Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 15 de diciembre de 2011

VETERINARIO, MENESCALES Y ALBEITARES (IV)



Maestro, y de gran altura, fue, después el albéitar, Francisco La Reina, que ya había observado que “la sangre anda en torno y en rueda por todos los miembros”, contemporáneo de Servet y autor de un libro magistral fruto de sus experiencias clínicas, fue el primero que entendió y explicó la circulación de la sangre, con argumentos propios de aquella hora de incipiente conocimiento anatómico. Uno de esos albéitares benedictinos, maestro de la medicina monástica, del cual tenemos referencias es Fray Bernardo, portugués de nacimiento, tiene una importancia extraordinaria en la Historia de la Albeitería Peninsular por ser uno de los primeros, quizá el primero, que compuso un libro que sirviera de texto a los aspirantes al título de albéitar, confiesa el propio autor que escribió el libro” a ruego de mi hermano que me lo han rogado”, no sabemos si éste era también benedictino o, lo que parece más sensato, formara parte de los primeros herradores que, al inicio del siglo XIV, tenían que someterse a examen si querían aspirar a la escala superior del herrador-albéitar, tal se desprende de la amplitud y contenido del texto, escrito en forma de diálogo, “así que todos los libros de albeytaria dudo si se hallará de tal guisa”, y sobre todo, porque una vez de encarecerle la obra le dice al hermano: “ahora razón es que seas examinado”.

La obra se tituló: Los siete libros del Arte y Ciencia de la Albeytaria (Nº Lº 121 Bib.Nac. Madrid), el libro carece de portada y se halla unido a un Tratado de Cirugía, de distinto autor, comienza el mismo que para entender del Albeitería se necesita conocer siete artes y oficios entre los que enumera la astronomía para conocer los planetas, los “sinos”, la “luna” y los “buenos días” para hacer sangrías, el conocimiento de las “yerbas”, sus nombres y virtudes, ídem de las enfermedades y el modo de curarlas, curación de las “llagas y quebraduras” y composición del cuerpo animal. La obra pertenece a finales del siglo XIV o principios del XV y está escrita esencialmente para examinandos, este es la prueba que nos ofrece una primera conclusión: el libro de Fray Bernardo es el primer libro de texto de Albeitería, y una segunda, no menos importante: los exámenes de los albéitares estaban ya generalizados en la Península Ibérica en el siglo XIV. Ya en el siglo XII el Antídotario recomendaba el uso de la “spongia soporífera” para producir anestesia con la siguiente receta: “a partes iguales opio, mandrágora y beleños molidos y mezclados con agua”, ¿cuántos perros, vacas y caballos habrían dormido hasta “serrar” al hombre?

También encontramos otros testimonios en Portugal que abonan lo que venimos proponiendo, así, existe un libro de “Albeitería” que perteneció al herrador-alveitar del rey D. Juan I, Alfonso Esteve, el cual fue escrito por Juan Aveiro que moraba en casa del Prior Álvaro Camello, en el año 1.425, más tarde descubrimos que este fraile era Abad de un monasterio, y, para mayor abundancia, aún encontramos relacionado con la “Alveiteria” una obra de cetrería que mandó escribir D. Juan da Costa, obispo y gobernador de Santa Cruz de Coimbra, con toda seguridad Benedictino. Desde siglos anteriores a la obra de Fray Bernardo, ya existen pruebas de esta dependencia monástica de los albéitares, en los “manuscritos” de Fray Teodorico de Valencia. (“Chirugia u Medicina de homens, cavalls et falcons”, (1.276), diríamos más, es la prueba incontrovertible que fuerza la promiscuidad de médicos y albéitares por aquellas fechas, que veíamos claramente al hablar de los benedictinos, y que irá perdiendo vigencia a medida que las Facultades de Medicina fijen su identidad.

Fray Teodoric de Valencia, dominico, natural de Cataluña y médico del Obispo de Valencia Andreu Albalat, escribió su obra entre 1.248 y 1.276, en un precioso códice se conserva su obra de medicina y Albeitería, con otra anónima que se le ha atribuido, además viene una cuarta obra traducida del árabe, que se encuentra en la Bib. Nat. de París, fue escrita en latín y traducida al romance catalán por Galien Correger, de Mallorca. El precioso códice comprende: 1) Le commensanent... (de cirugía), 2) La Cirujía del Cavalo, 3) Libro de mudriment he de la cura dels ocels los guals se pertanyen ha cassa, y 4) Anatomía del libre qui es dit almanssor. Algunos autores atribuyen a Teodoric toda la compilación, antes de ir este Códice a la Nacional de París se hallaba en la Bibliotheque de l’Academie Royale de Medicine y el texto catalán del “Nudriment...” fue publicado por primera vez fuera de las Coronas de España, al editarse este texto en catalán, tres siglos más tarde se volverá a editar, pero ya en España.

