Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

martes, 17 de enero de 2012

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MENESCALES (cont.)




Fieles a la verdad histórica, continuamos la reseña de la Albeitería española con un libro escrito por un erudito, no albéitar, y cuya originalidad es muy discutida, también es de rigor hacer constar el carácter incunable de la obra de Días (o Díez), pues la edición príncipe está fechada en 1.495 y la segunda en 1.498, cierto es que durante el siglo XVI se repiten las ediciones, en varias fechas, y los ejemplares de este siglo son los más fáciles de consultar y de vez en cuando salen al mercado, la obra de Mosen Díaz, tanto el manuscrito como la traducción Castellana impresa, hay que reconsiderarla como un documento de siglo XV. Todos los historiadores de la Literatura veterinaria han clasificado la Obra de Mosen Días como un libro salido de la pluma de un erudito, al igual que lo fueron la mayoría de los tratados de Mariscaleria escritos en los siglos XIV y XV, obras que alcanzaron gran prestigio, fama en la historia profesional, lo que no se ha dicho es que Díaz fue un copista, cuando más, mero traductor de un manuscrito más antiguo, probablemente escrito en latín o en italiano y puesto por él en catalán, este moderno descubrimiento le quita mérito científico a la obra, pero no le resta la primacía en la bibliografía impresa.

Con referencia a la personalidad de Mosén Díaz hay bastante confusión, para unos es natural de Aragón, para otros es catalán y por último, otros le suponen valenciano, a nuestro propósito es suficiente con saber que Mosen Manuel Díaz era un caballero prestigioso que vivió a principios del siglo XV, según Zurita: “intervino Don Manuel Diez, como uno de los embajadores del Reino de Valencia”, en el famoso compromiso de Caspe del año 1.412. El “Libro de Albeitería”, según parece, fue escrito en el año 1.443, cuando el autor acompañó a D. Alfonso V el Magnífico, de Aragón, de quien fue mayordomo, a la conquista de Nápoles.

Está comprobado que Díaz fue mayordomo del Rey Alfonso V de Aragón, según nos informa el traductor del manuscrito, Martínez de Ampries, en el prólogo de la edición príncipe del libro, en otra edición, ya muerto el traductor, fechada en 1.545, se lee: “estando en la conquista del reyno de Nápoles, donde por mandato de su alteza el dicho Don Manuel hizo llamar a todos los mejores albéitares que hallarse pudieron, et ordenaron este Libro de Albeytaria, con el cual cada uno de súbito puede curar algún accidente que a su caballo, mula o otra bestia sobreviviere no fallando albéitar, más fallándolo, que sea bueno debe dejar la cura al maestro que es más suficiente por la práctica que no el. Y después que este libro fue compilado, mandó su alteza dar traslado de a quantos los quisiere, después fue traducido de la lengua catalana a la lengua castellana por el magnífico Martín Martínez Dampies, fidalgo, natural de la villa de Sos”. El título original del manuscrito de Mosén Díaz pudiera ser “Libro de la Menescalia, compost per lo noble Mossen Manuel Diez en nomm sia de la Santa Trinidad, que es Pare e Fill e Sant Spirit, tot hum Deo, Con sia molt cosa necesaria a toto cavaller o Gentilhom e hom d’estat, los quales ha effer les conquestes...”. “Por che yo, Manuel Diez, Mojordon del molt alt et poderos pricep et victoriosos senyor Don Alphonso Rei d’Arango, et vill ser un libro de cavalls per mostrar als jovens cavallers gran part de la practica e de la monoxenza dels cavalls et de lurs malaties et gran part de las cures de aquells”.

En la Biblioteca Nacional de París existe un ejemplar manuscrito, letra del siglo XV, caracteres góticos, compuestos de 135 hojas, este manuscrito carece de título, en la primera página se lee: “Taula del seguent libre de Menescalia, compost por lo noble Mos. Manuel Diez”. El libro de Mosén Diez, o Díaz, no se considera como original, a lo más como recopilación “de los mejores albéitares”, que el autor consultó durante la conquista de Nápoles, modernamente la crítica histórica ha puesto al descubierto el verdadero origen del libro y demuestra que Díaz o alguno de sus albéitares copió en catalán un manuscrito castellano de gran difusión entonces y mucha fama, manuscrito conocido desde el siglo XIII, de autor anónimo, de cuyo manuscrito han llegado hasta nosotros varias copias, perfectamente identificados, con el título de “El libro de los caballos”, como el manuscrito titulado “Libro de fechas de caballos”, atribuido a Jacme de Castre falsamente, al confundir el propietario del manuscrito, que fue de Castre, con el autor, la confusión es fácil porque el ejemplar dice al final del texto: “Libre d’en Jacme de Castre, senyor de Camerles”, este manuscrito es idéntico al utilizado por Mosén Diez para su traducción, la semejanza entre el libro de los caballos y el libro de Marescaleria del ya citado Álvarez de Salamiella resulta evidente, todo hace pensar que Mosén Díez solo fue traductor, sin añadir nada nuevo al texto primitivo, la originalidad de Díaz sólo fue añadir al libro de los caballos otro segundo sobre “las mulas”, y quizá fuese éste el tratado que escribieron los albéitares y que recordaba la tradición.

