El principal objetivo militar de Egipto fue preservar su integridad territorial. Por una parte, se defendió contra los intentos de invasión de los pueblos vecinos. Por otra parte, sus campañas en el exterior no iban encaminadas tanto a la anexión de territorios como a ocupar posiciones para alejar lo más posible a los enemigos de las fronteras naturales del estado egipcio y, de paso, someter a pueblos vasallos a aportar tributos. Al sur, los faraones construyeron fortalezas a lo largo del Nilo para defenderse de los ataques de los nubios, contrarios a su expansión meridional.
Egipto nunca consideró a Nubia un país extranjero, sino una parte menos importante de su propio territorio. Los egipcios reclutaron a sus vecinos de sur como soldados auxiliares ya en tiempos de Reino Antiguo, en el III milenio a.n.e., Nubia proporcionó buenos arqueros y los medjai, un cuerpo de exploradores y policías especializados que formó parte del ejército egipcio que expulsó a los invasores hicsos. Mientras a sur de la tercera catarata se formaba el reino de Kush, que resultaría ser un incomodo adversario de Egipto. Durante la dinastía XVIII, Tutmisis I destruyó Kerma, la capital de Kush, y remontó el río hasta Tebas con el cadáver del rey kushita balanceándose boca abajo en la proa de su barco. Las tropas del faraón llegaron más allá de la cuarta catarata, el punto más meridional jamás alcanzado por el ejército egipcio. La gran irrupción de los nubios en Egipto se produjo seiscientos años más tarde, cuando los kushitas avanzaron desde su nueva capital, Napata, para ampliar sus fronteras hacia el norte. Esta expansión culminó en tiempos del rey Piankhy, que completó la conquista de Egipto; con él comenzó la dinastía XXV. Cinco faraones de la familia real khushita gobernaron Egipto en nombre del dios Ammón y respetaron las costumbres egipcias, aunque sus sepulturas no están en las necrópolis reales egipcias, sino en El Kurru y en Nuri, cerca de Napata.
Al oeste, en el desierto occidental, los egipcios mantuvieron una pugna intermitente con los libios por la ocupación de los oasis. Aunque conocemos como libios a todos los habitantes del desierto occidental, éstos no constituían un solo pueblo, sino que formaban un conglomerado de diversas tribus que los egipcios dividieron en dos grandes grupos: los tjehenu, que ocupaban la zona próxima a la frontera de Egipto, y los tjemehu, pueblos del interior del desierto que probablemente descendían de los habitantes primitivos (bereberes) del Sahara. Al oeste del valle y emergiendo de entre la inmensidad desértica, cinco grandes oasis se distribuían de norte a sur: Siwa, Bahariya, Farafra, Dakhla,y Kharga. También podría añadirse la existencia de otros oasis menores, como Selima, Kurfur y dungul, estos últimos en latitudes más meridionales. Los oasis egipcios se asientan en tierras fértiles, en las que, gracias a los manantiales de agua que los sostienen, la vegetación llega a ser exuberante y próspera la actividad agrícola. Su potencial motivó el interés egipcio por explotarlos económicamente. Vino, aceite, higos y dátiles eran sus producciones más características, pero, gracias a la vida que proporcionaban a la región, se propiciaron otras actividades, como el pastoreo y la prospección minera: en sus alrededores se obtenían piedras para la construcción, piedras duras, metales, galena y natrón.
Su importancia también está derivada de su posición estratégica tanto a nivel militar como comercial. El estado egipcio, a partir del Reino Antiguo, destacó funcionarios para que ejercieran el control de esos vergeles. Conforme avanzó el tiempo, el rango de estos “gobernadores de los oasis” iría en aumento, paralelamente a la necesidad cada vez mayor de asegurar los recursos económicos y estratégicos. A partir del Reino antiguo, Egipto consideró a las tribus libias, al desierto y a los oasis como una fuente de la que obtener recursos económicos de importancia a través de campañas periódicas o razzias. Las referencias procedentes del reinado de Snefru (Dinastía IV) y del templo funerario de Sahure (Dinastía V) aportan información iconográfica del botín capturado, consistente en éste último caso en 123400 bovinos, 223200 asnos, 232413 cabras y 243689 ovejas, lo que evidencia el carácter pastoril de la sociedad libia y la importancia de su ganadería.
