Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 23 de febrero de 2012

HIGIENE PÚBLICA VETERINARIA



Merecen especial atención, por su carácter modélico, las cinco leyes sanitarias establecidas por el Honrado Consejo de la Mesta, recopiladas en el libro “Cuaderno de Leyes y Privilegios” de esta institución, recopilados y ordenados por el licenciado D. Andrés en el título XXI: “de los ganados dolientes y de cómo se les ha tierra aparte “ es decir, aislarlos, única profilaxis que por aquel entonces podía aconsejarse, estas leyes nacieron de acuerdos tomados en las Juntas Generales celebradas en la villa de Berlanga el 7 de septiembre de 1.489, con referencia a la “viruela” y el “sanguiñuelo”, aplicándose después a la “sarna” (Consejo celebrado en la villa de Rianza el 1 de septiembre de 1.556) y a la “gota” (consejo de la villa de Agillón en 1.574).

Las gallinas, junto con el cerdo, cabritos y conejos son los recursos básicos del corral, no sólo como carne fresca sino como producción comercial de huevos, perniles y conservas caseras. Esta importancia en la economía lo demuestra el hecho de que en numerosas ocasiones el precio de la entrada en los arrendamientos y ventas se satisface con animales como el cabrito, los capones, perdices y gallinas. Los notarios cobraban sus honorarios (esportulas) con gallinas o con florines. Los precios de los animales y de sus productos derivados oscilaban en función de la alternativa coyuntural de cada instante.

Las gallinas solían venderse a pares, a mitad del siglo XIV, un par de gallinas oscila entre 5 y 6 sueldos jaqueses, en los años sesenta y setenta del mismo , la gallina sube entre 5 y 10 sueldos jaqueses el par, siendo el precio de un par de pollos de 8 sueldos jaqueses, y un par de huevos 4 dineros (2 sueldos jaqueses la docena), mientras que en la primera mitad del siglo la media docena había estado en 8 dineros y un pollo se compraba por 10 dineros. Las perdices oscilan desde los 2 sueldos jaqueses el par, del último tercio del siglo, a los 3 sueldos jaqueses el par a la mitad del XV, bajando a 1 sueldo jaques (8 dineros) en el paso al siglo XVI, subiendo a algo más de 2 sueldos jaqueses en la primera mitad del siglo.

El precio del “pernil de carne de puerco” no fluctuó mucho, en los primeros años del siglo XV se venden a 18 dineros la libra y al final del siglo a 2 s.j. la libra, el peso de los perniles se documenta en el año 1.428, en unos recibos de compraventa: diez perniles, que pesan 51 libras cada uno de ellos, se venden por un precio total de 76 s.j., 6d., por lo que se les supone una media de 17,85 kilogramos a cada jamón.

La libra de carne de carnero se mantiene tanto al principio del siglo XV como al final en 11 dineros, dos documentos de compraventa del año 1.428 certifican ese precio, en uno de ellos se venden tres carneros de cuarenta y tres libras por 36 s.j., al precio de 10 dineros la libra, el valor de ésta es de 0,350 kilogramos, por lo que cada carnero pesa de media 15,05 kilos y se pagan 12 s.j. por cada carnero. En el segundo documento de compraventa se venden cuatro carneros de 52 libras por un total de 43 s.j. 11 dineros, también a 10 dineros la libra, por lo que cada carnero pesa una media de 18,2 kilo y ahora el valor de cada carnero es de 11 s.j. El precio de un carnero vivo varía entre los 5 s.j. 5 dineros y los 7 s.j. 5 dineros, su precio vivo es menor, pues muerto y en canal hay que satisfacer los salarios de la matanza, el pelado y el consiguiente beneficio de la venta al público. En el año 1.414 diez carneros cuestan 75 s.j.. en torno a estos precios se evalúa el carnero en un canje de 1.600 sueldos jaqueses por 311 cabezas de ganado ovino, en el año 1.439.

Los animales de montura y labranza dependen de la edad, pero sus precios están muy parejos, en el siglo XV una yegua cárdena, de 8 años y un potrico castaño se venden por 125 s.j., dos yeguas, una entre 8 y 10 años, y otra entre los 16 y 18 años, se venden ambas por 146 s.j. Si se toman las dos ventas y se considera la yegua de 8 años en el mismo precio que las de 16 se puede saber el precio del potrillo, en este supuesto las yeguas valdrían cada una 73 s.j. y el potro 52 s.j. El mulo se valora en 18 florines, y el caballo en 30 florines, el buey en 15 florines y el asno en 5 florines. En las ventas de animales de labranza las hembras son más caras, ya que se valora lo que han de producir. Una mula, que aún servía para el trabajo, en el año 1.439 se vende en 43 florines (510 s.j.)

Dentro de esta dinámica se debe entender el pago que recibe el porquerizo, a parte de un dinero por cada puerco y mes, si la cerda pare en el monte, tiene derecho a un cochinillo. Los toros que se corren en la plaza mayor en los días de fiesta, oscilan entre 10 y 12 florines y una vaca ternera para la carnicería se valora en 58 s.j. El cabrero cobra la octava parte de la leche de las cabras y la décima de los cabritos, el pastor de vacas y ovejas recibe la décima de los corderos, la octava de los quesos, la décima de las ovejas estériles y de los carneros y la octava de la manteca, después de la fiesta de San Juan, en el mes de junio. No obstante estas normas forales, en el año 1.471 se documenta el pago de 3 s.j. 3 dineros por dos quesos y, aunque las referencias son varias, no se explicita el peso de cada queso.

El aspecto higiénico de los alimentos y más concretamente del abasto de carne destinada al consumo del hombre, es decir, las repercusiones de los productos sanos y de los considerados insalubres ha sido preocupación antigua de la humanidad, tan antigua como el uso de la carne como alimento que, como es bien sabido, fue uno de los primeros utilizados. Durante mucho tiempo las carnicerías, en España, eran establecimientos en donde se simultaneaba el sacrificio de las reses de abasto y la venta de sus carnes, después vendría la separación de estas dos actividades. Desde finales del siglo XV, se tienen noticias de la existencia de importantes carnicerías en las principales ciudades (Málaga, Medina del Campo, Córdoba, Sevilla, Madrid), en sus ordenanzas y reglamentaciones existen ya normas higiénicas y sanitarias que más tarde fueron incorporadas a la legislación promulgada por las autoridades nacionales.

En Valladolid existía ya, a finales del siglo XV, un edificio especial destinado a carnicería, la de Medina del Campo fue creada por disposición de una cédula fechada en 1.500, por la que se autorizaba a esta villa para que, de sus propios fondos, invirtiera 25.000 maravedíes en la construcción de un edificio que se dedicará a carnicería-matadero. Córdoba, en el siglo XIV, contaba con dos carnicerías (1.319) que fueron mandadas derribar por el rey Alfonso XI, ordenando construir siete nuevas, distribuidas por la ciudad, otorgando su propiedad y, por consiguiente, el disfrute de sus beneficios al Cabildo eclesiástico, que después lo arrendaba al gremio de los carniceros en unos 1.500 maravedíes cada una por año, durante la dominación musulmana existían en esta ciudad carnicerías para las distintas religiones (musulmanes, judíos y cristianos), lo que en ocasiones originó serios conflictos.

En 1.587, la “Historia de Sevilla”, de Alonso Morgano, recoge que allí existían nueve carnicerías, así describe la principal, denominada de “San Isidoro”, que se podría considerar como modélica en su género: “Disponía de 48 tablas para pesar y manipular la carne, cada una de las cuales se encontraba protegida por rejas, puerta y cerradura de hierro, el edificio tenía dos entradas y disponía de un patio central rodeado de pilares, por el que podían circular incluso gentes a caballo, en uno de los corredores fue instalado un altar con retablo, disponiendo de campana para llamar a misa, los días festivos, al personal relacionado con la mencionada carnicería”. A mediados del siglo XV, había en Madrid tres carnicerías, existían además, mondonguerías, también se consideraba carnicería-matadero-mondonguería, dentro de sus específicas características, el Rastro instalado en la Ribera de Curtidores de esta Villa.

