Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 30 de junio de 2011

Roma.





Hacia el año 900 a.C., siglo y medio antes de la fundación oficial de Roma, el sur de Etruria experimenta un cambio que habrá de tener grandes repercusiones: el abandono de muchísimas aldeas rurales y la concentración de sus habitantes en núcleos urbanos antes inexistentes. Esas incipientes ciudades son escenario de considerables progresos, el primero de ellos, la división del trabajo, la aparición del artesano profesional, productor en masa para un mercado local o comarcal.

Pese a su vecindad con los etruscos meridionales, los latinos, de espíritu conservador y receloso de innovaciones foráneas, no se precipitaron a secundar aquel movimiento, sobrevive un sistema de aldeas independientes, la lengua de sus pobladores, indoeuropeos, nada tiene que ver con la de los etruscos, y sí en cambio con la de los osco-umbros o umbro-sabélicos, llegados a la península italiana más tarde que ellos y presionando activamente sobre ellos, estos umbro-sabélicos estaban ya diferenciados en sabinos, lo más próximos a Roma, y volscos, ecuos y hérnicos, Tíber arriba, en la margen derecha del río, radicaba otro pueblo al que se habían superpuesto los sabinos, pero cuya lengua estaba estrechamente emparentada con el latín, los faliscos. Aparte de la lengua común, los habitantes del Latinun Vetus estaban unidos por vínculos de carácter religioso, manifiestos en los santuarios a que se acudía en romería (concilium): Juppier Latiaris, Dea Ferentina y Diana Nemorensis.

Los romanos comenzaron siendo una pequeña comunidad campesina, que formó una piña en defensa de un enclave poco estratégico, con un suelo pobre y carente tanto de metales como de puerto, se hicieron belicosos por necesidad: sólo podían obtener riqueza a costa de sus vecinos, desarrollaron una sociedad organizada para la guerra en la que la victoria era el valor supremo.

La conciencia de sí misma que tenía Roma, la lengua latina y las formas de vida mediterránea se extendieron por todo el Imperio mediante colonias y destacamentos. Las relaciones comerciales empezaron a atravesar el imperio en todas direcciones, en el sudoeste de Hispania, por ejemplo, se conservan enormes evaporadores de las fábricas en las que se producía “garum”, la salsa del pescado favorita del imperio, a partir de sangre y entrañas de atún y caballa.

El fenómeno asociativo en Roma tiene sus comienzos en la época de los Reyes, a fines de la república, las asociaciones habían sido utilizadas, a veces, para crear organizaciones destinadas a la actividad política, de hecho, el fenómeno asociativo tuvo una gran importancia en todo el ámbito del Imperio. El nombre latino más frecuente para designar a una asociación era el de collegium, pero recibieron otros muchos nombres, sadaliciúm, corpus, contuberniun, sodalitas..., según la finalidad primordial de las mismas han sido clasificadas en asociaciones: religiosas, profesionales, de esparcimiento o diversión, funerarias, de jóvenes, militares.

La agricultura romana fue siempre la actividad económica más importante, tanto por la cantidad de mano de obra que empleaba como por el volumen de sus rendimientos, salvo unas pocas excepciones (Roma, Antioquía, Alejandría), que contaban también con un considerable sector artesanal, el resto de las ciudades del imperio eran centros de explotación agropecuaria dotados de un sector artesanal reducido y subsidiario, así como de un comercio, cuyos agentes no eran con frecuencia otros que los propios campesinos, los modelos de finca rústica, villae, contemplados por los tratadistas de agricultura pueden servir para entender la organización de este tipo de explotación.

La obra de Columela (siglo I del Imperio) que refleja la organización de estas medianas propiedades agrarias permite entender que se habían introducido algunos cambios en relación con los modelos agrarios contemplados por Catón (mediados del siglo II a.C.) y por Varrón (fines de la República) la mayor extensión de la villa rústica del tratado de Columela se adaptaba bien a una producción diversificada: Huerto para la ayuda del alimento cotidiano de los trabajadores de la villa, campo dedicado a cereales, otras partes destinadas al cultivo de la vid y el olivo, si el clima lo permitía, área destinada a pastizales y una parte de bosque, frente al modelo de Catón para quien los trabajadores de una villa rústica, incluido el capataz, vielicus, eran esclavos, Columela considera más rentable una explotación que cuente, además de esclavos, con hombres libres que arrienden una parte de la tierra en régimen de colonato y con temporeros, así, Columela está reflejando, en el siglo I d.C., una tendencia que se irá consolidando más en los dos siglos siguientes del Imperio.

Cada divinidad oriental encontró su propia vía de difusión y su momento de mayor expansión, en el año 191 a.C., el culto de Cibeles y Atis fue incorporado a Roma, las divinidades egipcias Isis y Serapis, recibieron pronto un reconocimiento oficial, a fines del siglo II d.C., era frecuente encontrar dedicaciones votivas, como una que se documenta en Hispania (en León), “Consagrado a Esculapio. Salud, Serapis e Isis”, en la que puede verse la equivalencia de Esculapio = Serapis y Salud = Isis. El Dios iranio Mithra recibió un reconocimiento tardío en el Imperio, desde el siglo II la difusión de su culto se acelera y, durante el siglo III, se encontraban comunidades mitraícas hasta en los rincones más apartados del Imperio, más propio de los seguidores de Mithra que de los de otros dioses era su concepción de la vida como milicia: la lucha continua contra el mal (las tentaciones, el cuerpo, la carne) hasta ir posificando el espíritu y acercarlo más a la divinidad, esas ideas encontraban fácil eco en los medios influidos por el neoplatonismo, los devotos de Mithra pasaban por diversos grados de iniciación en los misterios, sus sacerdotes también estaban jerarquizados, el mitraísmo pudo haber sido la religión monoteísta que necesitaba el Imperio, pero le faltó el carácter exclusivista del cristianismo, pues los creyentes en Mithra podían venerar también a otros dioses.

Las necesidades de cubrir los cuadros de la administración central y local con funcionarios o magistrados capaces, así como los necesarios contactos entre personas de comunidades diversas condujeron a una mayor atención a la educación. La educación romana estaba organizada en tres niveles: enseñanza primaria, secundaria y superior, algunas grandes familias cubrían la enseñanza de primer nivel en sus propias casas, los niños eran instruidos por un pedagogo, generalmente un esclavo, pero era más frecuente que los niños y niñas acudieran a la escuela donde el “magister” les enseñaba a escribir y leer, así como a adquirir las nociones elementales de cálculo y las normas básicas de comportamiento en sociedad.

El segundo nivel educativo accedía un número más reducido de niños y niñas, además del aprendizaje de la gramática, los estudiantes se familiarizaban con la lectura y la crítica literaria de los autores clásicos, aprendían a redactar, estudiaban la mitología, ampliaban los conocimientos de aritmética y aprendía geometría, música y astronomía. El tercer nivel educativo se trata del aprendizaje de la retórica necesaria para quienes fueran a ejercer altos cargos políticos, reservados a los hombres, esta formación retórica era un calco de la griega, se completaba para algunos con la asistencia a una formación especial de contenidos jurídicos, y, en ambos casos, los estudios filosóficos quedaban muy relegados.

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