Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

viernes, 6 de agosto de 2010

Egipto entra en la Historia (I)






Mientras tanto Egipto iba organizándose. La cultura neolítica propició el típico desarrollo de la religión y el surgimiento de una poderosa clase sacerdotal. Los primeros dioses los debieron de modelar los cazadores, que los vinculaban a ciertos animales, de tal suerte que adorando al dios adecuado se podía esperar una buena caza del animal deseado. Así, había dioses con cabeza de halcón, de chacal, de hipopótamo, etc. Con la agricultura aparecieron nuevos dioses, el más importante de los cuales fue Ra, el dios del sol, al que vinculaban con el cambio estacional, las crecidas del Nilo, etc. Los egipcios contaban que fue el dios Osiris quien les enseñó las artes agrícolas. Osiris era, pues, un dios de la vegetación. Se le representaba con forma humana. El nombre de este dios, que quizás signifique "la Sede del Ojo", y que debe contener una alusión mitológica, constituye un verdadero enigma. Se admite generalmente que el culto osiriano tuvo nacimiento, como otros tantos cultos en el Delta del Nilo. En Busilis, se había asimilado ese dios a la divinidad local Anedjti, que aparece los rasgos de un dios-rey, provisto de los atributos de la soberanía. Bajo el imperio antiguo, el culto a Osiris, proliferando en el alto Egipto, fue a implantarse en Abidos, la ciudad donde había una antiquísima necrópolis real que tenía como patrono al dios jen-ti-imentiu. Poco a poco la personalidad de Osiris tendió a confundirse con la del dios local, de tal suerte que Abidos llegó a ser la sede principal del dios Osiris, considerado desde entonces el dios funerario por excelencia

Cuando Ra todavía gobernaba el Mundo, fue advertido de que su hija Nut, diosa de los espacios celestes, tenía comercio secreto con Geb, dios de la Tierra, y que si en algún momento diese a luz un niño, este gobernaría la humanidad, por lo que Ra maldijo a Nut de manera que nunca podría tener un hijo en ningún día y ninguna noche del año ("Así nunca Nut pueda dar a luz niño alguno ni en el transcurso del mes ni en el transcurso del año"). Nut pidió consejo al gran Thot, dios de la sabiduría, quien por cierto estaba enamorado de la diosa, de la que también había obtenido favores en su momento, por medio de su sabiduría, encontró la forma de evitar la maldición. Thot acudió a Jonsu, dios lunar, cuyo brillo era entonces casi como el del Sol y lo desafió a un juego de mesa, en el que Jonsu apostaba su propia luz. Ambos jugaron y la suerte siempre estaba de parte de Thot, hasta que Jonsu fue derrotado, la apuesta consistía en 1/72 parte de la luminosidad diaria de la Luna, y desde entonces Jonsu no ha tenido suficiente fuerza para brillar a lo largo del mes, por eso mengua y se recupera. Con esta luz Thot creo 5 nuevos días, conocidos como epagómenos, en el calendario que hasta entonces constaba de 12 meses de 30 días cada uno y los añadió justo al final del año, de manera que no pertenecían ni al año viejo ni al nuevo. Así Nut pudo tener a sus hijos, y al mismo tiempo se cumplió la maldición de Ra. Primero nació Osiris, y su nacimiento fue anunciado como el de un dios bondadoso y benefactor del pueblo (" El gran señor de todas las cosas ha aparecido bañado por la luz"). El segundo día fue reservado para el nacimiento de Horus, hijo de Osiris e Isis, el tercero para Seth, quien no nació ni en el tiempo que le correspondía ni por el camino adecuado, sino rasgando el costado de su madre Nut. El cuarto día nació Isis, entre las marismas, y el último Neftis