En todas las ordenanzas por las que se regía el funcionamiento de las carnicerías existían determinadas normas relacionadas con el abastecimiento y la higiene, se ordenaba “que no se mate carne para vender, salvo en las carnicerías y matadero”, esta prohibición se extendía incluso a la caza, “que debe ser vendida en los sitios fijados para ello“ (“gallinerías”). Un capítulo muy tenido en cuenta era el de la limpieza de las carnicerías, en general, se ordenaba que “todas las semanas se limpien con agua y estropajo todas las tablas donde se vende la carne y las cepillen con azuela todos los sábados, los tajones donde se corta, también deben limpiarse cuidadosamente, los cuales estarán tapados con cobertura y cerrados con candado y llave”, específicamente que los carniceros, para vender, debían ponerse “cabentales” (“delantales”) de lienzo blanco y, al cargar las canales en las caballerías” pongan debajo lienzo o estera limpia”, también ordenaban que, al llevar los despojos a los muladares, fuera de la ciudad, “queden estos envueltos en el estiércol, para evitar que sean consumidos por perros u otras alimañas”.

La separación de los lugares de matanza de las reses de abasto y de los destinados a la venta de carne, es decir, de las denominadas carnicerías propiamente dichas, y los mataderos, fue introducida por los romanos, que desde épocas remotas contaban con estos últimos establecimientos (Marcelo = matadero). Edificios de estas características comenzaron a construirse en España hacia los principios del siglo XII, primero en las grandes ciudades y más tarde en pueblos importantes, los primeros lo fueron en Sevilla, Málaga, Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia, en 1.500 lo fue el de Medina del Campo (Matadero-carnicería, según anteriormente ya hemos señalado), y en 1.712 el de Játiva (Valencia).

Según todos los indicios, fue Sevilla pionera en la construcción de matadero, éste fue construido por orden de los Reyes Católicos, sabemos que, en 1.632, “estaba constituido fuera de la ciudad, se trataba de un gran caserón, con corrales, naves de sacrificio y dependencia de servicio, formado una gran plaza en la que, durante el verano, se alanceaban toros”, cuando fue conquistada Málaga por los reyes católicos, en 1.478, los encargados de organizar la ciudad ya señalaron el lugar que debería ocupar al matadero futuro, situado en lo que después se denominaría Puerta Nueva. El matadero de Córdoba se construyó, también, por Orden de los Reyes Católicos, asignado una gran cantidad de maravedíes para comenzar las obras.

Entre los muy diversos personajes a que se hace referencia en los reglamentos de los ayuntamientos, vamos a reseñar exclusivamente, a los que tenían alguna relación con la vigilancia higiénica de las carnes, son éstas:

Almutazafes: tenían asignadas las funciones de vigilancia y Policía higiénica en mercados. Su labor incluye el control de pesas y medidas, inspecciona los horno, tabernas, carnicerías y tiendas, supervisa las actividades artesanales de la ciudad y se preocupa de la limpieza de calles y murallas. Aunque no tenía sueldo se podía dar por satisfecho, pues con la cantidad de multas, que el mayordomo o almutazaf de la ciudad gestionaba, se hacen cuatro partes, una cuarta parte es para el vecino denunciante, otra cuarta parte para el mayordomo y las dos restantes para el Concejo, que las emplea en obras de la muralla. Si es negligente y no cumple su oficio con eficacia es reo de cohecho, debe pagar al juez, a los alcaldes y al demandante, treinta sueldos jaqueses.

Cada mayordomo, por esta libertad de oficio, en cuanto a salario, nombra Nuncios, que le ayudan en “facer entregas, citaciones, mandamientos e proposiciones”, así mismo dispone de guardas y vigilantes de las tierras viñas y huertos para completar la misión de policía que le compete a su magistratura, quienes reciben sus salario, igualmente, de la proporción dicha de las sanciones impuestas.

Credencieros: Además de otras misiones, en ocasiones estos funcionarios tenían obligación de acompañar a los fieles en la visura de las carnes.

Fieles: Entre otras funciones, tenían encomendada la responsabilidad de vigilar que no se matara res alguna que estuviera enferma, exigiendo que entren por su pie en el matadero.

Veedores o revisores: Era un cargo importante en las organizaciones gremiales, en algunos reglamentos se especifica que estos servidores “han de ver y visualizar la bondad o maldad de las carnes”, la visura debería hacerse en presencia del credenciero, debiendo hacer relación por escrito entregada al mencionado credenciero, en el que se haga constar relación detallada de la actividad desarrollada, sobre todo cuando ordenara decomisos, especificando las razones que lo cuestionaron.

jueves, 2 de febrero de 2012

ALBEITARES, MARISCALES Y VETERINARIOS (mas)




Veamos ahora cual era la actividad cotidiana de aquellos albéitares. En el libro de sesiones, de 1.586, del Consell de Elche, en la correspondiente a 30 de mayo, se recogen unos aranceles o tarifas de herreros, herradores y albéitares, la relación de conceptos y precios fijados es la siguiente:

Sangrías y albardar con la misma sangre 4 reales castellanos

Dar cendradas 2 reales castellanos

Poner pajas y biznas 2 reales castellanos

Desgobernar de arriba y abajo 1 real castellano

Desgobernar 1 real castellano

Punzar los paladares y quitar el “haba” 1 real castellano

Dar juncadas 1 real castellano

Dar bebedizos 1 real castellano

Dar Medicinas 1 real castellano

Hacer sangrías 1 real castellano

Herrados de caballos 18 dineros

Herrados de mulos 14 dineros

Herrado de asnos 10 dineros

Reherrado de caballos 8 dineros

Reherrado de mulos 7 dineros

Reherrado de asnos 5 dineros

Ninguna de las Ordenanzas gremiales, ni acuerdos de juntas que se conozcan de dichos gremios hacen referencia a esta cuestión en los primeros tiempos, sólo las ordenanzas del gremio de la ciudad de Valencia de 1.483 lo mencionan, aunque de forma muy somera e imprecisa, fijando que dichos honorarios serían establecidos por mutuo acuerdo entre el albéitar y el propietario del animal, y si no se llegara a este acuerdo, el justicia civil, aconsejado por los examinadores de Albeytaria, debían tasar dichos aranceles.

A diferencia de lo que ocurre con las tarifas para los actos clínicos o de peritación, las relativas al herrado parece que fueron siempre controladas por las autoridades, se pueden citar en este sentido cuatro documentos de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII. En el primero, datado en Elche el 24 de febrero de 1.450, se establecen los precios del herrado en dicha villa en 7, 6 y 5 dineros, para caballos, mulos y asnos, respectivamente, fijando el reherrado en 2 dineros, para los tres casos (compárese con las tarifas de cien años después). En el segundo, el libre de Ordinacions de la Villa de Castelló, del año 1.554, se ordena que se cobren nueve dineros por herradura, y, si se trataba de volver a colocar la misma, limitándose el trabajo o a rebajar y arreglar el casco, la cifra era de tres dineros, si bien no se establecen diferencias entre caballos, mulos y asnos, la infracción se castigaba con una multa de sesenta sueldos, curiosamente la misma cantidad que en el documento de Elche de 1.586.

El tercer documento serían unas ordenanzas del gremio de Morella (Castellón), de 1.669, en las que se señala que se debían cobrar por cada herradura de ocho clavos, dieciséis dineros, y por cada una de seis, doce dineros y si se usaban las mismas herraduras limitándose a arreglar y cortar el casco, debía cobrarse ocho y seis dineros, respectivamente. El cuarto documento es un acuerdo del Ayuntamiento de la ciudad de Valencia de 1.727, renovando otro del gremio de albéitares y herradores de dicha ciudad, por el que se intentaba subir el precio del herrado, si bien no se hace constar la cantidad que se cobraba, ni la que se pretendía subir por parte del gremio. Como ejemplo de la importancia dada a la regulación de las tarifas de herraduras y herrado se puede citar la Pragmática de los Reyes Católicos, fechada en Granada el 22 de marzo de 1.501, en cuya disposición, no sólo se señalan los precios, sino el peso y el grosor del hierro de las herraduras.