En el Reino Nuevo el mosaico étnico-cultural sufre un cambio importantísimo. Para empezar aparecen nuevos grupos como los libu y los meshwesh. La investigación respecto a estos dos grupos se encuentra ante diversas polémicas. Por un lado, su origen no está nada claro y algunos les suponen autóctonos, mientras que otros les consideran extranjeros. Por otro lado, el hábitat de estas tribus estuvo situado en
La fortaleza de Zawiyet umn el-Rakham es la construcción más occidental de ese sistema defensivo. Situada a unos
El movimiento de los pueblos hacia el este pudo estar ocasionado porque, dado el incremento de la población, se hicieron necesarios más pastos para el ganado y las tierras de cultivo, a lo que también pudieron añadirse la sequía y los efectos de la desertización. Otros autores defienden que la sociedad libia había alcanzado un gran crecimiento y prosperidad nunca antes lograda. El comercio con el exterior habría sido el motor de la mejore económica de las tribus libias y pudo ser uno de los principales motivos de una estratificación social cada vez más profunda. En este caso, la emigración hacia el este pudo estar provocada por unas élites tan poderosas como interesadas en mantener su status. El crecimiento demográfico, la crisis climática o la presión de unos pueblos sobre otros son distintas causas que también pudieron influir en este complejo proceso.
El paso siguiente consistiría en la transición de la tradicional economía pastoril de las sociedades libias a una economía de carácter agrícola. Para conseguirlo, sería necesaria la expansión y la ocupación de regiones habitadas por agricultores sedentarios. De esta manera, la actuación de estos pueblos libios sugiere un proceso progresivo de infiltración, establecimiento y sedentarización. La necesidad de ocupar nuevas tierras no se debió tanto a una crisis de la sociedad, como a su crecimiento, cuya viabilidad requería esa expansión. Los prisioneros capturados por los egipcios durante estos enfrentamientos fueron recluidos en fortalezas situadas en tierra egipcia, en donde pasaron a tener progresivamente un papel cada vez más significativo dentro de la jerarquía del ejército del faraón. Paralelamente, se llevó a cabo un proceso de egiptianización, si bien conservaron sus nombres y sus señas de identidad externa.
Estos nuevos enclaves se convirtieron en centros emergentes de poder político y militar en donde los libios adquirieron progresivamente mayor influencia y jerarquía dentro de la sociedad egipcia. De esta manera, ciudades como Menfis, Heracleópolis y otras del Delta, se convirtieron en núcleos importantes desde dónde se expandió el emergente poder libio, lo que les permitió asumir poco mas tarde el control político de un estado en plena decadencia. Los libios se convirtieron en príncipes y sacerdotes de las divinidades locales, controlaron cada vez mayores territorios en el norte del país y elevaron al trono de Egipto a Sheshonq, uno de los “Grandes jefes de los Ma. (shwash)”, que inauguró la dinastía XXII.
Expulsados los hicsos, protagonistas del llamado Segundo Periodo Intermedio, inicia Egipto, por
Por otra parte, el comercio fenicio se enriqueció con productos novedosos. Mejoraron las técnicas egipcias de fabricación del vidrio, pero sobre todo descubrieron la púrpura, un tinte rojo extraído de unos moluscos con el que se elaboraban tejidos de color brillante que no desteñían al ser lavados. Los fenicios guardaron celosamente el secreto de la elaboración de este tinte, con lo que monopolizaron su comercio durante siglos. La púrpura fue muy codiciada, y se vendía a precios elevados. Entre las ciudades que más se beneficiaron de estas innovaciones estaban Tiro y Sidón.
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