantar hasta 1,5 metros, recolocar y volcar. En la época ptolomaica (siglos IV y III a.n.e.) surgieron la sakiya (noria con dos ruedas, una vertical que saca el agua y otra horizontal que se emplea con fuerza motriz animal) y el tornillo de Arquímedes, aun hoy pueden verse estos tres instrumentos en funcionamiento. Pero incluso sin recurrir a tal ingenio, el área cultural egipcia albergaba una gran diversidad natural, sobre todo en el delta, con sus abundantes marismas, donde las especies se arremolinaban para el recolector y el cazador. Aunque el alto Egipto era más uniforme, tenía granjas de pasto para la cría del ganado entre la llanura aluvial y el desierto, al igual que otros entornos susceptibles de civilizarse, Egipto era una intersección en la que se daban cita diversos hábitats. La renovación del limo era vital, porque el nitrógeno que contiene el suelo disminuye de una inundación a otra en torno a dos tercios en los cincuenta centímetros más superficiales. En Egipto, no importa cuantas capas de limo estén depositadas sobre el terreno, el manto cultivable es siempre bastante superficial, por lo tanto los agricultores tenían que vivir con las crecidas.

La cultura del Norte de África se mantuvo muy uniforme hasta finales de la última glaciación, y la formación gradual de Egipto representó un alejamiento de ese trasfondo, debido en gran parte a los cambios climáticos. Las características más sorprendentes de este proceso son la rápida aceleración de los cambios climáticos en los siglos que precedieron al comienzo del periodo dinástico, y la nula semejanza entre el Estado egipcio de la IV dinastía y sus antecedentes predinásticos, anteriores tal vez en medio milenio, no es que la cultura egipcia se hiciera entonces estática, sino que nunca más se dio tal fuerza de desarrollo, estableciéndose una continuidad desde el Imperio antiguo hasta el periodo romano, que no podemos encontrar entre el Egipto predinástico y el Egipto de los reyes.

Se han encontrado testimonios de comercio entre Egipto, el Sinaí y Palestina meridional en el periodo dinástico temprano, pero sigue sin resolverse si tal comercio estuvo acompañado de grupos de inmigrantes o de invasores. Fueron muchos los inmigrantes de Palestina, al parecer llegados en son de paz, que fueron empleados en los niveles más humildes de la sociedad egipcia, pero con todo, al menos uno de ellos llegó a ser rey de Egipto: Khendjer, probablemente estos inmigrantes provenían de los desplazamientos de población ocurridos después de 1.800 a.n.e., y fueron los adelantados del movimiento que iba a imponer el dominio extranjero en el segundo periodo intermedio, a finales de la XIII dinastía el delta oriental estaba densamente poblado de asiáticos. Alrededor de 1.640 a.n.e., el lugar que debía ocupar la dinastía XIII lo usurpó un grupo forastero, llamado convencionalmente los Hyksos.

Es indudable que la economía egipcia era fundamentalmente agrícola. En líneas generales puede decirse que Egipto era un país rico, en algunos momentos, el más rico. En el momento de la unificación del país, la economía había alcanzado un alto grado de eficacia, la agricultura se basaba exclusivamente en la inundación producida todos los años por el río, que llegaba al valle en el mes de julio y se retiraba en noviembre, por lo que las cosechas se recogían en abril y mayo, esta inundación había que regularla mediante una complicada red de canales y puestas en riego que debieron realizarse ya en la época predinástica.

Tenemos una excelente información sobre la vida agrícola en las mastabas del Imperio Antiguo y en las maquetas de las tumbas del Imperio Medio. Los mismos documentos arqueológicos nos ilustran sobre el tipo de arado empleado en la época del Imperio Medio, se trata de un arado de doble mancera, reja de madera y palanca uncida al cuello de dos bovinos. La agricultura cultivaba ante todo el grano (trigo y cebada), la principal producción de Egipto, pero no faltaron los cultivos de huerta: melones, habas, lentejas, chicharos, pepinos, cebollas, ó de jardín, como higos, uvas, dátiles, e incluso granadas, las viñas fueron abundantes durante toda la historia de Egipto, pero el vino no superó nunca el consumo de cerveza, como grasas vegetales se empleó el aceite de moringa e incluso el de oliva, aunque éste fue raro hasta que llegaron los griegos en la época helenística. El segundo gran cultivo egipcio fue, desde la época predinástica, el lino, de excelente calidad y uno de los monopolios reales, la recolección y preparación del papiro fue una industria de enorme volumen, también de monopolio real.

En la época de los Ramsés, el arado seguía siendo el mismo utensilio rudimentario que habían desarrollado los primeros labradores, incluso en la época baja no se recurrió a otro instrumento, apenas servía para arañar un suelo muy mullido, sin malas hierbas ni piedras. Para estas labores se utilizaban vacas, nunca bueyes, su reducido tamaño en las pinturas, muestra que no se les exigía pesados esfuerzos, lo que nos hace pensar que había vacas suficientes como para satisfacer las necesidades de los consumidores de leche y de los campesinos, en cuanto a los bueyes, se reservaban para los entierros, ellos eran los que tiraban del sarcófago, también eran ellos los que arrastraban los grandes bloques de piedra, de modo, pues, que si se araba el campo con vacas era porque bastaban para esa faena, el perjuicio consecuente para la producción de leche sólo era momentáneo y por ello no se renunciaba a su utilización.

