Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 21 de octubre de 2010

LOS SANADORES EGIPCIOS (I)






La medicina fue la ciencia en la que los egipcios adquirieron mayor fama por toda la antigüedad, e incluso para la conciencia posterior, se suponía que la experiencia adquirida por los embalsamadores les facilitaba el conocimiento de la anatomía y la fisiología humanas, y no fue del todo así, por la misma razón que un carnicero actual suele ser algo lego en anatomía y fisiología animales, la razón en ambos casos es que ni el embalsamador egipcio ni el matarife actual se preocupan lo más mínimo por entender lo que sucede al cuerpo como unidad viva. La medicina no es para un egipcio el resultado de unos conocimientos técnicos, es decir, suponían que el sano no tenía nada que ver con el enfermo, la enfermedad era siempre un efecto de potencias hostiles, potencias ocultas y no reducibles a un examen objetivo. Ante ese planteamiento era necesario recurrir a otros poderes igualmente irracionales como eran la magia y la hechicería.

Los egipcios no han tenido la amabilidad de dejarnos un manual de embalsamar, pero el proceso se conoce a grandes rasgos desde que Herodoto lo escribiera por primera vez en el siglo V a.n.e., nos habla de tres tipos distintos que eran más o menos cuidados y exhaustivos dependiendo de su precio. Reyes y personajes de relevancia recibían el embalsamamiento de mayor calidad, un proceso que los especialistas modernos han determinado que constaba de hasta catorce pasos diferentes.

Tras ser lavado y dispuesto el cadáver era conducido al lugar del embalsamamiento, donde el cerebro era convertido en pulpa mediante una varilla introducida por la nariz o desde el agujero occipital, en algunos casos. Seguidamente se le hacía una incisión en el lado izquierdo del abdomen, por donde se sacaban el hígado, los pulmones, los intestinos y el estómago, cada uno de los cuales era a su vez momificado y conservado en un vaso Canopo bajo la protección de uno de los cuatro hijos de Horus y la custodia de una de cuatro diosas. Vaciado el cuerpo, su interior era rellenado con saquitos de natrón, resina, mirra y lino, destinados a desecarlo por dentro. Una vez relleno, el cuerpo era cubierto por hasta 300 kilos de natrón (una sal natural) y así permanecía cuarenta días. Pasado este tiempo, el cuerpo era limpiado, vaciado su relleno y finalmente vendado, la momia estaba lista.

El cerebro era desechado y hasta maltratado por los antiguos embalsamadores, no le conferían ninguna función importante (deposito de mocos). Los riñones se mantenían en su localización habitual, el corazón era el protagonista principal como fuente de todas las funciones y del intelecto, por este motivo se mantenía en el tórax, su presencia es patente en todo el cuerpo como lo demuestran las vibraciones que los médicos observaban por todo él.

Los jeroglíficos anatómicos que muestran figuras humanas con órganos internos de animales hacen pensar que los médicos egipcios no aprendieron anatomía de los embalsamadores (que nunca diseccionaban los cadáveres), sino estudiando el trabajo de los matarifes rituales que en el templo sacrificaban reses y otros animales bajo la dirección de un sacerdote-inspector. Sin embargo, el espíritu de observación de los profesionales egipcios desarrolló un camino de indagación directo que fue acumulando experiencias del más alto interés y que, en muchos casos, dieron soluciones bastante acertadas para la curación de las dolencias que aquejaban a los pacientes. Disponemos de tres fuentes: estigmas de enfermedades en los restos cadavéricos, representación en el arte de anomalías físicas y la interpretación de ciertos papiros.

La conservación de algunas momias ha permitido en los últimos tiempos, hacer estudios retrospectivos de gran precisión, pero una gran parte de los datos se han enmascarado aunque pueda extrañarnos por la gran incidencia de afecciones parasitarias, la esquistosomiasis, que todavía es una plaga en nuestro siglo, se halla abundantemente representada. El Tracoma Viral, causa muy común de ceguera, se transmitía por el contacto de unas manos con otras y a través de las abundantes moscas, la Tenia parasitaria se adquiría por contacto con perros, ganado y otros infestados, la tierra contaminada por heces transmitía nemátodos y lombrices, el agua estancada podía albergar lombrices y otros parásitos que provocaban dolor intestinal y afecciones renales.

Entre las enfermedades infecciosas que dejan huella clara destaca la tuberculosis, en algún lugar de alta presencia de estas lesiones en los cadáveres que se han conservado llevó incluso a pensar que se trataría de enterramientos de un sanatorio, el hallazgo de depósitos pulmonares de polvo de piedra, silicosis, no es infrecuente, lo que indica ya la existencia de una patología de origen laboral antigua, también son abundantes las descripciones de lesiones traumáticas de tipo y localización muy diversos: heridas, luxaciones y fracturas. También anomalías que apuntan a la existencia de poliomielitis, y, por supuesto, graves abrasiones presentes en las dentaduras, junto con la pérdida de buen número de dientes y tremendos abscesos maxilares. La esperanza de vida media para un hombre era aproximadamente de 35 años, y para una mujer de 30, la mortalidad infantil era muy elevada, el parto tenía lugar (al menos desde el Imperio Nuevo) en cabañas situadas en el jardín o tejados de las casas, en ellas las comadronas ayudaban a las mujeres, puestas en cuclillas sobre unos ladrillos, a dar a luz, mientras recitaban conjuros mágicos de protección para la madre y el hijo. Las personas que sobrepasaban la esperanza de vida media y llegaban a una edad avanzada, sufrían artritis y tumores óseos.

