miércoles, 9 de diciembre de 2015
Formación y evolución del Sistema Solar (I)
Se estima que la formación
y evolución del Sistema Solar comenzó hace 4 568 millones de años con
el colapso gravitacional de una pequeña parte de una nube molecular gigante. La mayor parte de la masa colapsante se reunió
en el centro, formando el Sol, mientras el resto se aplanó en un disco
protoplanetario a partir del cual se formaron los planetas, lunas, asteroides y
otros cuerpos menores del Sistema Solar.
El sistema solar
evolucionó mucho desde su formación inicial. Muchas lunas formaron discos de
gas y polvo circulares alrededor de los planetas a los que pertenecen, mientras
se cree que otras lunas se formaron de manera independiente y más tarde fueron
capturadas por sus planetas. Todavía otras, como la Luna de la Tierra, pueden ser el
resultado de colisiones gigantes. Estas colisiones entre cuerpos aún se
producen y han sido fundamentales para la evolución del Sistema Solar. Las
posiciones de los planetas se desplazaron con frecuencia. Ahora se cree que
esta migración planetaria fue responsable de gran parte de la evolución
temprana del Sistema Solar.
La hipótesis
actual sobre la formación del Sistema Solar es la hipótesis nebular. La teoría
nebular sostiene que hace 4,6 millones de años, el Sistema Solar se formó por
un colapso gravitacional de una nube molecular gigante. Esta nube inicial tenía
probablemente varios años luz de largo y fue la sede del nacimiento de varias
estrellas. Aunque el proceso era visto como relativamente tranquilo, estudios
recientes de antiguos meteoritos revelan restos de elementos solamente formados
en los núcleos de estrellas muy grandes que explotan, indicando que el ambiente
en el que el Sol se formó estaba dentro del alcance de algunas supernovas
cercanas. La onda de choque de estas supernovas pudo haber desencadenado la
formación del Sol a través de la creación de regiones de sobredensidad en la
nebulosa circundante, causando el colapso de ellas.
En un artículo
aparecido en 2009 se ha sugerido que nuestro Sol nació formando parte de un cúmulo
estelar con una masa de entre 500 y 3000 masas solares y un radio de entre 1 y
3 pársecs, pensándose que aunque las estrellas que formaron dicho cúmulo se han
ido dispersando con los años existe la posibilidad de que entre 10 y 60 de ésas
estrellas pudieran estar en un radio de 100 pársecs alrededor del Sol.
Una de estas
regiones de gas colapsante (conocida como nebulosa protosolar) pudo haber
formado lo que llegó a ser el sol. Esta región tenía un diámetro de entre 7.000
y 20.000 UA (Unidad Astronómica) y una masa apenas mayor que la del Sol (entre
1,001 y 1,1 masas solares). Se creía que su composición sería más o menos la
del Sol actual: aproximadamente 98% (por masa) de hidrógeno y helio presente
desde el Big Bang, y 2% de elementos más pesados creados por generaciones
anteriores de estrellas que murieron y los expulsaron de vuelta al espacio
interestelar (ver nucleosíntesis).
Tan pronto como la
nebulosa colapsó, la conservación del momento angular significó que girara más
rápido. Tan pronto como el material dentro de la nebulosa se condensó, los
átomos en su interior comenzaron a colisionar con frecuencia creciente,
causando que liberaran energía en forma de calor. El centro, donde la mayor
parte de la masa se acumuló, se volvió cada vez más caliente que el disco
circundante. Cuando las fuerzas en competencia asociadas con la gravedad,
presión del gas, campos magnéticos y la rotación actuaron en ella, la nebulosa
en contracción empezó a aplanarse, tomando la forma de un disco protoplanetario
con un diámetro de aproximadamente 200 UA, y una protoestrella caliente y densa
al centro.
Estudios de las estrellas
T Tauri, estrellas jóvenes con masa solar prefundida, que se creían similares
al Sol en este punto de su evolución, mostraron que están frecuentemente
acompañadas por discos de materia preplanetaria. Estos discos se extienden por
varias UA y son bastante fríos, alcanzando apenas 1000 K en su punto más
caliente. Después de 100 millones de años, la temperatura y la presión en el
núcleo del Sol se hizo tan grande que su hidrógeno comenzó a fusionarse,
creando una fuente interna de energía que contrarrestó la fuerza de la
contracción gravitacional hasta que se alcanzó el equilibrio hidrostático. En
este punto el Sol se volvió una estrella completamente nueva.
De esta nube y su
gas y polvo (la "nebulosa solar") se piensa que se formaron varios
planetas. El método actualmente aceptado por el cual los planetas se formaron
es conocido como acrecentamiento, en el que los planetas comenzaron como granos
de polvo en órbita alrededor de la protoestrella central, que inicialmente se
formaron por el contacto directo entre grupos de entre uno y diez kilómetros de
diámetro, que a su vez colisionaron para formar cuerpos más largos (planetesimales),
de aproximadamente 5 km
de tamaño, gradualmente incrementados por colisiones adicionales de 15 cm por año durante el
transcurso de los siguientes pocos millones de años.
El Sistema Solar
interior era demasiado cálido para que se condensaran moléculas volátiles como
las del agua y metano, así que los planetesimales que se formaron ahí fueron
relativamente pequeños (abarcando sólo 0,6% de la masa del disco) y compuesto
principalmente por componentes con altos puntos de fundición, como los silicatos
y metales. Estos cuerpos rocosos finalmente se convirtieron en planetas
terrestres. Más lejos, los efectos gravitacionales de Júpiter hicieron
imposible que se unieran los objetos protoplanetarios presentes, dejando detrás
el cinturón de asteroides.
Todavía más lejos,
más allá de la línea de congelación donde más compuestos volátiles de hielo
pudieron permanecer sólidos, Júpiter y Saturno consiguieron juntar más material
que los planetas terrestres, así como esos componentes eran más comunes. Se
convirtieron en gigantes gaseosos, mientras que Urano y Neptuno capturaron
mucho menos material y son conocidos como gigantes de hielo porque se cree que
sus núcleos están hechos principalmente de hielo (compuestos de hidrógeno).
El viento solar
del joven Sol esparció el gas y el polvo en el disco protoplanetario,
diseminándolo en el espacio interestelar, poniendo fin así al crecimiento de
los planetas. Las estrellas T Tauri tienen vientos solares mucho más fuertes
que los de estrellas más viejas y estables.
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