



La civilización no se “originó” en los suelos aluviales, aunque puede que cooperaran con ella, tampoco la agricultura, pero este tipo de entorno sí que produjo un tipo específico de trabajo agrícola que, a su vez, alimentó una determinada clase de civilización: Una forma de producción agraria masiva, especializada en uno o dos cereales básicos y en la que se trazan en la tierra surcos de distribución del agua de las riadas y canales de riego, de modo que se marca el paisaje y se allana por medio de cultivos “artificiales” (porque podrían no haberse desarrollado y porque no sobrevivirían sin el hombre), éste era un tipo de agricultura que representaba una forma extrema de impulso civilizador, sustentaba a sociedades con muchos habitantes, urbanizadas y muy regularizadas: colmenas humanas que representa la tiranía de los objetivos colectivos.
Posteriormente, se desarrollaron, en otros entornos y por su cuenta, soluciones similares para los problemas que planteaba alimentar o gobernar a grandes poblaciones. La siembra de cereales de la que dependían los agricultores siempre proporcionaba especies menos nutritivas que las silvestres, aunque sí se lograba un volumen mayor por unidad de cultivo, en general, se requería menos trabajo para hacerlas comestibles, sin embargo, antes de esta preparación, había que plantarlas y cuidarlas, éste era un trabajo agotador que absorbía más tiempo y esfuerzo que el de las estrategias recolectoras empleadas por quienes se abastecían de cereales silvestres.
El riesgo de hambrunas y enfermedades aumentó cuando la dieta se hizo menos variada, el cultivador se veía obligado a librar una guerra contra los parásitos, los canales de riego fomentaban las enfermedades, las poblaciones sedentarias, al vivir en aglomeraciones humanas, eran un blanco fácil para microorganismos peligrosos, el aumento de los índices de natalidad, que solía caracterizar a las sociedades en proceso de agrarización, favorecía la aparición de virus letales, al renovar la posición de víctimas no inmunizadas. Para intentar comprender el proyecto de las primeras agriculturas intensivas hay que tener en cuenta otros contextos, en primer lugar, la agricultura de estas sociedades formaba parte, de un “paquete” o “síndrome” civilizador.
En segundo lugar, la agricultura de la que hablamos podría ser una consecuencia, no una causa, de los cambios sociales que la acompañaron. Los campesinos pasaron a depender de ella, al igual que nosotros dependemos de la industria; más allá de un cierto umbral, una vez que la agricultura se ha puesto en marcha y ha comenzado a fomentar el crecimiento demográfico, las concentraciones de población son demasiado grandes para poder mantenerse de otro modo.
Las civilizaciones de ciertas dimensiones sólo pueden construirse partiendo de recursos concentrados, y esto sólo es posible si hay buenas comunicaciones. Durante casi toda la historia la humanidad ha dependido de la existencia de rutas navegables para sus comunicaciones a gran escala, las civilizaciones más espectaculares de la antigüedad surgieron allí donde los ríos proporcionaban terrenos aluviales y canales comerciales: la de Mesopotamia “la tierra entre dos ríos”, el valle del Nilo, en Egipto, el valle del Indo, y el valle del río Amarillo. Todas estas civilizaciones perecieron o se transformaron hace entre cuatro mil y dos mil años, sin embargo su influencia aun perdura realmente en nuestras vidas.
Donde empiezan la mayoría de las historias de la civilización y donde, según los cálculos tradicionales, “comienza
Uruk significó la última fase de esta etapa protohistórica. Lo más significativo de esta cultura, ya sumeria, extendida por toda la baja Mesopotamia, aparte de su organización socioeconómica fue el pleno dominio de nuevas técnicas (rueda, arado, navegación) y, sobre todo, la escritura, que surgió aquí para el control y administración de la riqueza de sus templos. Junto a los adobes, las cuentas de collar y las estatuillas se venían encontrando unos singulares objetos de arcilla de apenas dos centímetros y de formas diversas: discos, conos, tetraedros, esferas, medias lunas, rectángulos, que se interpretaron finalmente como parte de un sistema de contabilidad semejante a los ábacos, se denominaron “calculi”.
