Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

lunes, 14 de noviembre de 2011

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MARISCALES (II)




Con la Escuela de Traductores de Toledo irrumpe en Europa la ciencia de judíos y musulmanes, como es el caso del ya citado Abul Kasin, médico y cirujano de Abderramán III, nacido en Córdoba, conocido como Albucasis, que realizaba disecciones y anatomías de animales, llegando a adquirir notables conocimientos anatómicos sobre los que basó su práctica quirúrgica, estudió el valor del fuego y descubrió el “cautiverio” (cauterio), tan empleado en Veterinaria, “dar fuego” con un hierro candente fue práctica habitual en las cojeras y otras muchas enfermedades, de las que se esperaba obtener una respuesta quemando los tejidos y formando una escara. Pero eran muchos más los árabes que ejercían la clínica práctica en perfecta promiscuidad con los hispanos, incluso en los reinos tempranamente conquistados, como lo prueba la existencia en 1.484 de un albéitar “moro” llamado Yusuf, vecino de Arévalo, que interpuso un pleito contra uno llamado Copete, por ciertos bienes que le adeudaba, acogiéndose a la justicia castellana.

Con todo ello, no podemos argüir que el progreso de la Veterinaria en España se debió, exclusivamente, a los árabes, no debemos confundir la doctrina con la organización, aquella floreció y se enriqueció al unísono con la mezcla de las dos culturas, y ésta es netamente cristiana. La reconquista fue lo suficientemente larga como para que los hijos de los albéitares árabes se formaran con las enseñanzas de los albéitares cristianos, y no al revés, la convivencia en la trama civil era muy pronunciada, no olvidemos que los albéitares árabes no practicaban el herraje, a diferencia de los españoles que conquistaron las tiendas de herrar en escuelas de aprendizaje veterinario.

Además, los españoles, eran muy superiores en conocimientos hipiatricos a juzgar por las obras que nos legaron, en la bibliografía musulmana no hay ningún texto comparable el libro de los Caballos (del siglo XIII), ni a la obra de montería que mandó escribir Alfonso XI, uno y otro, pletóricos de patología animal. Uno de los documentos más valiosos para la historia universal de la Veterinaria lo constituye el manuscrito de Álvarez de Salamiella que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, este menescal español del siglo XIV, describió las técnicas operatorias más avanzadas del medioevo y las ilustró con admirables láminas, siendo el único documento de esa época para el estudio de la historia de la cirugía de los animales.

Pero hay un hecho, ya repetido, ocurrido en la Edad Media que trasformaría a la Albeitería Peninsular, la proliferación de la herradura de clavo, la aparición de los herradores, que en orden al progreso general y a la civilización, significaron un avance gigantesco en lo tocante al desarrollo humano, no lo fueron tanto en lo que respecta a la ciencia veterinaria, el comportamiento de los albéitares hispanos asumiendo a los herradores y ejerciendo su propio oficio de menestrales para desde él, escalar a los más elevados de la ciencia, es un hecho insólito y original, altamente ilustrativo y sin parangón en la historia. Es verdad que a costa de no poco desdén de los que se creían “exclusivos” de la ciencia médica, pero el título de Herrador, acompañará siempre al de Albéitar en todos los autores, por más encumbrados que fuesen, hasta la creación de la Escuela Superior de Veterinaria en Madrid en 1.792, y como herrador irá al Nuevo Mundo el primer Veterinario que intervino en la colonización, llamado Cristóbal Cavo, que embarcó en la expedición de Aguado.

Los albéitares, provenientes de los caballeros y formados en los monasterios, muchos de ellos monjes también, ejercían libremente, como pertenecientes a una profesión liberal, aunque carecían de exámenes para ello y no poseían título. Ya no figurarán solamente con el nombre de albéitar en los documentos oficiales, llevarán añadido el de Herrador, bien delante, bien detrás, en 1.737 exponían al rey los albéitares de Madrid las razones de su título: “Al mismo tiempo de tratar en la Profesión de Albeitería, instruyen y enseñan el modo y forma de herrar los animales, por ser un Arte idéntica, y así la exercen sus Profesores, de cuya uniformidad proviene la adherencia del vocablo latino con que se denomina el Herrador, aplicándole al connotado de Albéitar, y amabas especies lo son de una misma Arte”.