La importancia del hallazgo de esta ordenación de aranceles de Elche no se encuentra sólo en si misma, sino que además se desprende de ella cuál era la práctica clínica habitual de los albéitares a finales del siglo XVI, y que consistiría en:

Hacer sangrías: De uso corriente ya desde los mulomédicos romanos, que la practicaba sobre la yugular y sobre el paladar, y considerada por Chiron como el arma más formidable de la panoplia médica, y no sólo con fines terapéuticos, sin también profilácticos, recomendado así Mosen Manuel Díez sangrar al caballo en la yugular cuatro veces al año “per a tenirlo en sanitat”.

Sangrar y albardar con la misma sangre: Albardar o enalbardar significa poner la albarda a una bestia, o también adornar, o rebozar, por ello aún no habiendo encontrado la significación de “albardar” relacionado con la sangre de la sangría, bien pudiera ser que consistiera en dar friegas con la misma en los lomos del animal, tal vez con la idea de fortalecer una zona sometida a los lógicos roces y presiones de los aparejos, con todo, llama la atención que a esta práctica se le asigne la tarifa más alta.

Desgobernar (así de mano como de pie): El ligar una vena entre dos puntos y seccionar entre ambos se conocía como desgobernar, a veces se asignaba a esta operación el significado concreto de ligar las venas cubital y radial en dos puntos, cortando la porción comprendida entre ellas, se hacia tanto en miembro torácico como en pelviano y tanto a niveles dístales como proximales los aranceles fijan un precio diferente, según se hiciera a un solo nivel o bien en los dos. Se consideraba de provecho para las “resfriaduras e infosura, desaynaduras, y aguadura, así mismo para alifajes, y vejigas, y lupias, de acuosidad, y para axugas, y arestín, y para los brazos que están con tumores, y engrosados de humores que baxan a las partes más baxas; se había de desgobernar en las venas de los brazos encima de la rodilla, y dos dedos encima de las pezuñas, y en las piernas encima de las corvas, y bajo de las corvas, dos dedos bajo el sitio donde se hace el esparaban, cortando la piel con una lanceta, y descubriendo la vena con un “cornezuelo”, éste era un instrumento hecho con una punta de cuerno de ciervo, usado por los albéitares para separar vasos y tejidos en las operaciones quirúrgicas.

Punzar los paladares y quitar “el haba”: La “fava” (también conocida como haba, lampasch o tolano) es el nombre que se le daba a una palatitis localizada, una inflación circunscrita a los surcos del paladar próximos a los incisivos, consecuencia de la hiperhemia producida por la compresión de la red venosa, este proceso, que se cita en todos los équidos, se caracteriza por una callosidad endurecida del tamaño de un haba, y hace que los animales no puedan comer, por estar dolorido al paladar, dejando caer la comida a medio masticar. El tratamiento consistía en sajar la tumefacción dejándola sangrar, para ello se utilizaba un hierro en forma de hoz de segar, previamente calentado al fuego, seguidamente se aplicaba un lavatorio para la boca, de vinagre, sal, orégano, y miel, mandando lavar dos o tres días con él, seis u ocho veces cada día.

Dar una juncada: Dar una juncada consistía en aplicar una medicación a base de manteca de vaca con un manojo de juncos, aunque es un término genérico (al poder contener diferentes componentes y por tanto perseguir distintos fines), su uso común parece ser el del medicamento preparado con manteca de vaca, miel y cocimiento de adormideras, que para trata el muermo (born o vorm, en valenciano) se aplicaba con un manojo de juncos, no obstante, su eficacia contra el muermo debió ser, evidentemente, tan nula como el resto de jarabes, brebajes y sangrías con los que se intentaba combatir. Las juncadas podían tener también otras aplicaciones, además del tratamiento del muermo, García Cabero, un albéitar posterior, la recomienda para el tratamiento del cólico, compuesta por “manteca de Bacas, miel común, xarave de azufayas, Regaliz, Escorzonera, aceyte de Catapucia o Higuera de infierno, polvos de cominos rústicos, alolvas y hiemas de Huevo”.

Dar una cendrada: la cendrada era una cataplasma o asiento de ceniza (cendra), sola o mezclada con otros ingredientes, para diversos usos, Mosen Diez la cita con ajos y paja de cebada: (Haz una caldera de cendrada y tomando las cabezas de ajos y paja de cebada, coja todo con la cendrada).

Dar bebedizos y dar medicinas: Llama la atención que los aranceles diferencien como conceptos diferentes dar bebedizos y dar medicinas, cuando se trata en ambos casos de dar una medicación, variando sólo la forma de administración, además, para los dos, se fija una misma cuantía económica, podría deberse a que se hubiera intentado “abultar” el listado de los aranceles, tal vez para camuflar el haber dejado fuera intencionadamente otros conceptos. Aquí entrarían tratamientos de todos aquellos procesos para los que sólo cabría el uso de medicinas, por ejemplo, los síndromes cólicos (Torcons) a los que se aplicaban purgantes o calmantes.

Poner unas pajas y bizma: Era poner un emplaste con pajas, que podía estar compuesto entre otros ingredientes por estopa, aguardiente, incienso y mirra, Francisco La Reyna atribuye a la vizma o coccio la propiedad de dar calor a los miembros, y expeler materias extrañas a las partes de fuera, y lo hace con pez común (resina de trementina), pez griega, resina de pino, sebo de cabrón, grasa y almástiga (resina de lentisco o almáciga), incienso y euforbio, todos los componentes se ponían, molidos, a cocer en una olla hasta que se derretían. Fernando Calvo, albéitar de la ciudad de Plasencia, recomendaba bizmas con otras composiciones, para tratar miembros flacos y dolidos por frialdades y humedales, para piernas y brazos quebrados, y para fortificar miembros quebrados ya sanados.

Herrado y reherrado: Se diferencian precios desprendiendo de que sea caballo, asno o mulo, y también según sea herraje con herradura aportada por el herrado o reherrar con las herraduras que trajera al animal.

martes, 17 de enero de 2012

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MENESCALES (cont.)




Fieles a la verdad histórica, continuamos la reseña de la Albeitería española con un libro escrito por un erudito, no albéitar, y cuya originalidad es muy discutida, también es de rigor hacer constar el carácter incunable de la obra de Días (o Díez), pues la edición príncipe está fechada en 1.495 y la segunda en 1.498, cierto es que durante el siglo XVI se repiten las ediciones, en varias fechas, y los ejemplares de este siglo son los más fáciles de consultar y de vez en cuando salen al mercado, la obra de Mosen Díaz, tanto el manuscrito como la traducción Castellana impresa, hay que reconsiderarla como un documento de siglo XV. Todos los historiadores de la Literatura veterinaria han clasificado la Obra de Mosen Días como un libro salido de la pluma de un erudito, al igual que lo fueron la mayoría de los tratados de Mariscaleria escritos en los siglos XIV y XV, obras que alcanzaron gran prestigio, fama en la historia profesional, lo que no se ha dicho es que Díaz fue un copista, cuando más, mero traductor de un manuscrito más antiguo, probablemente escrito en latín o en italiano y puesto por él en catalán, este moderno descubrimiento le quita mérito científico a la obra, pero no le resta la primacía en la bibliografía impresa.

Con referencia a la personalidad de Mosén Díaz hay bastante confusión, para unos es natural de Aragón, para otros es catalán y por último, otros le suponen valenciano, a nuestro propósito es suficiente con saber que Mosen Manuel Díaz era un caballero prestigioso que vivió a principios del siglo XV, según Zurita: “intervino Don Manuel Diez, como uno de los embajadores del Reino de Valencia”, en el famoso compromiso de Caspe del año 1.412. El “Libro de Albeitería”, según parece, fue escrito en el año 1.443, cuando el autor acompañó a D. Alfonso V el Magnífico, de Aragón, de quien fue mayordomo, a la conquista de Nápoles.

