Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 9 de mayo de 2013

LA POTNIA AQUINA (X)



Hasta aquí puede decirse que en los esquemas A y B las protagonistas femeninas equinas, a pesar de sus facetas de temible monstruosidad, debían ser más respetadas de lo que hoy podamos creer. La comparación, incluso identificación de doncellas, con potrancas y rápidas yeguas era en la época arcaica algo social y positivamente aceptado. El símil de Atalanta corriendo con la velocidad de la Harpía en Hesíodo puede connotar rapidez a la vez que recuerdo de la figura equina. En la lírica del VII a.C. se compara a las nobles espartanas con caballos de carrera.
Pero las citas de Anacreonte tienen ya connotaciones más picantes, cuando no puramente irónicas. No hay duda que se ha ido produciendo un proceso de silenciamiento o, por otro lado, de ennoblecimiento de estos mitos pertenecientes a unos fondos remotos que probablemente se mantenían muy vigentes en ciertas zonas como Beocia o Arcadia.

i) El proceso pudo haber comenzado bastante pronto. El Eolo de la Odisea es presentado con una parca genealogía, en la que se atisba un antecesor y nombre equino, añadiendo los escolios que su madre se llamaba Melanipe, “la Yegua negra”. Será Eurípides quien en las tragedias fragmentarias Melanipe sabia y Melanipe cautiva conceda biografía y voz a extraordinarias protagonistas de indudables características hipomorfas, con poderosas capacidades paralelas a los de Erinis, Harpías, etc., que los propios dioses tenderán a recortar.
En lo que nos queda de estas tragedias, Eurípides34, como posiblemente también en su todavía más fragmentaria Alope ya mencionada, depende de manera más o menos silenciada de nuestro esquema B. La intención última del dramaturgo es “probar” una genealogía de dos importantes grupos griegos, los beocios y los eolios, como tal vez en la Alope se “probaba” la genealogía de la tribu hipotoóntida a partir de Hipotoón, hijo de Alope y Posidón, criado por una yegua.
Eurípides presenta en sus Melanipes dos generaciones en las que abundan los rasgos equinos y animalísticos. En la primera intervienen figuras no olímpicas, titánicas, algunas de carácter puramente equino: según el orgulloso discurso prólogo que pronuncia Melanipe, un Eolo anterior al homérico demon de los vientos, hijo de Heléno supuesto antecesor de todos los griegos, se une a Hipó35, la «Yegua», hija del centauro Quirón, por lo tanto nieta, según la arcaica Titanomaquia, de la oceánide Filira y de Crono convertido en caballo.
Hipó, casi una protagonista en la sombra, desveló a los hombres cantos proféticos  y predicciones astronómicas, así como la sanación y salvación de males Su trato con los seres humanos, que incide en los poderes de los dioses, es eliminado por Zeus, que convierte a Hipó en yegua, obligándola a abandonar la sede mántica de las Musas y el monte Coricio, e.d. el Parnas, haciéndola finalmente desaparecer. Los versos nos restauran la imagen de la Harpía Podarga y sus hijos: Hipó es como Janto, caballo dotado también con capacidad de vaticinar; posiblemente significa que fué dotada de alas como se dice de Podarga o de Pegaso el hijo de Medusa; su desaparición es debida a un fenómeno meteorológico al que las Harpías son asimiladas en versos en los que se habla de su colaboración con las Erinis.
Melanipe “Yegua negra” dice haber heredado de su madre Hipó grandes poderes y conocimientos. Expone un gran mito cosmogónico, mediante el cual se postula una unidad original del cosmos y la posterior diferenciación de los seres vivos, animales, plantas y humanos, con lo que justifica su propia condición hípida y humana a la vez que hay un recuerdo del poder diferenciador de las especies de la Erinis. La inclusión de una potnia equina en un gran mito, si no cosmogónico, sí teogónico está ya en el gran frontón de Corfú, donde Medusa hipótrofa y curótrofa además de pótnia flanqueada por enormes felinos, muestra un poder permanente que convierte las teomaquias en anécdotas. Eurípides da un paso más, no en la senda de la ocultación sino en la del ennoblecimiento y racionalización de tales mitos. Melanipe reivindica que la mujer tiene el derecho a su cultivo no sólo por su particular tradición materna, sino por voluntad propia; en la Melanipe cautiva manifiesta que entre otras funciones que convienen exclusivamente a la mujer están el ser intérprete oracular (en Delfos, en Dodona),: es muy probable que en estas «diosas anónimas» o “que no deben ser nombradas” haya una alusión a las Erinis, las Gorgonas, etc., con lo que la reivindicación de la mujer se reclama curiosamente del poder de estos démones a los que tanto Melanipe como su madre Hipó están asociados.
Por las varias fuentes de los fragmentos y argumentos40 conservados de las Melanipes euripídeas, se adivina que, en ausencia de su padre Eolo, Melanipe fué forzada por Posidón, con el consecuente nacimiento de dos gemelos. Los niños fueron abandonados en un establo y amamantados por una vaca y cuidados por un toro. Pero lo que se desprende nos hace pensar que es un sólo niño el arrojado entre las vacas. Sabemos muy poco del resto de la tragedia, pero cabe pensar que el otro gemelo,  puede haber tenido un destino inicial más acorde con su estirpe hípida. Si instalamos a este pequeño Eolo en la genealogía odiseica del démon de los vientos, que ya hemos estudiado, tendría como madre a Melanipe y como padre a Hipotes, en realidad Posidón.
El padre de Melanipe, Eolo I, decide sacrificar a estos niños teratológicos. Contra esa decisión, Melanipe hace gala de su habilidad oratoria, exaltando el amor materno, sentimiento que hemos señalado, p. ej., en Medusa. Los hijos de Melanipe sobrevivirán para ser los antecesores de los beocios y los eolios, pero lo poco que sabemos de su carácter a través de un papiro relativamente largo es que son seres de cierta nobleza, pero terribles y destructores si son provocados. Posiblemente al final de la Melanipe cautiva, los padecimientos (recordemos de nuevo a Medusa) de la protagonista (sufrimiento por sus hijos, prisión, ceguera) se resuelven  por la aparición de un curioso deus ex machina: la madre Hipó con una llamativa máscara equina que denuncia su condición hipomorfa. En forma ya totalmente equina es representada en un hermoso vaso cerámico que describe el mito de Melanipe, con nombres inscritos sobre cada uno de los protagonistas; junto a ella aparece afectuoso Creteo, hijo de Eolo.

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