Cronológicamente, el libro, mejor dicho, el manuscrito de Mosen Díaz, es el primer texto de albeitería que se publica en España, y también una de las primeras obras que salieron de la imprenta española. La obra de Díaz, en la traducción Castellana, comprende dos libros, en el primero escribe de cuanto se debe saber de los caballos, y en el segundo, de las mulas, corresponde a Mosen Díaz el mérito de ser el primero en haber fijado la atención en la medicina de las mulas, animal tan abundante en los pueblos mediterráneos y del cual, tanto los hipiatras griegos y latinos, como los albéitares árabes, no hacen mención especial. En el primer libro se contienen 180 capítulos, los primeros atienden al exterior, al conocimiento de los pelos, signos de bondad, vicios, etc.., contiene nociones muy confusas de anatomía y concisos consejos de higiene, muy especialmente sobre alimentación, también, ligeras nociones de entrenamiento y doma de potros, en el capítulo 60 empieza la verdadera patología, pasando revista a las principales dolencias internas y externas del caballo.

Comprende el libro “que trata de las mulas” un total de 38 capítulos y varios apéndices, sigue el mismo plan del tratado de los caballos, los primeros capítulos se dedican a señalar la hermosura que debe tener la mula, y a tratar de las bondades y señales, del color de los pelos, etc..., que las caracterizan, la mayoría de los capítulos se dedican al estudio de la patología, y abundan los remedios y “curas” en cada uno de los casos, contiene un capítulo, este segundo libro, titulado “En qué manera deben ser herradas las mulas”, capítulo olvidado al tratar del caballo, este capítulo señala su procedencia albeiteresca frente a la erudita del tratado primero que hace referencia a los caballos. Una edición catalana contiene un tercer libro o tratado titulado “de la Nothomia dels cavalls”, el título se presta a mucha confusión, ya que el texto corresponde a un cuestionario de preguntas y respuestas provechosas “en lo examen de qualsevol menescal”, y nada dice de anatomía. Todo el texto del cuestionario es de una gran elementalidad y sencillez, si los examinandos de mariscales solo debían demostrar los conocimientos incluidos en este cuestionario, la prueba no representaba ninguna dificultad.

Ya se comprende que este apéndice no fue escrito en la época de Mosen Díaz, constituye un añadido extraño, en la edición de Valladolid de 1.500 se hace constar, a continuación del título, la siguiente coletilla: “y añadido en él setenta y nueve preguntas”, ejemplares correspondientes a esta edición, y a otras, como Toledo 1.507 y Zaragoza, 1.545, no contienen las citadas preguntas, sin duda alguna las adiciones quizá fuesen hechas para algunos ejemplares o añadidas a modo de apéndice, fuera de texto, y fueron arrancadas por los examinados. El éxito del libro de Díaz y de los manuscritos anteriores ha de buscarse entre caballeros, hombres de armas y nobles militares, conviene señalar que las “Partidas”, del Rey Sabio, exigen a los caballeros conocimientos de patología y terapéutica de los caballos para “guarnecerlos de las enfermedades que ovissen”, exigencia que explica el número de tiradas y la repetición de ediciones durante medio siglo, hasta diecisiete ediciones, de las cuales, tres publicadas en catalán.

El original estaba escrito en catalán, referidos al manuscrito de Mosen Manuel Díaz, pero las primeras ediciones impresas se publicaron en castellano, traducido por Martínez de Ampies, según quedó anotado, y las ediciones catalanas no se hicieron del original, fueron a su vez traducidas del texto castellano. Ahora tendríamos que hacernos una pregunta, Mosen Manuel Díaz, el autor del libro de la Menescalia, ¿fue eclesiástico?, El tratamiento de Mosen en la Corona de Aragón, tiene dos acepciones, uno procedente del catalán que significa monseñor, que se aplica a los noveles de segunda clase (lo que era caballero en Castilla), y otro que se daba como título a los clérigos, el libro de Lleonar Roca sobre Manuel Dies no despeja esta duda que desvelaría su formación monástica.

