Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 23 de junio de 2011

Los Iberos.






Las palabras vascas “ibai” río e “ibar” vega, explican el nombre del río que sirvió, con más probabilidad para designar a los iberos, primero, y a Iberia después, quizá los iberos del valle del Ebro se llamaron así mismos “los del río”, los del río grande, los del río por antonomasia para ellos, a parte de sus otros étnicos y gentilicios, y los griegos oyesen de sus labios ese nombre antes de adoptarlo para el país y para sus habitantes, de hecho, se hizo extensivo a toda la Península, hasta que los cartagineses lo sustituyeron por el de Hispania.

Hoy estamos en condiciones de diferenciar entre el ámbito ibérico propiamente dicho y el mundo del interior peninsular. Por lo que se refiere al ámbito ibérico, el primer rango que llama la atención es la extrema escasez de bocados de caballo y espuela en los ajuares de las tumbas, en conjunto y a título indicativo, bocados y espuelas sólo suponen un total de 4,5% de armas (en el sentido más amplio) de la Edad del Hierro en ámbito ibérico.

Es muy raro, por otro lado, encontrar un elemento de arreo sin asociación con armas, lo que indica una intima asociación de ambas categorías de objetos, desde este punto de vista, es también significativo que en sólo un 6,6% del total de 700 tumbas ibéricas con armas aparecen arreos de caballo, y que estas tumbas son por término medio las de mayor riqueza y complejidad de ajuar. Sin embargo, esta escasez de bocados o espuelas contrasta con la frecuencia con que el caballo aparece representado en la iconografía, en conjunto la sensación que obtenemos es la de que entre el siglo VI y el III a.C., en territorio ibérico, el caballo era un importante símbolo de estatus, empleado como tal en monumentos funerarios, un elemento tan importante que incluso había una divinidad de los caballos, sin embargo, su uso estaría limitado a los elementos dominantes de la sociedad.

A partir de finales del siglo III a.C., con la entrada de Iberia en el marco de la Segunda Guerra Púnica, comenzamos a tener nuevas fuentes de información, por un lado las escenas figuradas en la cerámica presentan algunos frisos guerreros a caballo que podrían indicar la presencia de una verdadera caballería, por otro lado, las fuentes literarias referidas a la participación de tropas indígenas (por ejemplo Ilergetes) como auxiliares de cartagineses o romanos.

Por lo que se refiere a los pueblos del interior peninsular, la situación durante los siglos anteriores a la II Guerra Púnica es similar a la descrita para el ámbito ibérico, aunque con una diferencia; los elementos iconográficos que permiten defender la existencia de una verdadera clase de “caballeros propietarios” en el mundo ibérico son aquí mucho más escasos, en cambio, la proporción de tumbas con arreos de caballo, aunque tan escasa respecto al total como en el otro ámbito ibérico, es más elevada, en efecto, en ambos mundos la proporción de tumbas con arreos es mínima, inferior al 3%, sin embargo, mientras que en las zonas ibéricas solo un 6,6% de las tumbas con armas tienen arreos (sobre 700 tumbas analizadas), en las mesetas la proporción sube al 21,4% (sobre una muestra de 322 tumbas), sin embargo, el número absoluto de tumbas con arreos es muy bajo, incluso inferior al del ámbito ibérico, por lo que el dato es inseguro, se podría argumentar que la mayoría de los jinetes no llevara arreos metálicos, sino simples cuerdas para guiar los caballos.

El caballo ibérico había sido introducido en la península por tribus de un pueblo africano que llega al sur de la misma hacia finales del XIII a.C. o a principios del siglo XII a.C., de ellos se sabe que desde tiempos remotos poblaron el norte de África y que en el XIII a.C. intentaron invadir Egipto, pero fueron derrotados por Ramsés III, estas gentes se llamaban a sí mismos Schilah o Tamnazigt, a los que en la antigüedad, primero los griegos, y más tarde cartagineses y romanos, llamaron númidas, para que finalmente en la Edad Media, los árabes denominaran beréberes, estos pueblos al llegar a la península dieron el nombre de iber a los ríos que sucesivamente conocieron. El ibérico, que fue descrito unánimemente por los clásicos como un caballo de cuerpo regular, de bella cabeza y ancas feas, era un caballo de tipo mongólico, eumétrico, de perfil convexo, de cuello erguido y grupa redondeada en línea con el berberisco, no en balde ambos tuvieron el mismo origen. El caballo Ibérico seleccionado y mejorado por los árabes del califato hispano originó el andalusí, cuyas yeguas se cruzaron, tras un tiempo, con el castellano, dando lugar al andaluz del que deriva el Español y la actual Pura Raza Española.

Por otro lado, el norte y centro de la Península ibérica empezó a ser ocupada por pueblos indoeuropeos en fechas como el final del segundo milenio a.C., pertenecían al grupo de tribus arias descendientes de las tribus nómadas de las estepas de Eurasia, de donde procedían los primeros criadores de caballos, por lo que respecta a la Península Ibérica se estima que la llegada de los pueblos indoeuropeos se produjo, al menor, en dos grandes oleadas, una anterior al siglo XV a.C. a cuyas gentes se les ha dado el nombre de protocelta, y otra posterior al siglo VII a.C., propiamente celta.