Osiris fue asesinado por Set y lo despedazó en 14 trozos que esparció a lo largo del Nilo para que sirviese de alimento a los cocodrilos, pero su esposa Isis inició su búsqueda, contaba con su hermana Neftis, esposa de Seth, con quien estaba enfrentada en su rivalidad con Osiris y con Anubis, hijo de Osiris y Neftis. En su búsqueda iba acompañada y protegida por 7 escorpiones, viajando por el Nilo en una barca de papiro, y los cocodrilos en reverencia a la diosa ni tocaron los trozos de Osiris ni a ella. Por eso en épocas posteriores cuando alguien navegaba por el Nilo en un barco de papiro se creía a salvo de los cocodrilos, pues se pensaba que estos todavía creían que era la diosa en busca de los trozos del cuerpo de su marido. Poco a poco Isis fue recuperando cada uno de los trozos del cuerpo, envolviéndolos en cera aromatizada, y en cada lugar donde apareció un trozo, Isis entregó a los sacerdotes la figura, obligándoles a jurar que le darían sepultura y venerarían, además de consagrarle el animal que ellos mismos decidiesen al que venerarían con los mismos honores en vida, cuando muriese y tras su muerte. Sólo un pedazo quedó por recuperar, el falo, comido por el lepidoto, el pagro y el oxirrinco, especies que quedaron malditas a partir de ese momento, y nunca más ningún egipcio tocaría o comería pez de esta clase (estas especies inspiraban terror a los egipcios). Isis reconstruyó el cuerpo y con su magia asemejó el miembro perdido con una prótesis artificial, y le devolvió a la vida., pero Osiris no quiso permanecer así entre los hombres, sino que descendió al mundo subterráneo, donde reinaba desde entonces sobre las almas de los muertos. Gracias a Anubis lo embalsamó, convirtiéndose en la primera momia de Egipto, y lo escondió en un lugar que sólo ella conocía y que permanece oculto y secreto hasta este día.

Isis y Osiris habían tenido un hijo, Horus, representado con cabeza de halcón (lo que hace pensar en un mito del tiempo de los cazadores que pervivió en las leyendas de los agricultores). Poco tiempo después de la muerte de su marido, Isis, refugiada en las marismas del delta, dio luz a un hijo, Horus, al que crió en el mayor secreto, para ponerle al abrigo de las maquinaciones de Seth. Horus, llegado a la edad adulta, se dispuso a vengar a su padre: emprendió una lucha cuerpo a cuerpo con Seth, en la cual arrancó el miembro viril a su adversario, mientras que éste le sacaba un ojo. Entonces intervino Thot para curar la herida del dios tuerto y la de su adversario, y los curó a los dos. Los dioses decidieron poner fin a esta lucha fraticida citando a los rivales ante un tribunal. El Tribunal divino reconoció la razón de Horus, y condenó a su hermano el ojo que le había sacado. Horus al recibirlo de nuevo, dio ese ojo a su padre Osiris y lo reemplazó por la serpiente divina, que desde entones será uno de los emblemas de la realeza.

En cuanto a Osiris, transmitió sus poderes terrestres a Horus, y se retiró definitivamente al reino de los Bienaventurados. Osiris es el prototipo del rey difunto que, tras de haber cumplido su tarea terrestre, muere transmitiendo su dignidad a su hijo Horus, en una forma beatificada. Todos los reyes que se sucedieron en el trono de Egipto pasaron sucesivamente por estos dos estados: investidos de la dignidad de Horus para la duración de su reino, se transforman al término de su carrera en Osiris, y son honrados como tales por sus hijos y sucesores. Osiris también fue considerado desde el origen como uno de los grandes dioses de la vegetación: por su muerte y su inmersión en las aguas del Nilo, seguidas por su gloriosa resurrección, evoca en el plano mítico las fases de la vida de la naturaleza, con s renovación periódica. Osiris es el grano que muere por su hundimiento en la tierra para renacer unos meses más tarde bajo la forma de espiga cargada de una vida nueva.

Posiblemente, el egipcio fue el primer pueblo que desarrolló una teoría sofisticada sobre la vida después de la muerte. La supervivencia a la muerte no era automática, sino que dependía de ciertos ritos que controlaban los sacerdotes. Es probable que estas creencias fueran expresamente desarrolladas por los sacerdotes para conseguir la sumisión del pueblo a su autoridad. Y en verdad que no pudieron tener más éxito. La supervivencia a la muerte debió de ser durante cientos de años casi una obsesión para los egipcios de todas las clases sociales, que nunca en su historia abandonaron una incondicional sumisión a la autoridad religiosa.