Está comprobado que Díaz fue mayordomo del Rey Alfonso V de Aragón, según nos informa el traductor del manuscrito, Martínez de Ampries, en el prólogo de la edición príncipe del libro, en otra edición, ya muerto el traductor, fechada en 1.545, se lee: “estando en la conquista del reyno de Nápoles, donde por mandato de su alteza el dicho Don Manuel hizo llamar a todos los mejores albéitares que hallarse pudieron, et ordenaron este Libro de Albeytaria, con el cual cada uno de súbito puede curar algún accidente que a su caballo, mula o otra bestia sobreviviere no fallando albéitar, más fallándolo, que sea bueno debe dejar la cura al maestro que es más suficiente por la práctica que no el. Y después que este libro fue compilado, mandó su alteza dar traslado de a quantos los quisiere, después fue traducido de la lengua catalana a la lengua castellana por el magnífico Martín Martínez Dampies, fidalgo, natural de la villa de Sos”. El título original del manuscrito de Mosén Díaz pudiera ser “Libro de la Menescalia, compost per lo noble Mossen Manuel Diez en nomm sia de la Santa Trinidad, que es Pare e Fill e Sant Spirit, tot hum Deo, Con sia molt cosa necesaria a toto cavaller o Gentilhom e hom d’estat, los quales ha effer les conquestes...”. “Por che yo, Manuel Diez, Mojordon del molt alt et poderos pricep et victoriosos senyor Don Alphonso Rei d’Arango, et vill ser un libro de cavalls per mostrar als jovens cavallers gran part de la practica e de la monoxenza dels cavalls et de lurs malaties et gran part de las cures de aquells”.

En la Biblioteca Nacional de París existe un ejemplar manuscrito, letra del siglo XV, caracteres góticos, compuestos de 135 hojas, este manuscrito carece de título, en la primera página se lee: “Taula del seguent libre de Menescalia, compost por lo noble Mos. Manuel Diez”. El libro de Mosén Diez, o Díaz, no se considera como original, a lo más como recopilación “de los mejores albéitares”, que el autor consultó durante la conquista de Nápoles, modernamente la crítica histórica ha puesto al descubierto el verdadero origen del libro y demuestra que Díaz o alguno de sus albéitares copió en catalán un manuscrito castellano de gran difusión entonces y mucha fama, manuscrito conocido desde el siglo XIII, de autor anónimo, de cuyo manuscrito han llegado hasta nosotros varias copias, perfectamente identificados, con el título de “El libro de los caballos”, como el manuscrito titulado “Libro de fechas de caballos”, atribuido a Jacme de Castre falsamente, al confundir el propietario del manuscrito, que fue de Castre, con el autor, la confusión es fácil porque el ejemplar dice al final del texto: “Libre d’en Jacme de Castre, senyor de Camerles”, este manuscrito es idéntico al utilizado por Mosén Diez para su traducción, la semejanza entre el libro de los caballos y el libro de Marescaleria del ya citado Álvarez de Salamiella resulta evidente, todo hace pensar que Mosén Díez solo fue traductor, sin añadir nada nuevo al texto primitivo, la originalidad de Díaz sólo fue añadir al libro de los caballos otro segundo sobre “las mulas”, y quizá fuese éste el tratado que escribieron los albéitares y que recordaba la tradición.

Cronológicamente, el libro, mejor dicho, el manuscrito de Mosen Díaz, es el primer texto de albeitería que se publica en España, y también una de las primeras obras que salieron de la imprenta española. La obra de Díaz, en la traducción Castellana, comprende dos libros, en el primero escribe de cuanto se debe saber de los caballos, y en el segundo, de las mulas, corresponde a Mosen Díaz el mérito de ser el primero en haber fijado la atención en la medicina de las mulas, animal tan abundante en los pueblos mediterráneos y del cual, tanto los hipiatras griegos y latinos, como los albéitares árabes, no hacen mención especial. En el primer libro se contienen 180 capítulos, los primeros atienden al exterior, al conocimiento de los pelos, signos de bondad, vicios, etc.., contiene nociones muy confusas de anatomía y concisos consejos de higiene, muy especialmente sobre alimentación, también, ligeras nociones de entrenamiento y doma de potros, en el capítulo 60 empieza la verdadera patología, pasando revista a las principales dolencias internas y externas del caballo.

Comprende el libro “que trata de las mulas” un total de 38 capítulos y varios apéndices, sigue el mismo plan del tratado de los caballos, los primeros capítulos se dedican a señalar la hermosura que debe tener la mula, y a tratar de las bondades y señales, del color de los pelos, etc..., que las caracterizan, la mayoría de los capítulos se dedican al estudio de la patología, y abundan los remedios y “curas” en cada uno de los casos, contiene un capítulo, este segundo libro, titulado “En qué manera deben ser herradas las mulas”, capítulo olvidado al tratar del caballo, este capítulo señala su procedencia albeiteresca frente a la erudita del tratado primero que hace referencia a los caballos. Una edición catalana contiene un tercer libro o tratado titulado “de la Nothomia dels cavalls”, el título se presta a mucha confusión, ya que el texto corresponde a un cuestionario de preguntas y respuestas provechosas “en lo examen de qualsevol menescal”, y nada dice de anatomía. Todo el texto del cuestionario es de una gran elementalidad y sencillez, si los examinandos de mariscales solo debían demostrar los conocimientos incluidos en este cuestionario, la prueba no representaba ninguna dificultad.

Ya se comprende que este apéndice no fue escrito en la época de Mosen Díaz, constituye un añadido extraño, en la edición de Valladolid de 1.500 se hace constar, a continuación del título, la siguiente coletilla: “y añadido en él setenta y nueve preguntas”, ejemplares correspondientes a esta edición, y a otras, como Toledo 1.507 y Zaragoza, 1.545, no contienen las citadas preguntas, sin duda alguna las adiciones quizá fuesen hechas para algunos ejemplares o añadidas a modo de apéndice, fuera de texto, y fueron arrancadas por los examinados. El éxito del libro de Díaz y de los manuscritos anteriores ha de buscarse entre caballeros, hombres de armas y nobles militares, conviene señalar que las “Partidas”, del Rey Sabio, exigen a los caballeros conocimientos de patología y terapéutica de los caballos para “guarnecerlos de las enfermedades que ovissen”, exigencia que explica el número de tiradas y la repetición de ediciones durante medio siglo, hasta diecisiete ediciones, de las cuales, tres publicadas en catalán.

El original estaba escrito en catalán, referidos al manuscrito de Mosen Manuel Díaz, pero las primeras ediciones impresas se publicaron en castellano, traducido por Martínez de Ampies, según quedó anotado, y las ediciones catalanas no se hicieron del original, fueron a su vez traducidas del texto castellano. Ahora tendríamos que hacernos una pregunta, Mosen Manuel Díaz, el autor del libro de la Menescalia, ¿fue eclesiástico?, El tratamiento de Mosen en la Corona de Aragón, tiene dos acepciones, uno procedente del catalán que significa monseñor, que se aplica a los noveles de segunda clase (lo que era caballero en Castilla), y otro que se daba como título a los clérigos, el libro de Lleonar Roca sobre Manuel Dies no despeja esta duda que desvelaría su formación monástica.

Con acierto califica el licenciado Alonso Suárez, médico de la ciudad de Talavera, su obra de recopilación, la “Recopilación” de Alonso Suárez comprende dos libros, en el primer libro se incluye una mezcla confusa como es: parte de una obra de Pedro Crecentino, un trozo del tratado de Mosen Díaz, (el referente a las mulas), un tratado anónimo sobre belleza del caballo, y el tratado de Hipología de Xenofonte, en el libro segundo se inserta, íntegra, la traducción de los hipiatras griegos y termina la obra con una traducción, también íntegra, de la “Hipiatrica” de Laurencio Rusio, la obra, en total, comprende 193 hojas en folio, impresión gótica. Debemos al licenciado Suárez haber incorporado a la albeitería hispana textos de tanto mérito, y esta labor merece una breve explicación histórico-bibliográfica para comprender toda su trascendencia.

Comenzaremos por el libro segundo, por los hipiatras griegos, este libro representa una fiel traducción de la famosa colección de textos que se conocieron como ”Hipíatrica” y modernamente con el nombre de “Corpus hippiatricorum qraecorum” (Abreviatura “C.H.G.”), se admitía, hasta hace poco, que fueron mandados coleccionar por el Emperador Constantino VII, Porfirogereta (911-959), en efecto, la colección se hizo en el siglo X, salvando gran número de manuscritos de la cultura griega antigua referentes a la medicina de los caballos. La obra, como ha llegado hasta nosotros, contiene 118 capítulos con fragmentos de 25 autores, el nombre del colector es desconocido, de la primitiva recopilación se debieron sacar varias copias, actualmente se conocen cinco manuscritos griegos, el más lujoso se encuentra en la Biblioteca Nacional de Berlín, uno de tales manuscritos fue traducido al latín por Johane Ruellio, médico de Soisson, y publicado en París por Simón Colinoeum en 1.530, sin duda un ejemplar de esta traducción latina sirvió a nuestro licenciado Suárez para preparar su “Recopilación” española, la misma “Hipiatrica” latina fue traducida al francés, italiano y alemán, por último, en 1.537 se publicó, a cargo de Grynoens, en Basilea, uno de los manuscritos en su original griego.