Los pueblos indoeuropeos dispusieron de dos morfotipos de caballos, uno eumétrico, al parecer más antiguo, que se distingue como ario (de la misma rama de aquellos équidos que llevaron los hititas consigo en Anatolia y que habría sido introducido en la Península Ibérica por los arios protoceltas) y otro elipomético propiamente celta de más tardía entrada peninsular. Plinio, que fue oficial de la caballería romana, y más tarde procurador en la Tarraconensis, alaba mucho en su “historia Natural” a los caballos de la Gallaecia y la Astúrica, donde dice que existían dos clases de caballos, unos más grandes a los que llaman fieldones, y otros de menor talla, a los que denomina asturcones, los fieldones son llamados gallegos por otros autores romanos, como Gracio Falireo o Justino, Silio Itálico cuenta que, cuando Escipión volvió a la península después de destruir Cartago, dispuso que se hicieran unos juegos públicos para celebrarlo: éstos se redujeron a unas carreras de caballos a semejanza de los que se hacían en el Circo de Roma, los caballos dice eran todos asturcones y gallegos y que el primero fue un caballo gallego llamado Lampón.

Casas, en 1.848, dice que todavía se llamaban Thieldos o Hielcos por la gente del pueblo a algunos caballos de Galicia, Asturias y León. También se le ha llamado “antiguo caballo de las mesetas castellanas”, era un caballo eumétrico, de origen tarpanico, que tenía una alzada de alrededor de las 7 cuartas, la cabeza grande, de perfil recto, cuello corto y recto, pecho estrecho, grupa tendiendo a la horizontalidad, cascos mayores que el ibérico, que con frecuencia se presentaba calzado y cordón corrido, era muy resistente y apto para el tiro y mejor que el pequeño asturcón, tanto para carga como para silla, por lo que llegó a desplazar a éste hacía las montañas, tanto en la Gallaecia como en la Artúrica romana, fue uno de los mejores caballos para las carreras de carros del imperio romano, por lo que se exportaron muchos de ellos a Roma, donde eran muy estimados para el circo, Silio Itálico recoge que uno de los premios más cotizados en las competiciones circenses de Roma consistía en un tronco de caballos celtíberos.

Una de las características más llamativas de estos caballos era la de practicar el paso portante, similar al que los romanos comprobaron también en el caballo de los partos, por lo que se considera que ambos tuvieron el mismo origen, el primero habría llegado a la península Ibérica con los arios protoceltas, el segundo fue introducido en Anatolia por los arios hititas, dando lugar, con el tiempo, al parto a través de los hurritas, asirios y persas, ambos caballos eran arios de tipo eumétrico, rectilíneos y mediolineos y ambos practicaban el paso portante.

El paso portante, que Plinio describe como “un trote suave que el caballo logra alargando altamente las patas”, que antiguamente se llamó andadura imperfecta, y, después, ambladura quebrada, es una marcha del caballo muy semejante a la andadura de la que se diferencia en que la elevación de los miembros de cada bípedo lateral no se hace a la vez, sino primero la de la mano y luego la del pie, si bien mediando entre ambas elevaciones poco tiempo, el apoyo tampoco es simultáneo, por lo que al apoyar cada bípedo lateral se oyen dos golpes en vez de uno, ambos se suceden con más rapidez que los ocasionados por el bípedo lateral de la andadura, por lo que el caballo marca cuatro tiempos en lugar de los dos característicos de ésta. El paso portante puede ser enseñado a los caballos, pero lo corriente es que sea congénito, como en el caso del Thieldón, y que estos caballos lo tomen naturalmente en lugar del trote, especialmente si se les hace acelerar el paso estando cargados, el caballo fieldón fue el caballo de silla usado por los celtíberos como caballo de guerra.

De su característica forma de guerrear a caballo Cesar dice que se reduce a “lanzar de lejos, nunca a acercarse demasiado, retroceder ante el ataque y atacar a los que se retiran”, Adriano le señala como “cantabricus ímpetus” y, Adriano, en su “Táctica”, describe como se entrenaban los jinetes celtíberos en ella mediante el encuentro de dos escuadrones a caballo que, avanzando ambos en línea y en dirección contraria uno de otro dentro de un campo preparado para tal fin, se lanzan jabalinas al cruzarse, se consideraba como bueno al jinete que lograba lanzar 15 venablos antes de llegar con su caballo al final del campo y mejor si conseguía lanzar 20, para esta forma de guerrear, el paso portante del Thieldon era muy adecuado ya que permitía a una velocidad del caballo igual o superior al trote, mayor estabilidad y un acierto con los venablos similar al que se obtenía si el animal marchaba al paso y mucho mayor del que se conseguía al galope, sin tener que soportar el traqueteo de éste, a la vez que se podría lanzar mayor número de jabalinas durante un recorrido determinado.

A lo largo de la Edad Media, en los reinos cristianos, los descendientes de estos caballos dieron lugar a la raza leonesa, más tarde conocida como castellana, cuyos productos fueron criados, seleccionados y preferidos para la guerra, porque, cargados con el jinete y sus armaduras, podían mantener la marcha más tiempo y a mayor velocidad gracias a su paso portante, en la Edad Moderna esta estirpe fue conservada en pureza por los ganaderos de la Mesta y sus productos, además de Castellanos, fueron llamados Mesteños, muchos de éstos se enviaron a América durante los primeros tiempos de la conquista de Nuevo Mundo, de aquí que los actuales caballos salvajes, que sin dudarlo son descendientes de aquellos, se les llame Mustangs, y en algunas razas americanas como el caballo de Paso Peruano o el de paso fino de Puerto Rico, conserven todavía ese paso.

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