Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 1 de diciembre de 2011

VETERINARIOS, MARISCALES Y ALBEITARES (III)



En las épocas más antiguas de la historia se conocía ya la forja de los metales, considerada como un arte, de ella se habla en el Génesis, siendo el primer forjador Tubalcaín, y Homero describe la forja de Vulcano en la Iliada, pero no hay que confundir a los herreros con los herradores, éstos aprendieron la forja de aquellos, pero en la sociedad formaban un oficio y un gremio también distinto. Los Fueros Leoneses del siglo XIII, establecen que el ferrero es el obrero que forja las herraduras y el ferrador el oficial que las clava en los cascos de los caballos, y aún explicita más: “et las ferraduras vendanlas los ferreros a los ferradores e fin non gelas quifieren vender, pechen II maravedis”.

En el siglo XII fue cuando se extendieron los Gremios como asociaciones medievales “voluntarias”, que agrupaban a comerciantes y artesanos con el fin de ayudarse, protegerse y relacionarse mutuamente. Fue posteriormente, ya en el siglo XIII, cuando los artesanos se separaron de los comerciantes y formaron agrupaciones gremiales según su oficio, cuando tenemos noticia de la primera asociación de menescales y herradores en la ciudad de Valencia el año 1.298, fecha en que fueron aprobadas las Ordenanzas de la Cofradía que tenía por Patrono a San Eloy, en contra de lo anteriormente dicho aparecen asociados a la cofradía los plateros, profesión bien distinta a la de los herradores. Pero meditando en que estas determinaciones, aparentemente devocionales, pocas veces son caprichosas, y buscando qué otro tipo de parentesco pudiera unir a plateros y herradores, además del patronazgo de San Eloy, se encuentra una cierta afinidad entre los dos oficios del mismo gremio, en razón del valor intrínseco de su trabajo, ya que “los cambios de forma por el forjado se obtienen sin perdida de material”, circunstancia que no tiene en cuenta a los herreros, los plateros ya se habían distanciado de los herreros desde muy antiguo, y hasta dieron a la palabra latina “fábrica“ la denominación de “fragua”, (para distinguirse de los herreros que llamaban “forja”, como el francés “forge”)

Los herradores y plateros, pues, manejaban materiales forjables llevados al estado de plasticidad mediante el aumento de la temperatura, y, modelados, sin pérdida de sustancia, ésta era la filosofía que les mantenía unidos y hermanados bajo San Eloy, y por esto mismo en el Cuzco fueron los plateros, y no los herreros, quienes hicieron las herraduras para los caballos de Pizarro. La Región Valenciana bien merece ser reconocida en la Historia de la Veterinaria como adelantada en muchos de los hechos que construyen la misma, esta asociación que acabamos de ver de menestrales y herradores es una madrugadora primicia que nos induce a pensar en la existencia de los exámenes en la Albeitería con anterioridad al documento de los exámenes de seis albéitares valencianos por un Tribunal nombrado por el Consell de Valencia en 1.463.

Dos funciones llevadas a cabo por los gremios de albéitares son comparables a las realizadas por los Colegios de Veterinarios actuales, nos referimos a las actividades de tipo benéfico y a las relacionadas con aquellas gestiones encaminadas a la distribución de materiales para el ejercicio profesional. Con relación al primero de estos cometidos, citemos la ayuda económica que recibían por enfermedad o notorio contratiempo aquellos maestros que fuesen sumamente pobres o necesitados, la ayuda a las viudas era especial, autorizándolas a mantener abierta su clínica-herrería, si tenían a su servicio algún oficial capacitado, especialmente si tenían hijos, hasta que el mayor de ellos adquiriese la titulación de albéitar, también eran atendidas las huérfanas que se hallaban necesitadas, en todas las ordenanzas gremiales se encuentran artículos que hacen referencia a éstas y otras obligaciones de asistencia mutua y benéfica. También los agremiados difuntos fueron objeto de atención, y así encontramos la obligación de asistir a los entierros, la celebración de misas y funerales por su alma, etc. En cuanto al segundo de los cometidos apuntados, los gremios de albéitares y herradores se preocupaban del abastecimiento de las materias primas usadas para el propio trabajo de los agremiados, consiguiendo, de esta forma, precios más ventajosos y beneficios para la propia corporación, tal era, entonces, el caso del carbón necesario para la fragua, y el hierro para la fabricación de herraduras, el gremio de albéitares y herradores de la ciudad de Valencia gozaba del monopolio de la venta y distribución del carbón a todos los usuarios de la ciudad, fuesen o no agremiados, lo que le suponía una buena fuente de ingresos, el depósito del mismo se hallaba en la propia casa cofradía del gremio.