Con acierto califica el licenciado Alonso Suárez, médico de la ciudad de Talavera, su obra de recopilación, la “Recopilación” de Alonso Suárez comprende dos libros, en el primer libro se incluye una mezcla confusa como es: parte de una obra de Pedro Crecentino, un trozo del tratado de Mosen Díaz, (el referente a las mulas), un tratado anónimo sobre belleza del caballo, y el tratado de Hipología de Xenofonte, en el libro segundo se inserta, íntegra, la traducción de los hipiatras griegos y termina la obra con una traducción, también íntegra, de la “Hipiatrica” de Laurencio Rusio, la obra, en total, comprende 193 hojas en folio, impresión gótica. Debemos al licenciado Suárez haber incorporado a la albeitería hispana textos de tanto mérito, y esta labor merece una breve explicación histórico-bibliográfica para comprender toda su trascendencia.

Comenzaremos por el libro segundo, por los hipiatras griegos, este libro representa una fiel traducción de la famosa colección de textos que se conocieron como ”Hipíatrica” y modernamente con el nombre de “Corpus hippiatricorum qraecorum” (Abreviatura “C.H.G.”), se admitía, hasta hace poco, que fueron mandados coleccionar por el Emperador Constantino VII, Porfirogereta (911-959), en efecto, la colección se hizo en el siglo X, salvando gran número de manuscritos de la cultura griega antigua referentes a la medicina de los caballos. La obra, como ha llegado hasta nosotros, contiene 118 capítulos con fragmentos de 25 autores, el nombre del colector es desconocido, de la primitiva recopilación se debieron sacar varias copias, actualmente se conocen cinco manuscritos griegos, el más lujoso se encuentra en la Biblioteca Nacional de Berlín, uno de tales manuscritos fue traducido al latín por Johane Ruellio, médico de Soisson, y publicado en París por Simón Colinoeum en 1.530, sin duda un ejemplar de esta traducción latina sirvió a nuestro licenciado Suárez para preparar su “Recopilación” española, la misma “Hipiatrica” latina fue traducida al francés, italiano y alemán, por último, en 1.537 se publicó, a cargo de Grynoens, en Basilea, uno de los manuscritos en su original griego.

El libro de Pedro Crecentino, (Pietro de Crescenzi), es obra de un erudito, Crescenzi era médico abogado, aficionado a la filosofía..., vivió en 1.240, por encargo de Carlos II de Anjou, Rey de Sicilia, escribió un tratado de agricultura, cuya edición príncipe, escrita en latín, se titula “Petri de Crecentiis, civis de Bononiensis. Opus ruralium commodorum”, (libre XX. Augsburg, 147, por Jonh. Schuszler), en folio, gótico, después, son muchas las impresiones en latín, italiano, francés, alemán, que se conocen, no hay ninguna edición española, el libro IX trata de las enfermedades de los animales domésticos, el autor siguió en esto las normas de los geopónticos latinos Catón, Varrón, Columela..., según los críticos, los 106 capítulos que componen el capítulo nono son copia textual de la obra de Ruffus, un famoso veterinario en la corte de Federico II, en el año 1.250. El ilustre filósofo, historiador, y militar, Jenofonte, entre sus obras, nos dejó una interesante para veterinarios, ya citada, la titulada “De la equitación”, contiene valiosas noticias de exterior, higiene, doma, etc..., de los caballos, seguramente Alonso Suárez tomó este tratado de la traducción de las obras de Jenofonte hecha por D. Diego Gracían, publicada en Salamanca en 1.552.

Por último, la traducción del libro de Laurencio Rusio es, quizá, el mayor acierto de Suárez, Rusio fue un ilustre veterinario romano que ejerció la profesión a principios del siglo XIV, al Servicio del Cardenal Napoleone Orsini (1.288-1.347), por error inexplicable se hace a Rusio español, natural de Sevilla, no hay pruebas de ninguna clase acerca de su españolidad, la obra de Rusio es fruto de lecturas y observaciones personales, por su contenido, original y práctico, ha servido de modelo y ha sido traducida y copiada por muchos autores durante muchos años, la edición príncipe se publico en latín, con el siguiente título “Liber marescalcie copositus a Laurentio dicto Rucio...”, al parecer impresa en Roma, por Eucharus Silber, probablemente la edición consultada por Suárez es la que se imprimió en París, por Wechelus, en 1.531, texto que adquirió mucha divulgación. Del libro de Díaz, útil para los caballeros, se imprimieron repetidas tiradas, la “Recopilación” de Suárez sólo consiguió una edición, consecuencia de su aparición extemporánea, tanto el libro de Díaz como la Recopilación de Suárez, ejercieron muy escasa influencia en la cultura profesional de la albeitería, en primer término, no son obras de clínicos ejercitados en la práctica, después, a las dos obras les falta el arte de herrar, que representaba una práctica de mucha aplicación entre los albéitares, y, por último, ninguno servía de textos para el examen del Protoalbeiterato, un autor contemporáneo, el ya citado La Reina, se encarga de enterrar definitivamente estas dos obras, que han quedado, para satisfacción de historiadores y tormento de bibliófilos, con el título de “muy raras”.