El origen de la Luna es incierto, aunque
existen evidencias que apoyan la hipótesis del gran impacto. La Tierra pudo no haber sido
el único planeta que se formase a 150 millones kilómetros de distancia al Sol.
PodrÃa haber existido otro protoplaneta a la misma distancia del Sol, en el
cuarto o quinto punto de Lagrange. Este planeta, llamado Theia (En la mitologÃa
griega, la diosa titánide Tea se casó con su hermano Hiperión y con él tuvo
tres hijos, Helios, Selene y Eos: el Sol, la Luna y la aurora), se estima que serÃa más
pequeño que la actual Tierra, probablemente del mismo tamaño y masa que Marte.
Iba oscilando tras la Tierra,
hasta que finalmente chocó con esta hace 4.533 Ma. La baja velocidad relativa y
el choque oblicuo no fueron suficientes para destruir la Tierra, pero una parte de
su corteza salió disparada al espacio. Los elementos más pesados de Theia se hundieron
hacia el centro de la Tierra,
mientras que el resto se mezcló y condensó con el de la Tierra. Esta órbita
pudo ser la primera estable, pero el choque de ambos desestabilizó la Tierra y aumentó su masa.
El impacto cambió el eje de giro de la Tierra, inclinándolo hasta los 23,5º; siendo el
causante de las estaciones (el modelo ideal de los planetas tendrÃa un eje de
giro sin inclinación, paralelo al del Sol, y por tanto sin estaciones). La
parte que salió despedida al espacio (la Luna), bajo la influencia de su propia gravedad
se hizo más esférica y fue capturada por la gravedad de la Tierra.
Las
mediciones de isótopos de potasio en rocas de la Tierra y la Luna indican que nuestro
satélite está formado por manto de la prototierra, vaporizado tras el impacto de otro planeta.
Pequeñas diferencias en la separación de los isótopos de potasio entre la Luna y la Tierra estaban ocultas
debajo de los lÃmites de detección de la tecnologÃa analÃtica. Ahora
diferencias isotópicas entre las rocas lunares y terrestres proporcionan la primera evidencia experimental
que puede discriminar entre los dos modelos principales para el origen de la Luna.
En
un modelo, un impacto de baja energÃa deja a la prototierra y a la Luna envueltos en una
atmósfera de sÃlice; en la otra, un impacto mucho más severo vaporiza el impactado
y la mayorÃa de la prototierra, que acaba formando un disco enorme de
superfluido del que cristalizará la
Luna con el tiempo. El hallazgo de que las rocas lunares se
enriquecen en el isótopo más pesado de potasio no favorece el modelo de la
atmósfera de sÃlice, que predice que las rocas lunares contienen menos cantidad
del isótopo pesado que las rocas terrestres, lo contrario de lo que encontraron
los cientÃficos. En su lugar, es compatible con el modelo de la atmósfera del
manto, que predice que las rocas lunares contienen más presencia del isótopo pesado
que las rocas terrestres. Simulando el crecimiento de los planetas rocosos
(Mercurio, Venus, la Tierra
y Marte) en el seno del disco protoplanetario que se formó junto con nuestro
Sol: Se trataba de un disco de gas y polvo en el que la aglomeración de las
partÃculas sólidas en rocas progresivamente mayores acabó dando lugar a la
formación de los cuerpos del sistema solar tal y como los observamos hoy
Estas simulaciones también
se utilizaron para estudiar los efectos del gran impacto final que dio lugar a
la formación de la Luna. Los
investigadores encontraron una relación entre el momento del impacto y la
cantidad de material que se incorporó a la Tierra tras la gran colisión. Gracias a esta
relación, midiendo la masa que se depositó sobre nuestro planeta tras la
colisión, se puede datar el momento del nacimiento de nuestro satélite.
¿Cómo medir la masa que
cayó a la Tierra
tras el gran impacto? Según estudios previos, esta masa puede estimarse a
partir de la abundancia en la corteza terrestre de elementos altamente
siderófilos (literalmente 'amantes del hierro'), esto es, elementos que tienen
alta afinidad por el hierro en estado lÃquido. Son metales de alta densidad,
como el oro, el platino, el rodio, el paladio y el iridio, que tienden a
disolverse en el hierro lÃquido y a formar con él enlaces metálicos.
Los elementos siderófilos
existÃan en la nebulosa presolar, pero no estaban presentes en la corteza de la Tierra primitiva, pues se
precipitaron disueltos en el hierro hacia el interior del planeta en el momento
de su formación, cuando la Tierra
era un cuerpo hirviente, en estado de fusión. Estos elementos debieron
terminar, ligados al hierro mediante enlaces metálicos, en una capa densa del
núcleo terrestre.
Sin embargo,
sorprendentemente, algunas pequeñas cantidades de elementos siderófilos se
vuelven a encontrar hoy en la corteza terrestre. Sabemos que tales elementos
son muy abundantes en algunos asteroides y ello lleva a pensar que los
siderófilos presentes hoy en la superficie de la Tierra fueron aportados
mediante caÃdas de meteoritos y todo tipo de colisiones de otros cuerpos del
sistema solar con nuestro planeta. Naturalmente, la gran colisión que formó la Luna debió suponer el aporte
más significativo de tales elementos a la corteza de la Tierra.