A este ciclo mitológico se asocian, entre otros, dos mitos interesantes: El mito del ojo Celeste procede de Tis, ciudad del Egipto Medio, de donde sería originaria la I dinastía era la residencia de un dios llamado Onuris (propiamente Ini-herit), nombre que significa: "El que trae a la Lejana". Esta apelación aludía a una leyenda a la que sólo poseemos versiones tardías, pero cuyo tema debió quedar fijado por lo menos desde el Imperio Medio. El Ojo del dios solar, que a veces, toma forma de la leona Tefnut, se encoleriza violentamente contra su dueño. Habiéndose apoderado de él, la diosa ("ojo" es femenino en Egipto) se retira al fondo de Nubia y pretende quedarse ahí. Como último argumento, Onuris va a buscarla y, tras haberla tranquilizado con sus promesas, la vuelve a llevar triunfalmente a Tis, donde el ojo recobra su lugar en el rostro del dios. Esta leyenda se ha puesto en relación con el Ojo de Horus, igual que otros mitos. Como en el mito de Horus y de Seth, el Ojo Celeste, tras haber pasado por una fase de borrosidad o desaparición, es llevado a su estado anterior. También se ha querido poner en relación con estas especulaciones el tema del udjat (el Ojo sano). El Udjat, se explicaba generalmente, era el Ojo de Hours restablecidos por los cuidados de Thot a su estado normal tras haber sido aquél mutilado por Seth. Esta explicación sin duda fue admitida en ciertos momentos por los propios egipcios, que habían confundido los diferentes temas mitológicos de que hemos tratado; pero parece, según el testimonio del texto de las pirámides, que, en su punto de partida, el "Ojo sano" correspondía al segundo ojo de Horus.

El otro es el mito de la vaca. Cuando Ra, rey de los hombres y de los dioses, sintió el ataque de la vejez, su cuerpo se transformó en oro, plata y lapislázuli, y se dio cuenta que los hombres que vivían en el valle y en el desierto tomaban una actitud arrogante respecto a él, incluso pensaban rebelarse contra él. Lleno de inquietud reunió secretamente al consejo de los dioses, del que formaban parte por pleno derecho Su y Tefnut, Gebeb y Nut, así como Nun y el Ojo de Ra. Según la opinión de estos dioses, resolvió enviar a su Ojo, que en esa circunstancia iba a tomar la forma de Athor-Sejmet, para extender una mortandad entre los hombres. La diosa cruel se puso a la obra enseguida, y, tras haber cumplido una parte de su misión, volvió muy contenta a informar a su señor. Pero entonces el dios se arrepintió de haber tomado una decisión tan radical, y quiso salvar al resto de la humanidad. La dificultad estaba en apaciguar la sed de sangre de la diosa, que se había estimulado con sus primeras matanzas. Para hacer cambiar a Athor-Sejmet, Ra hizo desparramar, durante la noche, en toda la extensión del territorio, una bebida fermentada de color rojo, que la diosa tomaría por sangre. Este artificio tuvo un resultado excelente: la diosa bebió este líquido en tal cantidad que ya no distinguió siquiera a los hombres que estaban a su alcance, y así una parte del género humano se salvó de la matanza. No obstante, Ra se había hartado de la humanidad y deseaba abandonar los parajes terrestres. El dios Nun, entonces, le convenció para que se instalara a lomos de la vaca Nut. Cuando llegó la mañana y los hombres dieron muestra de nuevo de sus instintos pendencieros, la vaca se irguió con el dios en su lomo y tomó la forma del cielo. Ra manifestó mostró su satisfacción al verse en un lugar tan alto; pero viendo que la vaca se sentía llena de temor y temblaba con todo el cuerpo, encargó a ocho genios que le sirvieran de apoyo. Por otra parte, ordenó a Su, el dios de la atmósfera, que pusiera su vientre bajo la vaca, de modo que le sostuviera el cuerpo con los dos brazos tensos.

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