El arado no era el único instrumento utilizado para cubrir la simiente, según el terreno, se podía emplear el azadón y el mazo. En los campos que habían estado inmergidos durante mucho tiempo, todo el trabajo se podía ahorrar soltando en ellos a un rebaño después de haber sembrado, los bueyes y los asnos eran demasiado pesados, se recurría a un rebaño de ovejas, el pastor ponía algo de comida en su mano y se la daba a la oveja que iba en cabeza, que le seguía dócilmente y arrastraba al resto del rebaño. Por razones que desconocemos, en el Imperio Nuevo se prefiere a piaras de cerdos para este trabajo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

La vida en el Nilo (I)





Los antiguos egipcios denominaban a su país Kemet, (tierra negra), debido al color negro del limo llevado y depositado por la inundación anual del Nilo que fertilizaba las tierras cultivables. Kemet era la zona habitada y donde era posible el cultivo de los campos. Egipto era sólo la tierra fértil del valle (Alto Egipto) y del Delta (Bajo Egipto). El resto era Dehseret, (la tierra roja), llamado así por el árido color de las arenas del desierto deshabitado, yermo e infecundo.

El Nilo también dividía el país en dos mitades: Cabet (oriente), e imenet (occidente). Para el pueblo egipcio, el recorrido que realizaba el sol en el horizonte tenía importantes connotaciones funerarias. El sol desaparecía cada atardecer por occidente, simbolizando la vida y la resurrección. Por ello, las ciudades y las aldeas de los antiguos egipcios se ubicaban siempre en la ribera este del Nilo; y las necrópolis y los templos funerarios, en la orilla oeste.

Hacia el año 10.000 a.n.e., las altiplanicies saharianas estaban repletas de flora y fauna. Sus habitantes vivían de la caza y la recolección, y también explotaban los recursos acuáticos de lagos y ríos. Sin embargo, como consecuencia de los severos cambios climáticos que se produjeron en el norte de África entre el 6000 y el 5000 a.n.e., se abrió en el Sahara una etapa árida conocida como Gran Árido medioholocénico. Huyendo de la desertización las poblaciones nómadas de esas regiones víctimas del nuevo clima extremadamente seco, abandonaron su hábitat ancestral y se asentaron a lo largo del curso del Nilo. Entonces se produjo la simbiosis entre el hombre y el Nilo, característica de la civilización faraónica.

El Alto Egipto, “la tierra del junco” (Ta Shemahu), se extendía desde el sur de Menfis hasta la primera catarata, en Asuán, más allá de la cual estaba Nubia. Al bajo Egipto los egipcios lo denominaban Ta mehu, “la tierra del papiro”, por la gran profusión de esta planta en la zona. Comprendía la fértil región del Delta desde Menfis, e incluía el oasis de El fayun, de gran importancia económica.

A finales del IV mileno a.n.e. el valle del Nilo estaba en plena efervescencia. Por todas partes comenzaban a aparecer entidades políticas de distinto calado y con diversos grados de madurez, desde Nubia hasta el Delta. Los más consolidados de estos centros terminaron siendo Hieracómpolis, Abydos y Nagada, distribuidos en torno a la región tebana. Mientras en el resto del país los jefes, caudillos y cabecillas de poblado luchaban para afirmar su poder, estas tres poblaciones ya hacía algún tiempo que habían sobrepasado ese estadio. En ellas (y probablemente también en Qustul, en Nubia) habían surgido entidades políticas más homogéneas y poderosas, gobernadas por lo que conocemos como protorreyes.

Lógicamente, uno de los elementos utilizados por estos monarcas para dejar constancia de su dignidad como reyes fueron sus enterramientos. Éstos se localizaron en Abydos, convertida en la necrópolis de todos los soberanos de la primera dinastía y de los dos últimos de la dinastía siguiente. Es aquí donde aparecieron los elementos que más tarde darían lugar a los complejos funerarios con pirámide.

El primer elemento distintivo de las tumbas predinásticas es la orientación de los cuerpos de los difuntos, que siempre encontramos dispuestos de norte a sur (en el sentido del Nilo) y con la cabeza mirando al oeste, el lugar donde se ponía el sol y se situaba el reino de los muertos. El segundo rasgo característico de estas sepulturas se relaciona con la crecida del Nilo, un fenómeno muy presente en la ideología faraónica.