La abundancia de tales
elementos en el manto terrestre puede servir para determinar la masa aportada
por la Tierra
en la gran colisión y esta masa, a su vez, determina el momento de la formación
de la Luna. La
abundancia de los elementos siderófilos puede ser por tanto considerada como
una especie de reloj geoquÃmico que permite medir la edad de la Luna. Midiendo la
abundancia de tales elementos en el manto terrestre se puede tener, por tanto,
una medida del momento de la colisión en la que nació la Luna. En otras palabras,
en la abundancia de los elementos siderófilos del manto terrestre quedó escrita
la edad de la Luna. Sólo
necesitamos tener habilidad para saber leerla
Siguiendo este método, se
descarta, con un nivel de confianza del 99,9%, que la Luna se formase en el perÃodo
de 40 millones de años que siguió a la formación de nuestro planeta, lo que
rechaza completamente la idea más extendida hasta la fecha de que la Luna se habÃa formado unos 30
millones de años después de la
Tierra. En su lugar, el nuevo estudio sitúa el momento de
formación de la Luna
en unos 95 millones de años después de la formación de la Tierra.
Las
nuevas simulaciones no solo tienen interés para el estudio del nacimiento de la Luna, también demuestran que
Marte se formó muy rápidamente en el sistema protosolar, y en un tiempo
relativamente corto, mientras que la
Tierra se formó más tarde. Tales simulaciones pueden sin duda
ayudar a comprender algunas propiedades sorprendentes de nuestro sistema
planetario. Por ejemplo, las grandes diferencias existentes entre la Tierra y Venus, dos
planetas rocosos llamados a ser gemelos por su masa y tamaño, pueden ser
debidas a los momentos y lugares precisos de su formación
Un fuerte argumento a
favor de la teorÃa del gran impacto está basado en las abundancias de los
isótopos del oxÃgeno medidas en las rocas lunares recogidas por las misiones
Apolo, pues tales abundancias son prácticamente iguales a las medidas en la Tierra. Sin embargo,
esta teorÃa tiene dificultades para explicar algunas diferencias halladas entre
la Tierra y la Luna para las abundancias de
otros elementos y compuestos quÃmicos.
En 2001, sin embargo, se
descubrió que las composiciones isotópicas de diversos elementos presentes en
rocas lunares y terrestres eran casi idénticas. AsÃ, las rocas que los
astronautas de las últimas misiones Apolo
trajeron a principios de los 70 tenÃan la misma abundancia de los tres isótopos
estables de oxÃgeno que las rocas terrestres. Se trataba, por tanto, de un
resultado extraño al no hallar huellas del planeta que chocó con la Tierra. La posibilidad
de que la composición isotópica de ese planeta fuera la misma que la de la Tierra era muy pequeña.
A
partir de ahÃ, la teorÃa del gran impacto se modificó, y se propusieron dos
escenarios para resolver la crisis. El primero sostenÃa que un choque de baja
energÃa dejó a la prototierra y a la Luna en una atmósfera de
silicatos. El segundo escenario, sostenÃa que el impacto fue muy violento,
tanto, que hizo que se vaporizaran los cuerpos al chocar.
La Luna podrÃa haberse formado por una serie de grandes impactos,
en lugar de ser resultado de una colisión gigante única, lo que explicarÃa
porque parece estar compuesta en su mayorÃa por material similar al de la Tierra y no por una mezcla
de restos terrestres y de otro planeta. Esos impactos habrÃan puesto en órbita
millones de toneladas de desechos que habrÃan terminado juntándose y formando
el satélite que gira en torno a nosotros.
Se han realizado diversas
simulaciones numéricas de grandes cuerpos planetarios impactando contra la Tierra mientras estaba en
periodo de formación. En dichas simulaciones, los impactos produjeron discos de
desechos, muchos de los cuales estarÃan formados en su mayor parte por material
terrestre. Después de cada impacto los discos de desechos se acumulan para
formar una pequeña luna que, según sugieren los autores, habrÃa migrado para
fusionarse con una Luna en crecimiento. Según el estudio habÃan sido necesarios
unos 20 impactos de ese tipo en los que se formaba una pequeña luna para acabar
formando el satélite terrestre. Este tipo de impactos entre la Tierra y otros cuerpos
celestes grandes, capaces de crear pequeñas lunas, eran "lo
suficientemente corrientes" en el interior del Sistema Solar como para
crear la Luna.
AsÃ,
una Luna que se hubiera formado con varios impactos implica que el satélite se
creó a lo largo de varios millones de años, en lugar de en un instante
geológico. Es difÃcil poner en órbita un gran trozo de la Tierra de una sola vez para
crear la Luna. Se
puede hacer, pero requiere unas condiciones especÃficas que son muy raras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario