Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 9 de junio de 2011

El saber antiguo: Los Etruscos.







A los tirrenos (de ahí el nombre de Mar Tirreno) los romanos los nombraron Tsci (de ahí la Toscana) y Etrusci (de ahí los Etruscos), la hipótesis de la procedencia oriental de los etruscos permite comprender mejor los caracteres orgánicos, en cierto modo oriental, de su civilización. En ningún lugar del mundo antiguo se ha conocido tal obsesión adivinatoria ni tal fe en que la observación de los fenómenos celestes, de los rayos y de las entrañas de las víctimas pudieran revelar la voluntad de los dioses.

Pero el poder marítimo de los etruscos no desmerecía en nada su poder terrestre, como marinos, o más precisamente como piratas, aparecen por primera vez en los relatos griegos, pero el término “pirata”, que quiere decir propiamente “aventurero”, traduce el mal humor de unos rivales para quienes cualquier competencia es desleal. Cuando los romanos del final de la República pensaban en los etruscos tenían en mente una inmersa potencia caída, fabulosas riquezas esfumadas, pero sobre todo las virtudes de un viejo pueblo rústico, bronceado por el sol de los campos.

Señalado el entusiasmo lírico con que celebraban los romanos la fecundidad del suelo etrusco, la descripción sólo es válida para la Etruria interior. Muy diferente debió ser, en cualquier tiempo, la Etruria marítima, desde la época romana parece haber ofrecido el aspecto de un breñal salvaje y pestilente, atormentado por los jabalíes y las serpientes.

La devastación y el despoblamiento de esta costa donde quizá desembarcaron los tirrenos y levantaron sus principales metrópolis, pudo tener varias causas: el enarenamiento de algún puerto, la guerra, el régimen político y de la propiedad de la tierra (latifundios extensos), pero también los estragos de la malaria, problema del que hay que hablar algo. El paludismo que castigaba la Marenna y en ocasiones ciertos valles interiores, debió crear para toda Etruria, por una generalización injusta, una ingrata reputación de insalubridad.

Se ha planteado la pregunta de cuando la Etruria marítima se volvió insalubre, nadie discute que siempre haya estado rodeada de lagunas, pero no todas las lagunas son maláricas, los anofeles sólo son dañinos como transmisores de un agente que no producen ellos mismos, para que propaguen el paludismo a hombres sanos es necesario que hayan picado antes a hombres infestados, por tanto hubo un momento en que este agente del paludismo fue introducido, al extenderse cada vez más el mal, causaron finalmente la pérdida de una población hasta entonces indemne. Hoy se tiende a creer que la plaga sólo se declaró bastante tarde, si la Marenna ya hubiera sido víctima de malaria cuando los inmigrantes llegaron, rápidamente habrían abandonado estas orillas inhospitalarias, si no, nunca hubiesen podido llegar a crear la poderosa civilización que progresó durante varios siglos.

Nos parece que esto es subestimar las posibilidades de la energía humana, una energía de la que los etruscos no carecían en absoluto, existen y existían medios para sanear una zona malárica. Ciertamente, los etruscos no conocían la química, pero de la acción antianofelica dirigida a privar a las larvas del agua estancada donde se crían, no es descabellado pensar que hubieran llevado a cabo los dos principios esenciales: trabajar el suelo para evitar que el agua se detenga y evacuar el agua cuando se pasa, el entarquinamiento y el drenaje de los pantanos.

El hecho es que desde muy pronto, en su historia, este pueblo había demostrado una excepcional vocación para los problemas de la hidráulica, una constante voluntad por dominar las aguas terrestres, y todas las excavaciones confirman el papel capital que jugaron así los etruscos haciendo de Roma la ciudad “salubre en una región pestilente”, sin embargo, todavía hubo, después de marcharse los etruscos, frecuentes pestilencias o brotes de malaria que hacían peligrosa, en verano, la vecindad del Tiber, se consagraron varios santuarios a la diosa Fiebre, y Apolo, cuyo templo se elevó a mediados del V a.C., en el campo de Marte, fue al principio invocado como dios sanador, Medicus.