El libro de Pedro Crecentino, (Pietro de Crescenzi), es obra de un erudito, Crescenzi era médico abogado, aficionado a la filosofía..., vivió en 1.240, por encargo de Carlos II de Anjou, Rey de Sicilia, escribió un tratado de agricultura, cuya edición príncipe, escrita en latín, se titula “Petri de Crecentiis, civis de Bononiensis. Opus ruralium commodorum”, (libre XX. Augsburg, 147, por Jonh. Schuszler), en folio, gótico, después, son muchas las impresiones en latín, italiano, francés, alemán, que se conocen, no hay ninguna edición española, el libro IX trata de las enfermedades de los animales domésticos, el autor siguió en esto las normas de los geopónticos latinos Catón, Varrón, Columela..., según los críticos, los 106 capítulos que componen el capítulo nono son copia textual de la obra de Ruffus, un famoso veterinario en la corte de Federico II, en el año 1.250. El ilustre filósofo, historiador, y militar, Jenofonte, entre sus obras, nos dejó una interesante para veterinarios, ya citada, la titulada “De la equitación”, contiene valiosas noticias de exterior, higiene, doma, etc..., de los caballos, seguramente Alonso Suárez tomó este tratado de la traducción de las obras de Jenofonte hecha por D. Diego Gracían, publicada en Salamanca en 1.552.

Por último, la traducción del libro de Laurencio Rusio es, quizá, el mayor acierto de Suárez, Rusio fue un ilustre veterinario romano que ejerció la profesión a principios del siglo XIV, al Servicio del Cardenal Napoleone Orsini (1.288-1.347), por error inexplicable se hace a Rusio español, natural de Sevilla, no hay pruebas de ninguna clase acerca de su españolidad, la obra de Rusio es fruto de lecturas y observaciones personales, por su contenido, original y práctico, ha servido de modelo y ha sido traducida y copiada por muchos autores durante muchos años, la edición príncipe se publico en latín, con el siguiente título “Liber marescalcie copositus a Laurentio dicto Rucio...”, al parecer impresa en Roma, por Eucharus Silber, probablemente la edición consultada por Suárez es la que se imprimió en París, por Wechelus, en 1.531, texto que adquirió mucha divulgación. Del libro de Díaz, útil para los caballeros, se imprimieron repetidas tiradas, la “Recopilación” de Suárez sólo consiguió una edición, consecuencia de su aparición extemporánea, tanto el libro de Díaz como la Recopilación de Suárez, ejercieron muy escasa influencia en la cultura profesional de la albeitería, en primer término, no son obras de clínicos ejercitados en la práctica, después, a las dos obras les falta el arte de herrar, que representaba una práctica de mucha aplicación entre los albéitares, y, por último, ninguno servía de textos para el examen del Protoalbeiterato, un autor contemporáneo, el ya citado La Reina, se encarga de enterrar definitivamente estas dos obras, que han quedado, para satisfacción de historiadores y tormento de bibliófilos, con el título de “muy raras”.

jueves, 15 de diciembre de 2011

VETERINARIO, MENESCALES Y ALBEITARES (IV)



Maestro, y de gran altura, fue, después el albéitar, Francisco La Reina, que ya había observado que “la sangre anda en torno y en rueda por todos los miembros”, contemporáneo de Servet y autor de un libro magistral fruto de sus experiencias clínicas, fue el primero que entendió y explicó la circulación de la sangre, con argumentos propios de aquella hora de incipiente conocimiento anatómico. Uno de esos albéitares benedictinos, maestro de la medicina monástica, del cual tenemos referencias es Fray Bernardo, portugués de nacimiento, tiene una importancia extraordinaria en la Historia de la Albeitería Peninsular por ser uno de los primeros, quizá el primero, que compuso un libro que sirviera de texto a los aspirantes al título de albéitar, confiesa el propio autor que escribió el libro” a ruego de mi hermano que me lo han rogado”, no sabemos si éste era también benedictino o, lo que parece más sensato, formara parte de los primeros herradores que, al inicio del siglo XIV, tenían que someterse a examen si querían aspirar a la escala superior del herrador-albéitar, tal se desprende de la amplitud y contenido del texto, escrito en forma de diálogo, “así que todos los libros de albeytaria dudo si se hallará de tal guisa”, y sobre todo, porque una vez de encarecerle la obra le dice al hermano: “ahora razón es que seas examinado”.

La obra se tituló: Los siete libros del Arte y Ciencia de la Albeytaria (Nº Lº 121 Bib.Nac. Madrid), el libro carece de portada y se halla unido a un Tratado de Cirugía, de distinto autor, comienza el mismo que para entender del Albeitería se necesita conocer siete artes y oficios entre los que enumera la astronomía para conocer los planetas, los “sinos”, la “luna” y los “buenos días” para hacer sangrías, el conocimiento de las “yerbas”, sus nombres y virtudes, ídem de las enfermedades y el modo de curarlas, curación de las “llagas y quebraduras” y composición del cuerpo animal. La obra pertenece a finales del siglo XIV o principios del XV y está escrita esencialmente para examinandos, este es la prueba que nos ofrece una primera conclusión: el libro de Fray Bernardo es el primer libro de texto de Albeitería, y una segunda, no menos importante: los exámenes de los albéitares estaban ya generalizados en la Península Ibérica en el siglo XIV. Ya en el siglo XII el Antídotario recomendaba el uso de la “spongia soporífera” para producir anestesia con la siguiente receta: “a partes iguales opio, mandrágora y beleños molidos y mezclados con agua”, ¿cuántos perros, vacas y caballos habrían dormido hasta “serrar” al hombre?

También encontramos otros testimonios en Portugal que abonan lo que venimos proponiendo, así, existe un libro de “Albeitería” que perteneció al herrador-alveitar del rey D. Juan I, Alfonso Esteve, el cual fue escrito por Juan Aveiro que moraba en casa del Prior Álvaro Camello, en el año 1.425, más tarde descubrimos que este fraile era Abad de un monasterio, y, para mayor abundancia, aún encontramos relacionado con la “Alveiteria” una obra de cetrería que mandó escribir D. Juan da Costa, obispo y gobernador de Santa Cruz de Coimbra, con toda seguridad Benedictino. Desde siglos anteriores a la obra de Fray Bernardo, ya existen pruebas de esta dependencia monástica de los albéitares, en los “manuscritos” de Fray Teodorico de Valencia. (“Chirugia u Medicina de homens, cavalls et falcons”, (1.276), diríamos más, es la prueba incontrovertible que fuerza la promiscuidad de médicos y albéitares por aquellas fechas, que veíamos claramente al hablar de los benedictinos, y que irá perdiendo vigencia a medida que las Facultades de Medicina fijen su identidad.

Fray Teodoric de Valencia, dominico, natural de Cataluña y médico del Obispo de Valencia Andreu Albalat, escribió su obra entre 1.248 y 1.276, en un precioso códice se conserva su obra de medicina y Albeitería, con otra anónima que se le ha atribuido, además viene una cuarta obra traducida del árabe, que se encuentra en la Bib. Nat. de París, fue escrita en latín y traducida al romance catalán por Galien Correger, de Mallorca. El precioso códice comprende: 1) Le commensanent... (de cirugía), 2) La Cirujía del Cavalo, 3) Libro de mudriment he de la cura dels ocels los guals se pertanyen ha cassa, y 4) Anatomía del libre qui es dit almanssor. Algunos autores atribuyen a Teodoric toda la compilación, antes de ir este Códice a la Nacional de París se hallaba en la Bibliotheque de l’Academie Royale de Medicine y el texto catalán del “Nudriment...” fue publicado por primera vez fuera de las Coronas de España, al editarse este texto en catalán, tres siglos más tarde se volverá a editar, pero ya en España.