Otras afecciones se describen con menos frecuencia, aunque en ocasiones de manera totalmente clara, incluso identificables, por la precisión de los síntomas en una lectura actual, así probablemente, en el papiro Ebers, que data de hace 3.500 años, se ve la primera descripción de un infarto de miocardio, también se reconoce el relato de ataques epilépticos. Las lesiones óseas y articulares tienen una presencia importante, desde artritis de cadera o de columna a quistes óseos, anomalías de la patología dental aparecen más frecuentes en los periodos medios y tardíos que en los antiguos, tal vez se deba a diferencias en la alimentación.

Uno de los testimonios más antiguos demostrados científicamente que ha llegado hasta nosotros es el caso de un adolescente que vivió durante el Predinástico tardío (aproximadamente en el 3.200 a.n.e.), mediante técnicas de laboratorio (ELISA) se encontró la piel del cadáver muy contaminada por parásitos (esquistosomas), lo que probablemente originó su temprana muerte. De los varios tipos de especies responsables de la enfermedad, la que contamina las aguas del Nilo, sobre todo en el sur de Egipto y el norte del actual Sudan es el Esquistosoma haematobium.

La esquistosomiasis, como ya se ha dicho, es diagnosticada con gran antigüedad, el papiro Ebers dedica una columna para “el tratamiento y prevención de enfermedad de la orina”, particularmente hace una descripción de los síntomas de esta enfermedad. Aparte de la momia recogida anteriormente se han confirmado científicamente huevos calcificados de Esquistosoma en la vejiga urinaria de una momia de la XX dinastía y en la mucosa del colon de otras, en otro caso, un adolescente, llamado Nakht, también se comprobó la misma infestación que determinó su temprana muerte.

La primera referencia a un texto médico egipcio nos la relata Manetón, se trata de un tratado de anatomía atribuido a Dyer, rey de la I dinastía, otro texto mítico, atribuido al dios Thot, se encuentra también entre los supuestos libros más antiguos, constaría de 42 columnas sobre anatomía, enfermedades y remedios para paliarlas, aunque no se haya encontrado se piensa que los papiros médicos podrían estas basados en este tratado. Entre los papiros médicos que nos han llegado destacan: El de Ebers (es el mas importante tanto en extensión como en contenido), el de Hearst, el de Londres-Leyden, el de Edwin Smith, los del Ramesseum (los mas antiguos), el de Kahoun, el de Berlin, el de Carlsberg, y el de Chester Beatty. Podemos diferenciar tres tipos de sanadores, cada uno de los cuales se encargaba de uno de los tres conceptos distintos de enfermedad:

Sacerdotes (wabw, vab), de Thot o de Sekhmet/Sejemet, eran mediadores entre el enfermo y el dios, combatían aquellas patologías atribuidas a un castigo divino mediante oraciones y también solían recurrir al uso de medicamentos y drogas.

Médico laico (swnw, Sun-nu), “el hombre de los que están enfermos” curaban enfermedades orgánicas (las que creían que estaban originadas por causas naturales, mediante tratamientos que combinaban medicinas, remedios inmovilizaciones y cirugía, no siempre eficaces.

Mago (sa.u), se encargaba de las posesiones demoníacas y libraba al enfermo de ellas mediante la coacción mágica.

Otra cosa era la medicina de los altos círculos cortesanos, que conocemos ya en el Imperio Antiguo (jefe de los médicos, inspector de los médicos, jefe de los médicos del Norte y del Sur), en este momento aparecen dentistas y oftalmólogos (Sun.ir), así como especialistas para enfermedades internas y digestivas (médico del trabajo, custodio del ano, el que hace cauterizaciones, médico-interprete de los líquidos ocultos, etc..), como claro ejemplo destaca el médico-odontólogo Hesy-Ra ( que fue “jefe de dentistas”, como atestiguan seis impresionantes estelas de madera que alberga el Museo Egipcio de El Cairo), el considerado como más antiguo conocido, que nos ha llegado a través de algunas pinturas del 2.650 a.n.e., ó el de la médica Peseshet, una mujer que vivió a caballo de las dinastías V y VI, “directora o supervisora de los médicos”, como se la menciona en una tumba, tal vez la de un hijo suyo. Y el caso de Qar, cuya mastaba indica que fue uno de los médicos de la dinastía VI (la más antigua de un médico encontrada hasta la fecha) y que está decorada con singulares escenas pictóricas, entre las que destacan las del nacimiento de un ternero y la de un toro montando a una vaca.

Según la teoría de “el cuerpo nace sano”, los egipcios identificaron cuatro causas distintas que provocarían enfermedades:

El viento como concepto de masa de aire que se mueve y como concepto de enfermedad (miasma).

Los gusanos de la piel, heridas e intestinos.

Los alimentos en mal estado o en malas combinaciones.

La circulación de materias morbosas por las venas (mtw), esta creencia podría haber sido la base de la doctrina humoral formulada posteriormente por los griegos.

Se sabe que los médicos trabajaban ayudados muchas veces por especialistas que equivaldrían a nuestros enfermeros y auxiliares (wt), de los que nos han llegado referencias indirectas (en paradero desconocido) a través de un supuesto tratado relativo a los wt en el papiro de Smith. Otro detalle interesante con respecto al cuidado de la salud es que ésta se hacía extensiva por parte de algunos médicos al mundo animal, con lo que convertían la actualidad Veterinaria en una especialidad más.

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