Todas las ordenanzas de los gremios de albéitares del reino de Valencia, en líneas generales, respondían a la misma normativa, existía una junta directiva o de gobierno, con los siguientes cargos: clavario, que se ocupaba de lo que podía considerarse la presidencia del gremio, tenía en su poder la llave de la caja de caudales (de ahí el nombre de clavario) responsabilizándose de los fondos de la misma, compañero de clavario, que desempeñaba una función a lo que hoy llamaríamos vicepresidente y por tanto suplía al clavario en sus funciones en ausencia de este, mayorales, generalmente dos, eran como vocales de la junta de gobierno del gremio, veedores, generalmente dos, que controlaban la calidad y buena fabricación de las herraduras, las tarifas del ejercicio profesional, actuaban como examinadores en los exámenes que realizaban el gremio para la concesión de títulos, por último estaba el escribano que actuaba como secretario del gremio, recogiendo en sus escritos o actas los acuerdos, aunque la fe pública de los mismos corría a cargo de algún notario que asistía a las reuniones, estaban también a su cargo el llamado “libro de clavería” donde se anotaba la contabilidad del gremio, los libros de registro de aprendices y oficiales, y cualquier otro que el gremio tuviera que llevar en orden a la mejor administración del mismo. Todos estos cargos eran elegidos generalmente en la Pascua de Pentecostés, pero tomaban posesión el día 24 de junio (festividad de San Juan) para terminar su cometido en la misma fecha del año siguiente, a excepción del cargo de escribano que tenía una duración de tres años. Como empleado subalterno de los gremios figuraba el andador, llamado también macipe, que era la persona encargada de cursar las citaciones para las reuniones del gremio. Digamos por último que existía una especie de consejo superior o Junta de Prohomania de carácter asesor, formado por los individuos que habían ejercido cargos con anterioridad. El gremio de la ciudad de Valencia celebraba dos fiestas anuales a San Eloy (25 de junio y 1 de diciembre) y una a Santa Lucia (13 de diciembre).

Hay constancia documental en un acta, de un examen, realizado a ocho aspirantes, el 23 de marzo de 1.436, en la que están sus nombres, las de los miembros del tribunal nombrados por el Consell de Valencia, sus calificaciones y el otorgamiento, a dos de ellos, de la potestad para ejercer de examinadores, esto significa que unos años antes, no ya de la creación del Tribunal del Protoalbeiterato, sino del Tribunal del Protomedicato, era necesario superar un examen que demostraba la pericia y la capacitación del aspirante a veterinario, siendo esta situación la habitual en la Península Ibérica. De las Ordenanzas de Segovia es este fragmento que hace referencia a los exámenes que debían realizar los aspirantes para incorporarse al gremio: “El hijo de un cofrade que quiera establecerse, deberá ser examinado por los oficiales del cabildo y si la prueba resultase suficiente, podría ejercer la profesión una vez que jurara cumplir las Ordenanzas y estar dispuesto a pagar los derechos que le correspondan. En el caso de que la prueba fuera insuficiente, debería tornar a aprender”. Exámenes que también son exigidos por Alfonso X, en el Fuero Real: “Ningún hombre obre si no fuese aprobado en la Villa donde hubiere de obrar, por otorgamiento de los alcaldes”.

La evolución de la Albeitería de mayor responsabilidad cada vez con la vida económica de la nación, la demanda de hombres preparados y capaces es una exigencia social, pero también del Estado, que debe velar por la comunidad, obliga a los gremios a concurrir a esta cita, plenamente responsables, tiene que seleccionar a sus asociados por único sistema viable: el examen. Es verdad que hemos admitido que para la mayoría de los aspirantes a albéitares las únicas escuelas fueron las tiendas de herrar, pero esto no puede mantenerse al cien por cien, los pocos herradores que accedían a los exámenes ante un tribunal tan numeroso y cualificado como era el que tenía que juzgarlo, no descendían de otros examinados formados en Escuelas reconocidas, es verdad que la Albeitería nunca tuvo una enseñanza oficial en la Universidad, como lo hicieron la Medicina y la Farmacia, pero los albéitares, los maestros, buscaron por su cuenta la instrucción humanística y médica que no podían adquirir en las herrerías.

Esta instrucción se descubre en sus escritos, pero también recientes hallazgos nos hacen pensar que los albéitares no fueron ajenos a las Escuelas de Medicina, por lo menos, en las de Artes, donde se realizaban estudios previos a los verdaderamente médicos. No alcanzó los estudios Universitarios la Albeitería, pero en la Edad Media existía una medicina monástica, consecuencia de la reclusión de los saberes en los monasterios, de la cual se benefició por igual la Albeitería y que suplió con creces los estudios universitarios, en el monasterio de Ripoll apareció el “Liber Artis Medicinae”, del siglo XII, que contiene los conocimientos médicos de la época, entre los que figuran un “Receptarius”, un “Passionarius” y un “Antidotario”, en él están encerrados conocimientos antiguos copiados por los monjes benedictinos de los textos de San Isidoro y de los griegos traducido al latín entre los que se encontraba la “Hipiatrica”.

Esta familiaridad de médicos, monjes y albéitares no debe extrañar si reparamos en que en la Edad Media los conocimientos anatómicos eran muy escasos y el deseo de superar esta precariedad los llevaba a compartir el examen de los músculos y órganos animales, obsesionados por obtener de la observación directa, una respuesta a los fenómenos patológicos. La primera Universidad que estableció los estudios de anatomía en España fue la de Valladolid, en Salamanca, a instancias del rey, se creó la cátedra de Cirugía en 1.566. Por aquel entonces, la cirugía estaba en manos de los “romancistas”, “cirujanos que no saben otro latín que nuestra lengua castellana corrompida”, la cátedra tardó dos años en proveerse por falta de cirujanos, destacando entre las pruebas que exigían para que mostraran su habilidad en el examen “la de hacer disecciones en algún perro, o en algún cochino, o en otro animal”, por ello, no es aventurado conjeturar que alguno de los concursantes tuviera como profesor a un albéitar, pero la desestimación con que algunos médicos han obsequiado a estos profesionales, les impediría luego darlo a la publicidad.

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