Porque los médicos, junto a los monjes, han intervenido decisivamente en la formación de los albéitares, ahora sabemos, con documentos, que los médicos formaban parte de los tribunales que examinaban a los albéitares, así se constituye en Valencia un tribunal “para examinar a los que ejercían la Albeytaria en dicha ciudad y confirmarlos en su titulación”, el tribunal estaba compuesto por el “Lugarteniente de justicia civil de la ciudad, tres jurados de los que formaban el Consell y otros cinco miembros entre los que figuran dos médicos y un cirujano, siendo los otros dos albéitares”, uno de los médicos de este tribunal, médico y escritor, fue varias veces examinador de médicos en la ciudad de Valencia. Es claro otro testimonio que nos adentra en estos aspectos que venimos considerando sobre enseñanza y exámenes en coincidencia con los médicos, en ocasión de una peste sufrida por la ciudad de Málaga, en 1.637, originada por trigo en malas condiciones, donde murieron cuarenta mil personas, en la que: “Los profesores de veterinaria sirvieron de mucho alivio con sus luces, circunstancia que hace muy recomendable el estudio de la ciencia hipiatrica para asistir a todos con sus adelantamientos “(Chinchilla, Anastasio: “Historia de la Medicina Española”, 1.841).

Es un reconocimiento temprano de la importancia de la sanidad veterinaria, pero también en una afirmación de identidad con algo que en un principio fue común a las dos profesiones afines, como pudo ser la unicidad en la enseñanza, aunque no figuraran los albéitares como tales, ¿quién nos dice que mosen Diez no pudo ser médico?, No es pequeño el número de galenos, que escribieron sobre veterinaria, tanto en España como en Portugal, pero es que además la “Hipiatrica” que era una reunión de textos griegos referentes a la medicina de los caballos, coleccionada en el siglo X, fue traducida por el médico Soisson, Johano Ruellio, y, médico era Pedro Crecentino, que en 1.240 escribió un tratado sobre Agricultura, como médico fue también el licenciado Alonso Suárez que nos legó la “Recopilación de los más famosos autores griegos y latinos”, toda la vida le será deudora la Veterinaria al licenciado Suárez por el trabajo que se tomó en recopilar y traducir los originarios de Albeitería. La bibliografía albeitaresca tiene dos periodos diferenciados, en principio es tratada por eruditos, médicos principalmente, y en el segundo brilla ya el protagonismo de dos albéitares, con la primicia de Francisco La Reina.

En el siglo XIV ya se celebrarían exámenes, como el descrito, en otras partes de la Península, sin que tengamos noticias de su inicio ni del ordenamiento que los regulaba, porque a estos exámenes de Valencia no podemos considerarles como un hecho aislado, sin relación ni concomitancia con el principio único de medicina impartida en las escuelas de los monasterios, y quizá sujetos a un mandamiento superior que desconocemos, el tribunal formado para otra ocasión tenía por objeto aprobar y escoger a los que “en lo sucesivo actuaren como mayorales y examinadores en los tribunales de Albeytaría”, de los nueve presentados eligieron a dos: Jaime Guerau y Juan de Pradas, después de haber examinado a los nueve “uno a uno”, por otra parte el tribunal difería muy poco de los formados en pleno siglo XX, un representante de la administración que actuaba de presidente, representantes del Consejo Local, especialistas en Medicina y Cirugía y especialista en Albeitería para examinar también de herraje. El herraje, en aquellos tiempos, era de primera necesidad, un bien primordial en el orden económico y en el militar, y, como peritos del mismo, los albéitares estaban obligados a sujetarse a las normas de uso o legislación vigente, bajo penas, a veces, gravísimas, los albéitares no sólo clavaban las herraduras, tenían que forjarlas, y una transgresión de lo ordenado en cuanto a su clase o peso se castigaba, la primera vez “con diez mil maravedis, si reincidía, con los diez mil de la primera vez y la pérdida de todo el herraje que tuviere o hiciere o mereciere” y por tercera vez, “Pierda todos sus bienes”.

Con motivo de un error al señalar el peso de las herraduras de esta Pragmática de los Reyes Católicos, fechada el 22 de marzo de 1.501, son citados a intervenir los albéitares ante el consejo Real, como peritos profesionales, quizá por primera vez en la historia, “llamados para ello como personas expertas del herraje”, a consecuencia de su informe, la Pragmática fue rectificada, dando paso a otra nueva que se publicó el 3 de septiembre del mismo año. Las primeras noticias sobre exámenes de “Alveitaria” en Portugal, aparecen en el año 1.436, en que las Cortes de Evora, reunidas por el rey D. Duarte en la Villa de Santarem, tratan de regular el ejercicio libre de la profesión, ante las reclamaciones suscitadas por los abusos de los profesionales.

jueves, 1 de diciembre de 2011

VETERINARIOS, MARISCALES Y ALBEITARES (III)



En las épocas más antiguas de la historia se conocía ya la forja de los metales, considerada como un arte, de ella se habla en el Génesis, siendo el primer forjador Tubalcaín, y Homero describe la forja de Vulcano en la Iliada, pero no hay que confundir a los herreros con los herradores, éstos aprendieron la forja de aquellos, pero en la sociedad formaban un oficio y un gremio también distinto. Los Fueros Leoneses del siglo XIII, establecen que el ferrero es el obrero que forja las herraduras y el ferrador el oficial que las clava en los cascos de los caballos, y aún explicita más: “et las ferraduras vendanlas los ferreros a los ferradores e fin non gelas quifieren vender, pechen II maravedis”.

En el siglo XII fue cuando se extendieron los Gremios como asociaciones medievales “voluntarias”, que agrupaban a comerciantes y artesanos con el fin de ayudarse, protegerse y relacionarse mutuamente. Fue posteriormente, ya en el siglo XIII, cuando los artesanos se separaron de los comerciantes y formaron agrupaciones gremiales según su oficio, cuando tenemos noticia de la primera asociación de menescales y herradores en la ciudad de Valencia el año 1.298, fecha en que fueron aprobadas las Ordenanzas de la Cofradía que tenía por Patrono a San Eloy, en contra de lo anteriormente dicho aparecen asociados a la cofradía los plateros, profesión bien distinta a la de los herradores. Pero meditando en que estas determinaciones, aparentemente devocionales, pocas veces son caprichosas, y buscando qué otro tipo de parentesco pudiera unir a plateros y herradores, además del patronazgo de San Eloy, se encuentra una cierta afinidad entre los dos oficios del mismo gremio, en razón del valor intrínseco de su trabajo, ya que “los cambios de forma por el forjado se obtienen sin perdida de material”, circunstancia que no tiene en cuenta a los herreros, los plateros ya se habían distanciado de los herreros desde muy antiguo, y hasta dieron a la palabra latina “fábrica“ la denominación de “fragua”, (para distinguirse de los herreros que llamaban “forja”, como el francés “forge”)

Los herradores y plateros, pues, manejaban materiales forjables llevados al estado de plasticidad mediante el aumento de la temperatura, y, modelados, sin pérdida de sustancia, ésta era la filosofía que les mantenía unidos y hermanados bajo San Eloy, y por esto mismo en el Cuzco fueron los plateros, y no los herreros, quienes hicieron las herraduras para los caballos de Pizarro. La Región Valenciana bien merece ser reconocida en la Historia de la Veterinaria como adelantada en muchos de los hechos que construyen la misma, esta asociación que acabamos de ver de menestrales y herradores es una madrugadora primicia que nos induce a pensar en la existencia de los exámenes en la Albeitería con anterioridad al documento de los exámenes de seis albéitares valencianos por un Tribunal nombrado por el Consell de Valencia en 1.463.