Ningún egipcio de la época pudo dejar de observar que, tras la retirada de las aguas de la crecida, lo primero que surgía eran las colinas más altas, lugares donde, en poco tiempo, la vida volvía a crecer con todo su esplendor tras los meses de inundación. Fue así como surgió la idea de la colina primigenia, que emergía de las aguas primordiales donde reinaba el dios Nun y de las que surgía el demiurgo, que desde ella creaba el mundo (Ra).

Por otra parte, desde tiempo inmemorial, los habitantes del valle del Nilo enterraban a sus muertos en la arena del desierto, evitando la valiosa tierra fértil de los cultivos. Como es bien sabido, cuando se cava un agujero en el suelo, a la hora de taparlo siempre sobra tierra, que acaba encima formando una pequeña colina. Dado que en el sur del país los muertos se acompañaban de un valioso ajuar funerario (justo lo contrario de lo que sucedía en el norte), muchas de estas tumbas eran saqueadas al poco tiempo de haberse excavado y, puesto que tampoco eran muy profundas, los animales carroñeros podían llegar a desenterrar los cuerpos. De este modo, los egipcios observaron como resultado de la acción secante de la arena, que se bebía los fluidos de la descomposición, estas momias naturales que conservaban intactos los rasgos del difunto. Esto sólo podía significar que enterrarse bajo una colina preservaba de la muerte, por lo que los nuevos soberanos decidieron que era imperativo situar sus tumbas bajo un montículo. Renacer en el otro mundo era su privilegio y deseaban contar con todos los elementos necesarios para lograrlo.

Las tumbas reales de la dinastía I pueden no parecernos demasiado espectaculares, pero en su momento supusieron un avance notable. En las primeras tumbas no había acceso desde el exterior, pero a partir de Djet (el 4º rey de la dinastía I) contaron con una escalera, que quedaba completamente enterrada y rellena de arena tras depositar el cuerpo.

Las tumbas estaban cubiertas por una techumbre de madera sobre la cual se disponía con sumo cuidado la famosa colina primigenia, ajustada a los límites de la tumba y delimitada con muretes de adobe. Consistía en un montón de arena y cascotes que luego se enlucían y encalaban. Lo curioso es que esta colina, como toda la tumba, quedaba por debajo del nivel del suelo y no era visible.

Uno de los elementos más sorprendentes de los enterramientos es el gran número de servidores que eran sacrificados con el rey, hasta 590 se han contabilizado en torno a la tumba de Djer (tercer rey de la dinastía I), hombres, mujeres, enanos, y algunos de sus perros favoritos eran enterrados en torno a su tumba y al “palacio funerario”, unido a la tumba por una avenida ( el palacio funerario era destruído poco después de ser edificado), y señaladas en la superficie con pequeñas estelas de piedra.

Mientras que los reyes se enterraban en Abydos, los miembros destacados de la corte, por su parte, eran sepultados en Saqqara. Para ellos se creó un nuevo tipo de tumba: la mastaba, construcción de ladrillo rectangular que incluía una “fachada de palacio funerario”.

El tipo de tumba real descrito desapareció temporalmente durante la dinastía II, cuando los reyes tinitas decidieron enterrarse en Saqqara, junto a Menfis, la capital. Tras el breve retorno de los dos últimos reyes de la dinastía II a la necrópolis de Abydos, fue Djoser, primer rey de la dinastía III, quien trasladó definitivamente las tumbas reales ala necrópolis de Saqqara. En un principio, Djoser pensó en enterrarse exactamente del mismo modo que sus predecesores, es decir, bajo una colina artificial cuadrada y dentro de un recinto amurallado. Sea como fuere, lo cierto es que en un momento dado cambió de idea por una mastaba, después de haber ampliado en dos ocasiones su mastaba cuadrada, Djoser, decidió que su tumba necesitaba un cambio. Resolvió, entonces, convertirla en un edificio de cuatro escalones ( y no cuatro mastabas sucesivas, como se creía). No satisfecho con eso, al poco tiempo decidió sumarle un par de alturas más, hasta dejarla en el edificio de seis alturas de todos conocido. Se trata de una construcción que posee el perfil de una escalera, que es justo uno de los métodos que necesita el soberano para alcanzar el firmamento y reunirse con los dioses.

Se conseguía así unir en una única superestructura las bondades de la colina primigenia y la posibilidad de utilizarla como medio de acceso a las estrellas denominadas circumpolares, que nunca desaparecen del firmamento nocturno y que eran consideradas por los egipcios como la morada de los dioses.

El templo de Ra en Heliópolis, si bien menos conocido que el de Karnak, sobrepasa a éste en tamaño. Aunque apenas quedan restos de él, se sabe que existió al menos desde la dinastía II y que fue el centro del culto al dios sol. El elemento central de los ritos que en él se realizaban era la piedra ben-ben Se desconoce exactamente cómo era esa piedra, pero las pocas representaciones que de ella aparecen en los relieves la muestran como un cono con la punta achatada. Su forma y significado han llevado a sugerir que podría tratarse de un meteorito metálico, un tipo de adoración que hoy perdura en la Kaaba, el santuario de La Meca donde se conserva la piedra sagrada del Islam