Se ha constatado que el suelo de la Etruria meridional estaba horadado por una red de cunículi que tenían por misión “atravesar el agua bajo la capa absorbente y evacuarla de forma subterránea” y de este modo “ quitar la humedad sin deteriorar la superficie de las tierras”.

Así pues, es plausible pensar que el paludismo, lejos de haber aparecido tardíamente entre los etruscos para consumar su caída, existió de forma endémica durante todo el tiempo en ciertos puntos del litoral, una política vigilante de lucha contra los pantanos, practicada cuando estaban en el apogeo de su poderío, y cuyas prescripciones fueron registradas en sus inveteradas tradiciones religiosas, los muestra desde un principio conscientes de una amenaza que supieron localizar y atajar durante mucho tiempo, y que quizás, en cierto modo, les hizo ser lo que eran, pero un canal de drenaje sin mantenimiento se vuelve un foco tan peligroso como una marisma, a partir del siglo III a.C., las circunstancias políticas y económicas, la inseguridad de las guerras y la destrucción de ciertas ciudades, así como el retroceso de las tierras de labor ante los pastos comunales provocaron la vuelta y la propagación del mal y, minando la vitalidad etrusca, precipitaron su decadencia.

El interés que los etruscos mostraban por hacer fructificar su suelo les llevó a crear tratados de agricultura. De origen etrusco, a juzgar, entre otras, cosas por su nombre, el agrónomo Saserna redactó su obra a finales del siglo II a.C., obra que, continuada por su hijo, recibió frecuentes alusiones, tanto elogiosas como burlescas, por aparte de Varrón, Columela y Plionidas, romanos del final de la República, ya que Saserna incluía en la agricultura todo tipo de cosas, desde la medicina hasta la higiene, pasando por los cuidados de belleza.

Es más interesante constatar que la amplia aceptación que Saserna daba al término “agricultura” revela la costumbre del propietario rural de producir por sí mismo todo lo necesario para la conservación y venta de sus cosechas, la granja de Saserna era un pequeño mundo que se bastaba a sí mismo, si, para escándalo de los romanos posteriores, reservaba en él un capítulo a las canteras de arcilla (figilinae) es porque las explotaba en sus tierras para alimentar los hornos de alfarería de donde salían sus tinajas para el trigo, o sus ánforas para el vino y el aceite, las grandes propiedades mantenían en su interior a sus propios médicos, a sus bataneros y a sus obreros especializados. Había hecho, además, evaluaciones muy precisas sobre la cantidad de personas que había que destinar a una tarea determinada: un hombre, trabajando cuarenta y cinco días era suficiente para unas dos hectáreas, de hecho, podría labrar veinticinco áreas en cuatro días, pero hay que contar con trece días perdidos por la mala salud, el mal tiempo o la mala voluntad, dos tiros de bueyes eran necesarios para una tierra de labor de unas cincuenta hectáreas.

Que los pastos de la costa y de los valles boscosos del interior hayan nutrido a un hermoso ganado, que los bueyes de Etruria fueran resistentes y fornidos, y las terneras del país falisco blancas como la nieve y muy apreciadas para los sacrificios a los dioses, no añade nada al cuadro que ya conocemos, pero retendremos al menos la reputación del “pecorino” queso de oveja de Luni, en los confines de Liguria, tenía un tamaño gigantesco y pesaba a veces hasta trescientos setenta y dos kilos, el distintivo de origen, en la época romana, era naturalmente una luna creciente. También hay un detalle interesante a propósito de la cría de cerdo, que los etruscos, como los galos de la Cisalpina, practicaban a gran escala, las tripas a la manera falisca (venter Faliscus) tenían una gran reputación, como lo hacían todo con música, habían adiestrado a sus piaras para que los siguieran al son de la trompa, mientras que en Grecia, como señala Polibio, los porqueros conducían a sus cerdos delante de ellos, el historiador describe las evoluciones de inmensos desfiles a lo largo de las playas del mar Tirreno, con los porqueros caminando a cierta distancia delante de su columna y haciendo sonar de vez en cuando una bocina cuyo timbre conocían los animales lo suficiente para no perderse o no mezclarse con la piara del vecino, Varrón añade en este sentido, respecto a la educación de los cochinillos que el criador debe habituarlos desde muy pequeños.

