Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

viernes, 4 de marzo de 2011

Egipto y los animales sagrados (I)





Uno de los rasgos más sobresalientes e interesantes de su cultura y en especial de su religión, fue el culto que siempre rindieron a los animales, los cuales fueron en todo momento centro de veneración y hasta el final jugaron un papel preponderante. Entre ellos sobresalió en importancia el toro, cuyas connotaciones tanto prácticas como religiosas, fueron de gran importancia para el pueblo egipcio.

Desde la protohistoria, Egipto estuvo dividido en nomos, muchos de los cuales tenían como emblema un animal que en la época histórica se antropomorfizó, aunque hubo también dioses que desde el principio se manifestaron sólo como hombres, como Atum, Ptah y Osiris o como objetos, el pilar Dyed y como plantas el Sicomoro.

Los egipcios adoraron a los animales en todos los períodos de su historia, con mayores o menores grados de intensidad, siendo su culto parte integral de la religión egipcia. El culto oficial se dirigía únicamente a un solo individuo de la especie y no todos los animales sagrados eran adorados en todos los nomos. Las creencias se inician siendo extremadamente localistas, dándose el caso de un animal adorado en una región y odiado y perseguido en otra. Por ejemplo tenemos al icneumón (mangosta) teofanía de Atum, que se alimentaba con los huevos del cocodrilo, por lo que en las localidades en donde este saurio era sagrado, aquel animal no era querido y menos adorado.

Los principales animales sagrados fueron:

Los toros, encarnación de Ptah, Ra, Montu y Osiris y adorados en Menfis, Heliópolis y Hermonthis.

La gata representante de Bastet de Bubastis

El carnero, alma de Amón y de Jnum y adorado en Mendes, en Tebas, en Elefantina, en Esna y en Heracleópolis

El cocodrilo, Sobek cuyo centro era Cocodrilópolis y Kom-Ombo.

Hathor representada por la vaca y adorada en varios templos, los más importantes en Dendera y Afroditópolis

Y los halcones representantes de Horus en Edfú y Filae.

Desde épocas protohistóricas el hombre puso atención en determinados animales. De la época Badariense (4.500 a.n.e., Alto Egipto) atestiguan este culto los cementerios de toros, chacales, carneros y gacelas enterrados con toda clase de ceremonias y envueltos en sudarios de lino y esteras. En Heliópolis se han descubierto entierros de gacelas muy semejantes a los entierros humanos, en cuanto a riqueza. Curiosamente cerca de ellos había perros enterrados sin ningún cuidado especial. En la necrópolis de Merimde (4500 AC, Bajo Egipto) se han encontrado grandes cantidades de huesos de hipopótamo enterrados en el suelo en forma vertical, en sitios que seguramente marcaban un lugar sagrado o al menos especial. Este animal llegó a ser después una diosa muy popular entre el pueblo, diosa de las parturientas y de la lactancia, aunque alejada del culto oficial. Y desde entonces, a través de siglos enteros, los animales fueron objeto de la veneración y el culto popular y oficial. De diversas épocas, se han encontrado animales embalsamados que van desde un enorme toro hasta un pequeño abejorro. Es a partir de la Dinastía XXI, en el Tercer Período Intermedio, que los animales, antes vistos como manifestación de lo divino, son además venerados por sí mismos, especialmente el toro, el cocodrilo y el gato. Ahora, en algunos casos, no se adora exclusivamente a los animales portadores de marcas especiales, sino a toda la especie. Ello dio como resultado la gran cantidad de animales embalsamados que se produjeron, aunados a los que se llevaban como ofrenda a los santuarios. Incluso, cerca de Saqqara, se encontraron tantas momias de gato que durante años se usaron como abono para las plantas. En la Época Baja, después de las invasiones asiria y persa, el hombre perdió la fe en los dioses lejanos que según parecía lo había abandonado y entonces volvió los ojos a los de carne y hueso, sus animales sagrados. Pensaban que ellos no los abandonarían, pues estaban presentes en su vida diaria. Se han encontrado gran cantidad de figuras de animales tanto en los templos como en las tumbas y en las casas habitación, de diversos materiales como bronce, basalto, madera, lapislázuli y otras piedras preciosas y semipreciosas. En los templos y tumbas generalmente se colocaban los de bronce, piedra y madera; los de piedras preciosas y semipreciosas servían como amuletos para la vida y para la muerte. Las de las casa se hacían de fayenza.

El culto a los animales se transmitió a las sectas gnósticas que se desarrollaron en Egipto durante los dos primeros siglos del cristianismo, resultando extraños dioses, como Abraxas (dios con cabeza de gallo, cuerpo humano y piernas de serpiente) y Jolnubis (sol eterno con cabeza humana con siete rayos).

Los objetos sagrados, ya sean animales, plantas, lugares u objetos no se veneran por sí mismos, sino que se les considera sagrados porque revelan la realidad última o porque participan de ella. Se llega a este estado mediante su misma facultad de ser, como el sol, la luna y la tierra; o por su forma que nos sugiere o simboliza otra cosa como la serpiente o el caracol o por una hierofania, cuando ese objeto se sacraliza por medio de un ritual o por el contacto con alguien o algo sagrado.

El ganado vacuno fue, en los inicios de su historia, el sustento del pueblo, a cuyas expensas pudieron desarrollarse e iniciarse en otras actividades más remunerativas para sobrevivir y para sobresalir. En el aspecto religioso el toro representó en sus principios, la fertilidad y la fuerza y pronto, relacionado y encarnando a diversos dioses, pudo estrechar el vínculo entre estos y los hombres. El toro se vuelve un objeto sagrado en el cual se lleva a cabo la paradoja de ser a un mismo tiempo él mismo y por el otro lado un dios celeste íntimamente relacionado con la fecundidad, que es uno de los atributos de algunos de los dioses creadores celestes, ya que el cielo es la región en donde se decide la fertilidad de la tierra. Se veneran en este animal sus posibilidades fecundantes. El toro evoca la idea de potencia y de fogosidad irresistible, es pues el símbolo de la fuerza creadora y por ello se le relaciona con el sol, por el fuego de su sangre y la radiación de su semen y, sobre todo, con la luna a la que desde épocas muy tempranas se le atribuyó la concesión de la fecundidad universal, por medio de la distribución de las aguas y las lluvias. Sugirió al hombre y solidarizó en su mente, hechos tan esenciales en la vida como el nacimiento, la evolución, la muerte, la resurrección, el agua, las plantas, el ciclo de la mujer y la fecundidad. Fue rápidamente asimilada a los cuernos del toro que desde las culturas neolíticas representan la fertilidad, la creación periódica y la vida inagotable de la Luna. Los cuernos son la imagen de la luna nueva y los cuernos dobles seguramente representarían dos lunas crecientes, dando como resultado una síntesis del pensamiento que los llevaría a la idea de la evolución astral total. Por otro lado, los cuernos representan, tomando en cuenta sus extremos, la fuerza viril del dios; pero haciendo referencia a su base, más ancha, su relación es con la tierra que fructifica. Así pues la luna en menguante asemeja a las astas del toro y cuando se abulta, cada determinado tiempo representando el estado de gravidez, se iguala a la base del cuerno. Al toro también se le asoció con el sonido del trueno similar a su mugido y con el huracán ya que la lluvia fertiliza igual que su semen. Ambos representan así, la vital fuerza fecundante de la naturaleza.

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