Estas fichas de cálculo, destinadas según su forma a contabilizar distintos productos agrarios o ganaderos, eran antiquísimas, de hecho, las más primitivas podían datarse unos 9.000 años a.n.e., sin embargo, hacia el año
Derivado de los calculi ensartados, apareció entonces un nuevo sistema para mejorar las garantías en los negocios entre mercaderes, consistía en introducir varias fichas dentro de una bola hueca de arcilla o “bullae”, que luego se sellaba, sólo salían a la luz cuando se rompía la esfera, así, un transportista se cuidaría mucho de caer en la tentación de robar parte de la mercancía en ruta, pues tanto las marcas exteriores de la bola como las fichas que contenían representaban la cantidad y el tipo de mercancías en ruta. Estas medidas, sin embargo, pronto se mostraron insuficientes para el volumen de negocios que movía el templo de Uruk, sede de un auténtico imperio colonial, y fue entonces cuando se produjo el paso trascendental que daría lugar a la escritura, las bolas huecas se sustituyeron por objetos planos de arcilla, más sencillos de archivar que los calculi y más sólidas que las bullae.
La semejanza entre los primeros signos sumerios sobre tablillas y las formas de aquellas primitivas fichas de contabilidad atestigua que la escritura sumeria no la idearon tan sólo unos escribas, más bien fue la consecuencia de un sistema de contabilidad que venía de muy lejos, y en el que, desde luego, participó toda la población. La necesidad de escribir nombres propios, indispensables en las transacciones comerciales fue quizás la que condujo de modo decisivo al descubrimiento de la gran piedra angular de la escritura, el principio de fonetización; asociar palabras difíciles de expresar por escrito a signos que se les parecen por su sonido y que son fáciles de dibujar. No obstante, para los sumerios todos los signos eran palabras, incluidas las sílabas, su sistema de escritura, pues, no resultaba sencillo, y aprenderlo requería años de arduo esfuerzo, la figura del escriba se hizo entonces imprescindible.
Las inscripciones de Damaidi, en las montañas de Beishan (China), incluyen pictogramas que tienen al menos entre 7.000 y 8.000 años de antigüedad, unos mil más que las escrituras cuneiformes mesopotámicas, que los historiadores consideran de momento las primeras aparecidas en la civilización humana, los arqueólogos todavía estudian éstos grabados para confirmar si se trata de caracteres chinos o simples dibujos. La escritura china es, de las que se siguen utilizando hoy en día, la más antigua, pero por ahora se la considera más "joven" que la cuneiforme o la jeroglífica egipcia, ya extintas. Según se considera actualmente, los caracteres chinos o "hanzi", como se les conoce en mandarín, son una evolución directa de inscripciones en caparazones de tortuga, huesos y otros instrumentos ceremoniales en rituales adivinatorios. La escritura japonesa (que heredó los caracteres chinos y los mezcla con dos alfabetos fonológicos) y algunas de minorías étnicas chinas son, junto a la china, los últimos "herederos" de los sistemas ideográficos de comunicación humana.
Los sacerdotes sumerios aprovecharon el código de signos que habían elaborado los mercaderes y lo extendieron para reflejar ideas abstractas. Hacia el
Así, el sumerio es la lengua más antigua de la que tenemos constancia escrita. Es una lengua completamente diferente a todas las que se conocen hoy en día: sus palabras son monosilábicas, no hay distinción entre sustantivos y verbos, y las oraciones se forman aglutinando palabras, de modo que muchas de ellas actúan como prefijos y sufijos de otras.
Mientras tanto, el resto de la media luna fértil se alimentaba de la cultura sumeria. Al este de
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