Dos funciones llevadas a cabo por los gremios de albéitares son comparables a las realizadas por los Colegios de Veterinarios actuales, nos referimos a las actividades de tipo benéfico y a las relacionadas con aquellas gestiones encaminadas a la distribución de materiales para el ejercicio profesional. Con relación al primero de estos cometidos, citemos la ayuda económica que recibían por enfermedad o notorio contratiempo aquellos maestros que fuesen sumamente pobres o necesitados, la ayuda a las viudas era especial, autorizándolas a mantener abierta su clínica-herrería, si tenían a su servicio algún oficial capacitado, especialmente si tenían hijos, hasta que el mayor de ellos adquiriese la titulación de albéitar, también eran atendidas las huérfanas que se hallaban necesitadas, en todas las ordenanzas gremiales se encuentran artículos que hacen referencia a éstas y otras obligaciones de asistencia mutua y benéfica. También los agremiados difuntos fueron objeto de atención, y así encontramos la obligación de asistir a los entierros, la celebración de misas y funerales por su alma, etc. En cuanto al segundo de los cometidos apuntados, los gremios de albéitares y herradores se preocupaban del abastecimiento de las materias primas usadas para el propio trabajo de los agremiados, consiguiendo, de esta forma, precios más ventajosos y beneficios para la propia corporación, tal era, entonces, el caso del carbón necesario para la fragua, y el hierro para la fabricación de herraduras, el gremio de albéitares y herradores de la ciudad de Valencia gozaba del monopolio de la venta y distribución del carbón a todos los usuarios de la ciudad, fuesen o no agremiados, lo que le suponía una buena fuente de ingresos, el depósito del mismo se hallaba en la propia casa cofradía del gremio.

Todas las ordenanzas de los gremios de albéitares del reino de Valencia, en líneas generales, respondían a la misma normativa, existía una junta directiva o de gobierno, con los siguientes cargos: clavario, que se ocupaba de lo que podía considerarse la presidencia del gremio, tenía en su poder la llave de la caja de caudales (de ahí el nombre de clavario) responsabilizándose de los fondos de la misma, compañero de clavario, que desempeñaba una función a lo que hoy llamaríamos vicepresidente y por tanto suplía al clavario en sus funciones en ausencia de este, mayorales, generalmente dos, eran como vocales de la junta de gobierno del gremio, veedores, generalmente dos, que controlaban la calidad y buena fabricación de las herraduras, las tarifas del ejercicio profesional, actuaban como examinadores en los exámenes que realizaban el gremio para la concesión de títulos, por último estaba el escribano que actuaba como secretario del gremio, recogiendo en sus escritos o actas los acuerdos, aunque la fe pública de los mismos corría a cargo de algún notario que asistía a las reuniones, estaban también a su cargo el llamado “libro de clavería” donde se anotaba la contabilidad del gremio, los libros de registro de aprendices y oficiales, y cualquier otro que el gremio tuviera que llevar en orden a la mejor administración del mismo. Todos estos cargos eran elegidos generalmente en la Pascua de Pentecostés, pero tomaban posesión el día 24 de junio (festividad de San Juan) para terminar su cometido en la misma fecha del año siguiente, a excepción del cargo de escribano que tenía una duración de tres años. Como empleado subalterno de los gremios figuraba el andador, llamado también macipe, que era la persona encargada de cursar las citaciones para las reuniones del gremio. Digamos por último que existía una especie de consejo superior o Junta de Prohomania de carácter asesor, formado por los individuos que habían ejercido cargos con anterioridad. El gremio de la ciudad de Valencia celebraba dos fiestas anuales a San Eloy (25 de junio y 1 de diciembre) y una a Santa Lucia (13 de diciembre).

Hay constancia documental en un acta, de un examen, realizado a ocho aspirantes, el 23 de marzo de 1.436, en la que están sus nombres, las de los miembros del tribunal nombrados por el Consell de Valencia, sus calificaciones y el otorgamiento, a dos de ellos, de la potestad para ejercer de examinadores, esto significa que unos años antes, no ya de la creación del Tribunal del Protoalbeiterato, sino del Tribunal del Protomedicato, era necesario superar un examen que demostraba la pericia y la capacitación del aspirante a veterinario, siendo esta situación la habitual en la Península Ibérica. De las Ordenanzas de Segovia es este fragmento que hace referencia a los exámenes que debían realizar los aspirantes para incorporarse al gremio: “El hijo de un cofrade que quiera establecerse, deberá ser examinado por los oficiales del cabildo y si la prueba resultase suficiente, podría ejercer la profesión una vez que jurara cumplir las Ordenanzas y estar dispuesto a pagar los derechos que le correspondan. En el caso de que la prueba fuera insuficiente, debería tornar a aprender”. Exámenes que también son exigidos por Alfonso X, en el Fuero Real: “Ningún hombre obre si no fuese aprobado en la Villa donde hubiere de obrar, por otorgamiento de los alcaldes”.

La evolución de la Albeitería de mayor responsabilidad cada vez con la vida económica de la nación, la demanda de hombres preparados y capaces es una exigencia social, pero también del Estado, que debe velar por la comunidad, obliga a los gremios a concurrir a esta cita, plenamente responsables, tiene que seleccionar a sus asociados por único sistema viable: el examen. Es verdad que hemos admitido que para la mayoría de los aspirantes a albéitares las únicas escuelas fueron las tiendas de herrar, pero esto no puede mantenerse al cien por cien, los pocos herradores que accedían a los exámenes ante un tribunal tan numeroso y cualificado como era el que tenía que juzgarlo, no descendían de otros examinados formados en Escuelas reconocidas, es verdad que la Albeitería nunca tuvo una enseñanza oficial en la Universidad, como lo hicieron la Medicina y la Farmacia, pero los albéitares, los maestros, buscaron por su cuenta la instrucción humanística y médica que no podían adquirir en las herrerías.

Esta instrucción se descubre en sus escritos, pero también recientes hallazgos nos hacen pensar que los albéitares no fueron ajenos a las Escuelas de Medicina, por lo menos, en las de Artes, donde se realizaban estudios previos a los verdaderamente médicos. No alcanzó los estudios Universitarios la Albeitería, pero en la Edad Media existía una medicina monástica, consecuencia de la reclusión de los saberes en los monasterios, de la cual se benefició por igual la Albeitería y que suplió con creces los estudios universitarios, en el monasterio de Ripoll apareció el “Liber Artis Medicinae”, del siglo XII, que contiene los conocimientos médicos de la época, entre los que figuran un “Receptarius”, un “Passionarius” y un “Antidotario”, en él están encerrados conocimientos antiguos copiados por los monjes benedictinos de los textos de San Isidoro y de los griegos traducido al latín entre los que se encontraba la “Hipiatrica”.

Esta familiaridad de médicos, monjes y albéitares no debe extrañar si reparamos en que en la Edad Media los conocimientos anatómicos eran muy escasos y el deseo de superar esta precariedad los llevaba a compartir el examen de los músculos y órganos animales, obsesionados por obtener de la observación directa, una respuesta a los fenómenos patológicos. La primera Universidad que estableció los estudios de anatomía en España fue la de Valladolid, en Salamanca, a instancias del rey, se creó la cátedra de Cirugía en 1.566. Por aquel entonces, la cirugía estaba en manos de los “romancistas”, “cirujanos que no saben otro latín que nuestra lengua castellana corrompida”, la cátedra tardó dos años en proveerse por falta de cirujanos, destacando entre las pruebas que exigían para que mostraran su habilidad en el examen “la de hacer disecciones en algún perro, o en algún cochino, o en otro animal”, por ello, no es aventurado conjeturar que alguno de los concursantes tuviera como profesor a un albéitar, pero la desestimación con que algunos médicos han obsequiado a estos profesionales, les impediría luego darlo a la publicidad.

lunes, 14 de noviembre de 2011

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MARISCALES (II)




Con la Escuela de Traductores de Toledo irrumpe en Europa la ciencia de judíos y musulmanes, como es el caso del ya citado Abul Kasin, médico y cirujano de Abderramán III, nacido en Córdoba, conocido como Albucasis, que realizaba disecciones y anatomías de animales, llegando a adquirir notables conocimientos anatómicos sobre los que basó su práctica quirúrgica, estudió el valor del fuego y descubrió el “cautiverio” (cauterio), tan empleado en Veterinaria, “dar fuego” con un hierro candente fue práctica habitual en las cojeras y otras muchas enfermedades, de las que se esperaba obtener una respuesta quemando los tejidos y formando una escara. Pero eran muchos más los árabes que ejercían la clínica práctica en perfecta promiscuidad con los hispanos, incluso en los reinos tempranamente conquistados, como lo prueba la existencia en 1.484 de un albéitar “moro” llamado Yusuf, vecino de Arévalo, que interpuso un pleito contra uno llamado Copete, por ciertos bienes que le adeudaba, acogiéndose a la justicia castellana.