Porque los médicos, junto a los monjes, han intervenido decisivamente en la formación de los albéitares, ahora sabemos, con documentos, que los médicos formaban parte de los tribunales que examinaban a los albéitares, así se constituye en Valencia un tribunal “para examinar a los que ejercían la Albeytaria en dicha ciudad y confirmarlos en su titulación”, el tribunal estaba compuesto por el “Lugarteniente de justicia civil de la ciudad, tres jurados de los que formaban el Consell y otros cinco miembros entre los que figuran dos médicos y un cirujano, siendo los otros dos albéitares”, uno de los médicos de este tribunal, médico y escritor, fue varias veces examinador de médicos en la ciudad de Valencia. Es claro otro testimonio que nos adentra en estos aspectos que venimos considerando sobre enseñanza y exámenes en coincidencia con los médicos, en ocasión de una peste sufrida por la ciudad de Málaga, en 1.637, originada por trigo en malas condiciones, donde murieron cuarenta mil personas, en la que: “Los profesores de veterinaria sirvieron de mucho alivio con sus luces, circunstancia que hace muy recomendable el estudio de la ciencia hipiatrica para asistir a todos con sus adelantamientos “(Chinchilla, Anastasio: “Historia de la Medicina Española”, 1.841).

Es un reconocimiento temprano de la importancia de la sanidad veterinaria, pero también en una afirmación de identidad con algo que en un principio fue común a las dos profesiones afines, como pudo ser la unicidad en la enseñanza, aunque no figuraran los albéitares como tales, ¿quién nos dice que mosen Diez no pudo ser médico?, No es pequeño el número de galenos, que escribieron sobre veterinaria, tanto en España como en Portugal, pero es que además la “Hipiatrica” que era una reunión de textos griegos referentes a la medicina de los caballos, coleccionada en el siglo X, fue traducida por el médico Soisson, Johano Ruellio, y, médico era Pedro Crecentino, que en 1.240 escribió un tratado sobre Agricultura, como médico fue también el licenciado Alonso Suárez que nos legó la “Recopilación de los más famosos autores griegos y latinos”, toda la vida le será deudora la Veterinaria al licenciado Suárez por el trabajo que se tomó en recopilar y traducir los originarios de Albeitería. La bibliografía albeitaresca tiene dos periodos diferenciados, en principio es tratada por eruditos, médicos principalmente, y en el segundo brilla ya el protagonismo de dos albéitares, con la primicia de Francisco La Reina.

En el siglo XIV ya se celebrarían exámenes, como el descrito, en otras partes de la Península, sin que tengamos noticias de su inicio ni del ordenamiento que los regulaba, porque a estos exámenes de Valencia no podemos considerarles como un hecho aislado, sin relación ni concomitancia con el principio único de medicina impartida en las escuelas de los monasterios, y quizá sujetos a un mandamiento superior que desconocemos, el tribunal formado para otra ocasión tenía por objeto aprobar y escoger a los que “en lo sucesivo actuaren como mayorales y examinadores en los tribunales de Albeytaría”, de los nueve presentados eligieron a dos: Jaime Guerau y Juan de Pradas, después de haber examinado a los nueve “uno a uno”, por otra parte el tribunal difería muy poco de los formados en pleno siglo XX, un representante de la administración que actuaba de presidente, representantes del Consejo Local, especialistas en Medicina y Cirugía y especialista en Albeitería para examinar también de herraje. El herraje, en aquellos tiempos, era de primera necesidad, un bien primordial en el orden económico y en el militar, y, como peritos del mismo, los albéitares estaban obligados a sujetarse a las normas de uso o legislación vigente, bajo penas, a veces, gravísimas, los albéitares no sólo clavaban las herraduras, tenían que forjarlas, y una transgresión de lo ordenado en cuanto a su clase o peso se castigaba, la primera vez “con diez mil maravedis, si reincidía, con los diez mil de la primera vez y la pérdida de todo el herraje que tuviere o hiciere o mereciere” y por tercera vez, “Pierda todos sus bienes”.

Con motivo de un error al señalar el peso de las herraduras de esta Pragmática de los Reyes Católicos, fechada el 22 de marzo de 1.501, son citados a intervenir los albéitares ante el consejo Real, como peritos profesionales, quizá por primera vez en la historia, “llamados para ello como personas expertas del herraje”, a consecuencia de su informe, la Pragmática fue rectificada, dando paso a otra nueva que se publicó el 3 de septiembre del mismo año. Las primeras noticias sobre exámenes de “Alveitaria” en Portugal, aparecen en el año 1.436, en que las Cortes de Evora, reunidas por el rey D. Duarte en la Villa de Santarem, tratan de regular el ejercicio libre de la profesión, ante las reclamaciones suscitadas por los abusos de los profesionales.

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