El campo de la disciplina etrusca es, finalmente, el mejor conservado de toda la cultura escrita tirrena, tuvo la inmensa fortuna de recibir el aprecio incondicional de los romanos, por tanto, de ser vertida al latín en buena parte de su contenido, era un híbrido de lo que para un griego o un romano serían religión y filosofía, incluyendo en ésta la ciencia, era la plasmación clara de una concepción religiosa de la naturaleza vista a través de una idea concreta y con una aplicación de máxima utilidad: el conocimiento del futuro y las formas de modificarlo.

De cualquier modo, parece que el conjunto teórico de la disciplina etrusca se dividía en tres apartados: los Libri Fulgurali, que trataban de los rayos, su obtención, su interpretación y su conjuro, los Libri Haruspicini, que hacían lo propio con las vísceras de los animales y que constituían la parte esencial de la ciencia adivinatoria, hasta el punto de haber extendió su nombre a toda ella, y, finalmente, el multiforme conjunto de los Libri Rituali, que trataban de varios temas diversos: Catálogos de acontecimientos extraños, estudios de vuelo de aves, división del tiempo, sobre el más allá y el destino tras la muerte, y los Libri Rituali propiamente dichos: sacrificios, ritos, fundación de ciudades y, organización y destino de los ejércitos.

Los Libri Haruspicini, trataban del análisis de las vísceras animales, para estudiarlas, el arúspice sacrificaba en general ovejas, raramente toros, y analizaba su interior, su gran diferencia con el augur romano, en este cometido, era que no hacía una pregunta previa para recibir un si o un no como respuesta, sino que realizaba un análisis completo, capaz de dar múltiples datos y previsiones. Entre los órganos que se analizaban, después de escudriñar el conjunto del abdomen abierto, hay que contar los pulmones, el bazo y, en época tardía, el corazón, pero sin duda la víscera por excelencia era el hígado, sede para muchos pueblos antiguos de las sensaciones, la fuerza y muchos otros fenómenos psíquicos.

Ha llegado hasta nosotros, en particular, un hígado de bronce, el de Piacenza, acaso realizado en Cortona hacia el año 100 a.C.: Reproduce el esquema de uno de ovino y debió de utilizarse para la docencia de este arte, en él aparecen marcadas unas divisiones, con los nombres de los dioses que siguen los distintos apartados, y que son por tanto responsables de cuanto en ellas ocurra, al parecer, por lo menos en esa época tardía, las casillas en las que se dividía el hígado recordaban las que trazaba mentalmente el intérprete de rayos en el cielo, y esta semejanza llega a tanto que, el Júpiter etrusco, Tinia, ocupa tres casillas consecutivas, honor que no goza ningún otro de los dioses.

Las fuentes latinas nos ilustran sólo en parte sobre la interpretación del hígado, parece que su superficie se componía de dos partes, la pars familiaris y la pars hostilis, probable reflejo del futuro del consultante y del de sus enemigos, particular importancia tenía el “caput”, un saliente piramidal de la víscera: cualquier imperfección que presentase era negativa y, si faltaba, era signo seguro de muerte, en la vesícula biliar se contemplaba el color ante todo, siendo favorable el tono dorado, y, en general, era de buen augurio que las partes a estudiar se viesen bien y estuviesen muy desarrolladas, y hasta cubiertas de grasa, mientras que lo pequeño y mal formado era signo funesto.

No deja de ser paradójico, sin embargo, que los etruscos no ocuparan ningún papel relevante en el campo de la anatomía: la labor del arúspice se ceñía tanto a los aspectos religiosos y se aplicaba tan exclusivamente al estudio de las entrañas animales, que posiblemente los etruscos no llegaran a distinguir (sus “exvotos poliviscerales” son buen testimonio de ello), la anatomía humana de la de una oveja.

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