Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

miércoles, 11 de febrero de 2015

CIENCIA





A los científicos a veces les resulta muy difícil discutir con personas que defienden teorías o puntos de vista que consideramos anticientíficos. Les resulta difícil argumentar, porque en los debates utilizan palabras que no tienen el mismo significado para ellos y para las personas ajenas a la comunidad científica. Una de esas palabras es prueba o el correspondiente verbo, probar. Según la Real Academia, prueba es “razón, argumento, instrumento u otro medio con que se pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad de algo” y probar es “justificar, manifestar y hacer patente la certeza de un hecho o la verdad de algo con razones, instrumentos o testigos”. Pues bien, ninguna de esas dos definiciones nos sirve, porque en ciencia no cabe hablar de verdad o de verdadero, no al menos si consideramos como verdaderas las proposiciones que pretenden describir fielmente la realidad. En ciencia prueba no es lo que dice la Real Academia, ni es una demostración lógica mediante la que se demuestran ciertas conclusiones a partir de determinadas premisas; hablamos de pruebas para referirnos a observaciones (experimentales o no) que avalan una hipótesis o una teoría y por ello, no tienen carácter definitivo.
Esto no representa ninguna dificultad para los científicos, pero es un problema cuando interactúan con quienes no lo son. Habrá quien piense que estas nociones, que al común de los mortales resultan del todo abstrusas, carecen de interés más allá del que tengan para científicos o filósofos. Sin embargo, sí tienen consecuencias prácticas y, de hecho, conducen a una cierta incomunicación entre el mundo científico y la sociedad.
Para la mayor parte de la gente la ciencia es una colección de hechos probados. Sólo unos pocos piensan en ella como una forma de adquirir conocimiento. Y sin embargo, para los científicos es más importante esta segunda componente; es más, la primera ni siquiera se puede formular de ese modo. En otras palabras, en ciencia no se debe considerar nada como probado, si no es con carácter provisional. Y esa es la razón por la que he afirmado que en ciencia no existe la verdad, porque para que pudiera existir deberíamos ser capaces de probar con carácter absoluto y definitivo cada enunciado que se pretenda considerar verdadero; eso no es posible. En matemáticas sí existen enunciados verdaderos, pero en las ciencias naturales, no.



La consecuencia práctica de ese desajuste es que en ocasiones se pide que probemos enunciados que para la ciencia están firmemente establecidos o acerca de los cuales hay un amplio consenso en la comunidad científica y, sin embargo, no es posible aportar pruebas definitivas al respecto. La teoría de la evolución por selección natural es una de esas materias de controversia. Esa teoría es el mejor modelo con que contamos para explicar lo que sabemos acerca de los seres vivos, para dar sentido a la infinidad de observaciones que se han hecho sobre la naturaleza y para comprender el origen de la diversidad natural. De hecho, ni siquiera cabe aquí hablar de mejor modelo, porque es el único satisfactorio. Cualquier otra explicación dada hasta ahora es insuficiente o manifiestamente errónea. Pero aunque contamos con una colección impresionante de observaciones que la avalan (fuertes evidencias en el sentido apuntado antes), no se puede afirmar que haya una prueba concluyente de que la teoría de la evolución por selección natural (tal y como la entendemos hoy) sea la verdadera. Porque no podemos descartar que nuevas observaciones refuten alguno de los elementos sobre los que se sustenta. Si así ocurriese, ello nos obligaría a elaborar una nueva teoría, un nuevo modelo.
En algunos campos la ciencia resulta ser 'débil' con sus críticos. Otros casos resultan más controvertidos. El del cambio climático es uno de ellos. Que el clima ha cambiado de manera constante en la historia de la Tierra es un hecho. Que desde hace unas pocas décadas el cambio climático ha consistido en un aumento rápido de la temperatura atmosférica es otro hecho. Y que la causa de tal calentamiento es el efecto invernadero provocado por la emisión a la atmósfera de gases procedentes de las actividades humanas, es la mejor explicación con que cuenta la comunidad científica para dar sentido a los datos disponibles. Esta teoría no tiene, como modelo explicativo, un estatus equivalente al de la anterior. La primera tiene siglo y medio de historia y la práctica totalidad de los científicos la consideran el modelo fundamental que explica el mundo vivo. Además, su trascendencia e impacto cultural han sido enormes: ha determinado, incluso, nuestra concepción del Mundo. La segunda, sin embargo, carece de trascendencia “filosófica”, es mucho más joven y ni siquiera cuenta con el respaldo de todos los científicos: cerca de un 5% de especialistas en clima no la consideran válida. Pero el grado de consenso que ha concitado en la comunidad científica, con no ser absoluto, es abrumador y si bien no cabe hablar –una vez más- de pruebas definitivas que avalen ese modelo, cuenta con fortísimas evidencias a su favor.
El poder de la ciencia radica en su capacidad para disponer de mejores explicaciones cada vez. Pues bien, tanto en un caso –evolución por selección natural- como en el otro –cambio climático por efecto invernadero- la ciencia resulta ser débil ante sus críticos, pues no es capaz de establecer de forma concluyente y con carácter absoluto y definitivo que los enunciados que conforman la teoría de la evolución y la hipótesis del cambio climático son verdaderos. Y eso genera insatisfacción en el público y malentendidos. Pero es esa misma debilidad la que confiere a la ciencia su poder. La ciencia es poderosa, precisamente, porque sus enunciados no son verdades inalterables, porque no son verdad. Y gracias a eso el progreso científico no tiene límites. En eso consiste la ciencia precisamente, en elaborar modelos de la realidad. Y su avance radica en su capacidad para disponer de mejores explicaciones cada vez, de modelos que explican ámbitos de la realidad cada vez más amplios.
Y es que la ciencia no es la verdad, ni tampoco la busca.

La ciencia es ciencia si se repiten los experimentos muchas veces, por laboratorios independientes, que no dependen para su financiación de que se encuentre algo o deje de encontrarse. Si para garantizar una cierta financiación es preciso hacer grandes descubrimientos, los grandes descubrimientos se harán, al menos hasta que esté garantizado el siguiente plazo de la financiación. (Curiosamente, en otros campos de la financiación pública el dinero se da a fondo perdido como, por ejemplo, en la guerra de Irak, sin que se exijan resultados ni se demanden responsabilidades por los fracasos).
Si la ciencia real son los experimentos repetidos ¿cómo repetir el Big-Bang muchas veces? ¿Es un evento único un objeto para la ciencia?
Hay que ser muy cuidadosos cuando se afirma que se ha encontrado algo que confirma, no una teoría, sino un sueño.
Para empezar, si el Universo empezó en un punto matemático, o en una inmensa bola de radiación salida de la nada, no existía el tiempo. El tiempo es la relación entre los movimientos de entes u objetos -distintos-, y no puede haber tiempo en un punto o en una única masa homogénea. Y respecto al espacio, pasa lo mismo: Si no hay irregularidades, no se puede medir el espacio.
Todo el sueño de la ''gran inflación'' se coloca en los primeros quintillonésimos de segundo: Esto, o se define bien, o carece de sentido, y si ya carece de sentido la primera afirmación, todas las demás sobran.
Hagamos ciencia. 

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