Desde un principio, pues, en España, debido a esta asociación intima del albéitar y herrador, el “herrado no es libre” con todas las bendiciones reales, puesto que no puede existir ningún “taller de herrado” sin estar regentado por un veterinario, de manera que la profesión de herrador se ha supeditado a dicho titular, en las demás naciones la profesión de herrador es libre, y éste no interfirió para nada en la evolución del veterinario, tanto en Francia, como en Alemania, Italia, etc, se llegó al veterinario desde el caballerizo, en algunos países sólo se exigía al herrador algunas nociones de anatomía del pie. Desde antes de los Reyes católicos, el herrado así entendido, bajo la dirección del Albéitar, toma un cariz técnico-científico equiparable a una especialidad profesional, tanto más apreciada cuanto que proporcionaba sustanciales beneficios económicos, muchos más, que los que se podían conseguir con el ejercicio de la medicina.

La especialidad del herrado en el seno de la Albeitería respondía, pues, a poderosas razones de Estado, por encima de las meramente particulares, garantizando un servicio al ciudadano prestado por unos profesionales que le resultaban gratis, puesto que lo pagaban los propietarios. En Europa, por ejemplo, se introdujo en Inglaterra el arte de herrar con Guillermo el Conquistador, quien murió precisamente de la caída de un caballo, a Guillermo le acompañaba un encargado de vigilar a los herradores llamado Enrique, que tomó el apellido del edificio, pasando a la posterioridad como Enrique Ferrers, (de donde derivan Herrero y Ferrero), en cuyo escudo de armas figuraban seis herraduras, cuentan los historiadores británicos que en el condado de Rutland, lugar de su residencia, existía una costumbre singular que consistía en que, cuando algún Barón atravesaba la ciudad, se le confiscaba una de las herraduras de su caballo, a no ser que prefiriera pagar una tasa, y la herradura era clavada en las puertas del castillo, inscribiendo al lado el nombre del propietario.

Por lo demás, el descubrimiento de la herradura de clavo produjo, en la Edad Media, una revolución industrial, agrícola y comercial tan considerable, que solamente se la puede comparar a lo que en tiempos modernos produjo la aplicación del vapor o la tracción ferroviaria, como motor en las industrias. A nadie se le oculta que el descubrimiento de tan “sencillo aparato” que protegía los cascos de los équidos, provocó una conmoción económico social, tan profunda, que afectó a todos los campos de la producción, obligando a construir nuevas vías de locomoción que ampliaran las relaciones comerciales, por la facilidad de transportar a largas distancias los más diversos artículos que antes sólo se conducían a carga y con jornadas cortas, pues fueron trasladados ahora en carruajes con marchas largas y continuadas, y en mayor cantidad con la misma unidad de fuerza. Hasta el destino de la humanidad se dejó sentir el efecto del herrado, el político e historiador francés Thiers afirmó que “el ejército de Napoleón fue derrotado en la guerra contra los rusos por la falta absoluta de herraduras que le permitieran caminar sobre terrenos helados”.

Por otra parte, el herraje proporcionaba un dinero muy saneado e inmediato, como el Poema del Cid recoge, el señor debía herrar el caballo, pagar el gasto de herraje del vasallo, a quien llamaba a listas, el pagar las herraduras en veces era una obligación. Los caballeros, los propietarios con caballo al servicio del rey, tenían obligación de conocer la hipiatria y herrar el caballo, pero es muy probable que esto último sólo se llevara a la práctica en casos extremos, normalmente los herradores formaban parte del servicio del señor, fuera este rey, conde, marqués u obispo.

Todos estos extremos se están confirmando en la actualidad con nuevas investigaciones que cada día van apareciendo sobre la época, como el realizado en el castillo de Sesa, provincia de Huesca (España) en la que se pormenoriza la vida social, el trabajo y los oficios que intervenían en el desarrollo de aquella comunidad en el 1.276, entre los diversos servidores del Castillo: barberos, físicos, herreros,... el que más cobraba era el herrador que, aparte del material recibía “tres dineros por herradura puesta”. Con la simbiosis de herradores y albéitares surgió un nuevo profesional: el Albéitar-herrador, y una nueva ciencia, la Albeitería, que como ya hemos indicado era exclusiva de España y Portugal y única en el mundo.

El albéitar herrador se formaba en las tiendas de herrar trabajando de herrador, primero como aprendiz, y al mismo tiempo, recibía las enseñanzas de la ciencia y participaba en las experimentaciones que el maestro consideraba de interés, según su grado de preparación, el maestro siempre era albéitar, pegando herraduras y practicando, algunos aprendieron las letras, fueron evolucionando hasta las primeras manifestaciones escritas del siglo XIII que sirvieron de libros de texto para los examinandos que aspiraban a titulación, como luego veremos. Todos juntos, herradores y albéitares-herradores, formaban el Gremio de su nombre, nos han legado tradiciones como la devoción a San Antón que, quizá, constituía una Cofradía encomendada a rogar por la salud de los animales, ya en 1.298, esta devoción y patronazgo pasó a San Eloy.

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