Con todo ello, no podemos argüir que el progreso de la Veterinaria en España se debió, exclusivamente, a los árabes, no debemos confundir la doctrina con la organización, aquella floreció y se enriqueció al unísono con la mezcla de las dos culturas, y ésta es netamente cristiana. La reconquista fue lo suficientemente larga como para que los hijos de los albéitares árabes se formaran con las enseñanzas de los albéitares cristianos, y no al revés, la convivencia en la trama civil era muy pronunciada, no olvidemos que los albéitares árabes no practicaban el herraje, a diferencia de los españoles que conquistaron las tiendas de herrar en escuelas de aprendizaje veterinario.

Además, los españoles, eran muy superiores en conocimientos hipiatricos a juzgar por las obras que nos legaron, en la bibliografía musulmana no hay ningún texto comparable el libro de los Caballos (del siglo XIII), ni a la obra de montería que mandó escribir Alfonso XI, uno y otro, pletóricos de patología animal. Uno de los documentos más valiosos para la historia universal de la Veterinaria lo constituye el manuscrito de Álvarez de Salamiella que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, este menescal español del siglo XIV, describió las técnicas operatorias más avanzadas del medioevo y las ilustró con admirables láminas, siendo el único documento de esa época para el estudio de la historia de la cirugía de los animales.

Pero hay un hecho, ya repetido, ocurrido en la Edad Media que trasformaría a la Albeitería Peninsular, la proliferación de la herradura de clavo, la aparición de los herradores, que en orden al progreso general y a la civilización, significaron un avance gigantesco en lo tocante al desarrollo humano, no lo fueron tanto en lo que respecta a la ciencia veterinaria, el comportamiento de los albéitares hispanos asumiendo a los herradores y ejerciendo su propio oficio de menestrales para desde él, escalar a los más elevados de la ciencia, es un hecho insólito y original, altamente ilustrativo y sin parangón en la historia. Es verdad que a costa de no poco desdén de los que se creían “exclusivos” de la ciencia médica, pero el título de Herrador, acompañará siempre al de Albéitar en todos los autores, por más encumbrados que fuesen, hasta la creación de la Escuela Superior de Veterinaria en Madrid en 1.792, y como herrador irá al Nuevo Mundo el primer Veterinario que intervino en la colonización, llamado Cristóbal Cavo, que embarcó en la expedición de Aguado.

Los albéitares, provenientes de los caballeros y formados en los monasterios, muchos de ellos monjes también, ejercían libremente, como pertenecientes a una profesión liberal, aunque carecían de exámenes para ello y no poseían título. Ya no figurarán solamente con el nombre de albéitar en los documentos oficiales, llevarán añadido el de Herrador, bien delante, bien detrás, en 1.737 exponían al rey los albéitares de Madrid las razones de su título: “Al mismo tiempo de tratar en la Profesión de Albeitería, instruyen y enseñan el modo y forma de herrar los animales, por ser un Arte idéntica, y así la exercen sus Profesores, de cuya uniformidad proviene la adherencia del vocablo latino con que se denomina el Herrador, aplicándole al connotado de Albéitar, y amabas especies lo son de una misma Arte”.

Desde un principio, pues, en España, debido a esta asociación intima del albéitar y herrador, el “herrado no es libre” con todas las bendiciones reales, puesto que no puede existir ningún “taller de herrado” sin estar regentado por un veterinario, de manera que la profesión de herrador se ha supeditado a dicho titular, en las demás naciones la profesión de herrador es libre, y éste no interfirió para nada en la evolución del veterinario, tanto en Francia, como en Alemania, Italia, etc, se llegó al veterinario desde el caballerizo, en algunos países sólo se exigía al herrador algunas nociones de anatomía del pie. Desde antes de los Reyes católicos, el herrado así entendido, bajo la dirección del Albéitar, toma un cariz técnico-científico equiparable a una especialidad profesional, tanto más apreciada cuanto que proporcionaba sustanciales beneficios económicos, muchos más, que los que se podían conseguir con el ejercicio de la medicina.

La especialidad del herrado en el seno de la Albeitería respondía, pues, a poderosas razones de Estado, por encima de las meramente particulares, garantizando un servicio al ciudadano prestado por unos profesionales que le resultaban gratis, puesto que lo pagaban los propietarios. En Europa, por ejemplo, se introdujo en Inglaterra el arte de herrar con Guillermo el Conquistador, quien murió precisamente de la caída de un caballo, a Guillermo le acompañaba un encargado de vigilar a los herradores llamado Enrique, que tomó el apellido del edificio, pasando a la posterioridad como Enrique Ferrers, (de donde derivan Herrero y Ferrero), en cuyo escudo de armas figuraban seis herraduras, cuentan los historiadores británicos que en el condado de Rutland, lugar de su residencia, existía una costumbre singular que consistía en que, cuando algún Barón atravesaba la ciudad, se le confiscaba una de las herraduras de su caballo, a no ser que prefiriera pagar una tasa, y la herradura era clavada en las puertas del castillo, inscribiendo al lado el nombre del propietario.

Por lo demás, el descubrimiento de la herradura de clavo produjo, en la Edad Media, una revolución industrial, agrícola y comercial tan considerable, que solamente se la puede comparar a lo que en tiempos modernos produjo la aplicación del vapor o la tracción ferroviaria, como motor en las industrias. A nadie se le oculta que el descubrimiento de tan “sencillo aparato” que protegía los cascos de los équidos, provocó una conmoción económico social, tan profunda, que afectó a todos los campos de la producción, obligando a construir nuevas vías de locomoción que ampliaran las relaciones comerciales, por la facilidad de transportar a largas distancias los más diversos artículos que antes sólo se conducían a carga y con jornadas cortas, pues fueron trasladados ahora en carruajes con marchas largas y continuadas, y en mayor cantidad con la misma unidad de fuerza. Hasta el destino de la humanidad se dejó sentir el efecto del herrado, el político e historiador francés Thiers afirmó que “el ejército de Napoleón fue derrotado en la guerra contra los rusos por la falta absoluta de herraduras que le permitieran caminar sobre terrenos helados”.

Por otra parte, el herraje proporcionaba un dinero muy saneado e inmediato, como el Poema del Cid recoge, el señor debía herrar el caballo, pagar el gasto de herraje del vasallo, a quien llamaba a listas, el pagar las herraduras en veces era una obligación. Los caballeros, los propietarios con caballo al servicio del rey, tenían obligación de conocer la hipiatria y herrar el caballo, pero es muy probable que esto último sólo se llevara a la práctica en casos extremos, normalmente los herradores formaban parte del servicio del señor, fuera este rey, conde, marqués u obispo.

Todos estos extremos se están confirmando en la actualidad con nuevas investigaciones que cada día van apareciendo sobre la época, como el realizado en el castillo de Sesa, provincia de Huesca (España) en la que se pormenoriza la vida social, el trabajo y los oficios que intervenían en el desarrollo de aquella comunidad en el 1.276, entre los diversos servidores del Castillo: barberos, físicos, herreros,... el que más cobraba era el herrador que, aparte del material recibía “tres dineros por herradura puesta”. Con la simbiosis de herradores y albéitares surgió un nuevo profesional: el Albéitar-herrador, y una nueva ciencia, la Albeitería, que como ya hemos indicado era exclusiva de España y Portugal y única en el mundo.

El albéitar herrador se formaba en las tiendas de herrar trabajando de herrador, primero como aprendiz, y al mismo tiempo, recibía las enseñanzas de la ciencia y participaba en las experimentaciones que el maestro consideraba de interés, según su grado de preparación, el maestro siempre era albéitar, pegando herraduras y practicando, algunos aprendieron las letras, fueron evolucionando hasta las primeras manifestaciones escritas del siglo XIII que sirvieron de libros de texto para los examinandos que aspiraban a titulación, como luego veremos. Todos juntos, herradores y albéitares-herradores, formaban el Gremio de su nombre, nos han legado tradiciones como la devoción a San Antón que, quizá, constituía una Cofradía encomendada a rogar por la salud de los animales, ya en 1.298, esta devoción y patronazgo pasó a San Eloy.