jueves, 9 de mayo de 2013
LA POTNIA AQUINA (X)
Hasta aquí puede decirse que en
los esquemas A y B las protagonistas femeninas equinas, a pesar
de sus facetas de temible monstruosidad, debían ser más respetadas de lo que
hoy podamos creer. La comparación, incluso identificación de doncellas, con
potrancas y rápidas yeguas era en la época arcaica algo social y positivamente
aceptado. El símil de Atalanta corriendo con la velocidad de la Harpía en Hesíodo puede
connotar rapidez a la vez que recuerdo de la figura equina. En la lírica del
VII a.C. se compara a las nobles espartanas con caballos de carrera.
Pero las citas de Anacreonte
tienen ya connotaciones más picantes, cuando no puramente irónicas. No hay duda
que se ha ido produciendo un proceso de silenciamiento o, por otro lado, de ennoblecimiento
de estos mitos pertenecientes a unos fondos remotos que probablemente se
mantenían muy vigentes en ciertas zonas como Beocia o Arcadia.
i) El proceso pudo haber
comenzado bastante pronto. El Eolo de la Odisea es presentado con una parca
genealogía, en la que se atisba un antecesor y nombre equino, añadiendo
los escolios que su madre se llamaba Melanipe, “la Yegua negra”. Será Eurípides
quien en las tragedias fragmentarias Melanipe sabia y Melanipe
cautiva conceda biografía y voz a extraordinarias protagonistas de
indudables características hipomorfas, con poderosas capacidades paralelas
a los de Erinis, Harpías, etc., que los propios dioses tenderán a
recortar.
En lo que nos queda de estas
tragedias, Eurípides34, como posiblemente también en su
todavía más fragmentaria Alope ya mencionada, depende de manera más o
menos silenciada de nuestro esquema B. La intención última del
dramaturgo es “probar” una genealogía de dos importantes grupos griegos, los
beocios y los eolios, como tal vez en la Alope se “probaba” la genealogía de
la tribu hipotoóntida a partir de Hipotoón, hijo de Alope y Posidón, criado por
una yegua.
Eurípides presenta en sus Melanipes
dos generaciones en las que abundan los rasgos equinos y animalísticos. En
la primera intervienen figuras no olímpicas, titánicas, algunas de carácter
puramente equino: según el orgulloso discurso prólogo que pronuncia Melanipe, un
Eolo anterior al homérico demon de los vientos, hijo de Heléno supuesto
antecesor de todos los griegos, se une a Hipó35, la «Yegua», hija del centauro Quirón, por lo tanto nieta, según la arcaica
Titanomaquia, de la oceánide Filira y de Crono convertido en caballo.
Hipó, casi una protagonista en la
sombra, desveló a los hombres cantos proféticos
y predicciones astronómicas, así como la sanación y salvación de males
Su trato con los seres humanos, que incide en los poderes de los dioses, es
eliminado por Zeus, que convierte a Hipó en yegua, obligándola a abandonar la
sede mántica de las Musas y el monte Coricio, e.d. el Parnas, haciéndola
finalmente desaparecer. Los versos nos restauran la imagen de la Harpía Podarga y
sus hijos: Hipó es como Janto, caballo dotado también con capacidad de
vaticinar; posiblemente significa que fué dotada de alas como se dice de
Podarga o de Pegaso el hijo de Medusa; su
desaparición es debida a un fenómeno meteorológico al que las Harpías son
asimiladas en versos en los que se habla de su colaboración con las Erinis.
Melanipe “Yegua negra” dice haber
heredado de su madre Hipó grandes poderes y conocimientos. Expone un gran mito
cosmogónico, mediante el cual se postula una unidad original del cosmos y la
posterior diferenciación de los seres vivos, animales, plantas y humanos, con
lo que justifica su propia condición hípida y humana a la vez que hay un
recuerdo del poder diferenciador de las especies de la Erinis. La inclusión de
una potnia equina en un gran mito, si no cosmogónico, sí
teogónico está ya en el gran frontón de Corfú, donde Medusa hipótrofa y
curótrofa además de pótnia flanqueada por enormes felinos,
muestra un poder permanente que convierte las teomaquias en anécdotas. Eurípides
da un paso más, no en la senda de la ocultación sino en la del ennoblecimiento
y racionalización de tales mitos. Melanipe reivindica que la mujer tiene el
derecho a su cultivo no sólo por su particular tradición materna, sino por voluntad
propia; en la Melanipe
cautiva manifiesta que entre otras funciones que convienen exclusivamente a
la mujer están el ser intérprete oracular (en Delfos, en Dodona),: es muy
probable que en estas «diosas anónimas» o “que no deben ser nombradas” haya una
alusión a las Erinis, las Gorgonas, etc., con lo que la reivindicación de la
mujer se reclama curiosamente del poder de estos démones a los que tanto
Melanipe como su madre Hipó están asociados.
Por las varias fuentes de los
fragmentos y argumentos40 conservados
de las Melanipes euripídeas, se adivina que, en ausencia de su padre
Eolo, Melanipe fué forzada por Posidón, con el consecuente nacimiento de dos
gemelos. Los niños fueron abandonados en un establo y amamantados por una vaca y
cuidados por un toro. Pero lo que se desprende nos hace pensar que es un sólo
niño el arrojado entre las vacas. Sabemos muy poco del resto de la tragedia,
pero cabe pensar que el otro gemelo, puede
haber tenido un destino inicial más acorde con su estirpe hípida. Si instalamos
a este pequeño Eolo en la genealogía odiseica del démon de los vientos, que ya
hemos estudiado, tendría como madre a Melanipe y como padre a Hipotes, en
realidad Posidón.
El padre de Melanipe, Eolo I,
decide sacrificar a estos niños teratológicos. Contra esa decisión, Melanipe
hace gala de su habilidad oratoria, exaltando el amor materno, sentimiento que
hemos señalado, p. ej., en Medusa. Los hijos de Melanipe sobrevivirán para ser
los antecesores de los beocios y los eolios, pero lo poco que sabemos de su
carácter a través de un papiro relativamente largo es que son seres de cierta nobleza,
pero terribles y destructores si son provocados. Posiblemente al final de la Melanipe
cautiva, los padecimientos (recordemos de nuevo a Medusa) de la
protagonista (sufrimiento por sus hijos, prisión, ceguera) se resuelven por la aparición de un curioso deus ex
machina: la madre Hipó con una llamativa máscara equina que denuncia su
condición hipomorfa. En forma ya totalmente equina es representada en un
hermoso vaso cerámico que describe el mito de Melanipe, con nombres inscritos
sobre cada uno de los protagonistas; junto a ella aparece afectuoso Creteo,
hijo de Eolo.
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