Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 8 de abril de 2010

Evolución del pensamiento.




Todo lo que hay de netamente religioso en la mente humana tiene su base en el animismo, la creencia de que los hombres comparten su mundo con una población de seres extraordinarios, extracorpóreos, en su mayoría invisibles, que comprenden desde el alma y los espíritus hasta los santos y las hadas, los ángeles y querubines, los demonios, genios, diablos y dioses. Donde quiera que la gente crea en la existencia de uno o más de estos seres, habrá religión. Las creencias animistas están generalizadas en todas las sociedades, después de un siglo de investigación etnológica, está todavía por descubrir una sola excepción a esta teoría.

Una creencia que vuelve a aparecer una y otra vez en momentos y lugares diferentes no puede ser el producto de una mera fantasía, por el contrario, debe fundamentarse en hechos y experiencias de carácter igualmente recurrente y universal. Señalemos a los sueños, trances, visiones, sombras, reflejos y la muerte, durante los sueños el cuerpo permanece acostado, sin embargo, otra parte de nosotros se levanta, habla con la gente y viaja a tierras lejanas. Los trances y las visiones provocados por drogas constituyen, asimismo, una prueba clara de la existencia de otro yo, distinto y separado del cuerpo, las sombras y las imágenes reflejadas apuntan a la misma conclusión, incluso en plena vigilia, la idea de un ser interior, un alma, da sentido a todo lo anterior, es el alma la que se aleja mientras dormimos, permanece en las sobras y nos devuelve la mirada desde el fondo del estanque, y, sobre todo, el alma explica el misterio de la muerte: un cuerpo sin vida es un cuerpo privado de su alma para siembre. Señalemos, de paso, que no hay nada en el concepto de alma que nos obligue a creer que cada persona tiene sólo una.

Si bien los pueblos preestatales ocasionalmente rezaban a los grandes espíritus, o incluso los visitaban en sus trances, el núcleo de las creencias animistas solía ser otro, desde el punto de vista del ritual, la categoría principal de seres animistas eran los antepasados de la banda, la aldea, el clan o los otros grupos de parentesco cuyo miembros creían descender de una estirpe común.

En consonancia con la ideología de la filiación, los pueblos del nivel de las bandas y aldeas acostumbran a conmemorar y aplacar los espíritus ancestrales de la comunidad, gran parte de lo que se conoce como totemismo y fetichismo no son sino una forma de culto difuso a los antepasados, la gente, de conformidad con las normas de filiación imperantes, expresa el reconocimiento de la comunidad a los fundadores de su grupo de parentesco tomando el nombre de animales o de fenómenos de la naturaleza, este reconocimiento incluye a menudo rituales destinados a alimentar, proteger o asegurar la multiplicación de los tótems animales o naturales y, por ende, a proteger la salud y el bienestar de los hombres.

El oso es reverenciado por todos los pueblos de la taiga, desde Escandinavia al Japón, desde Alaska hasta Québec, se le denomina el “señor del bosque”, el “animal sabio y sagrado”, el “viejo zarpas pulidas”, se supone que el oso todo lo oye y todo lo comprende, por eso, a la hora de cazarlo, se habla de manera alegórica y en voz baja, y antes de matarlo dentro de la guarida, le despiertan, por respeto. Lo que es mas interesante es ver como al oso no se le nombra con su verdadero nombre en muchas lenguas, porque la palabra oso fue considerada un tabú lingüístico (los nombres que sustituyen al nombre tabú se llaman “nombres NOA”, del término polinesio “permitido”). Los rituales del culto del oso, como también las fiestas especiales que se le dedican en diversas culturas, tienen, en general, una doble finalidad, en primer lugar, desligarse de la culpa por la muerte del oso y, en segundo lugar, ofrecer la posibilidad de resucitar, sin embargo, este culto a los osos muestra rasgos especiales en cada pueblo.

El oso es tema poco representado en el arte correspondiente al Paleolítico Superior, aun cuando aparezca en ocasiones, el no sea animal muy representado ha sido relacionado con la idea de que no fuese un animal tótem, ahora bien, tal vez tan solo demuestre que no era un animal del espectro cinegético de los grupos de cazadores especializados. Un dato de interés reside en que durante el Paleolítico y una parte del Neolítico el oso y el hombre compartieron el mismo espacio físico: las cavernas. Si bien es en el segundo de los casos cuando algunas cavidades se emplean como lugares de enterramiento, o de culto, lo cual ha llevado a algunos investigadores a establecer un nexo de unión…, algo así como un panteón de los antepasados del que surge un oso. Tampoco se puede olvidar que el oso es uno de esos seres vivos que “mueren” y “renacen”, una suerte de Osiris animal, lo cual debió de intrigar a los hombres prehistóricos.

Colecciones de huesos de oso ampliamente dispersas por los yacimientos sugieren un “culto al oso”, especialmente en Drachenloch, en suiza, donde un cierto número de cráneos de oso fueron encontrados apilados en un “arca” de piedra. Se cree que el “arca” de piedra había sido fabricada por los neandertales, que habrían habitado a la entrada de la cueva, la parte superior de la estructura estaba cubierta por una sólida losa de piedra, en el interior estaban las calaveras de siete osos con los hocicos dispuestos frente a la entrada de la cueva u aún mas, dentro de la cueva había otras seis calaveras de oso en nichos a lo largo de la pared, cerca de estos restos, atados en manojos, huesos de extremidades pertenecientes a diferentes osos.

Estos tipos de restos, en diferentes yacimientos, permiten suponer un “culto al oso de las cavernas”, otro ejemplo característico consiste en el hallazgo de una calavera de oso de tres años con la mejilla perforada y atravesada con un hueso de pierna de un oso joven, descansaba sobre dos huesos de otros dos osos, en una disposición que difícilmente podía haber sucedido al azar.

En cuanto al H.sapiens, las raíces de la religiosidad humana moderna pueden haber encontrado un ancestro inesperado en una pequeña cueva de Botswana, en las colinas de Tsodilo, en pleno desierto de Kalahari, allí se han encontrado restos de una enorme talla de piedra que corresponde a una serpiente pitón que, según las conclusiones de los investigadores, debió ser adorada por los H.sapiens que habitaban ese territorio africano hace 70.000 años, Hasta ahora los primeros restos de rituales de adoración de que se tenían datos situaban esta práctica en Europa 40.000 años atrás. La roca con forma de serpiente tiene una longitud de seis metros y dos de altura, se encontraron en ella entre trescientas y cuatrocientas muescas ejecutadas por la mano del hombre.

Los hombres adoraron a los animales por representar teofanías (manifestaciones de lo divino), usando sus formas familiares para demostrar lo que ellos pensaban sobre las verdades espirituales de la vida. Estos animales representaron conceptos más trascendentes que su misma figura; son sus características esenciales, modalidad de lo sagrado, las que los acercaron y unieron al hombre, al cosmos y a la sacralidad de la naturaleza. Los animales parecen permanecer estáticos a través de sus generaciones, aparentemente no cambian, compartiendo en este sentido la permanencia fundamental del universo y por ello mismo su elemento divino. El animal, como arquetipo, representa las capas profundas de lo inconsciente y del instinto. Ellos representan los principios y las fuerzas cósmicas, materiales y espirituales. Eran el receptáculo de la potencia divina. Es comprensible que el asombro y la admiración del hombre hacia los fenómenos naturales lo llevaran en la época histórica a deificarlos; por ello no es ilógico que los animales, favorecidos con cualidades extraordinarias y además más cercanos a él, fueran también elevados a esa categoría.

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