Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La enseñanza de la medicina.






La medicina en las escuelas catedralicias y su enseñanza estuvo a cargo del clero secular, se trataba en los fundamental, de la doctrina hipocrática con un fuerte carácter especulativo y elementos religiosos, las especulaciones en torno a la orina y pulso del paciente eran parte de esta medicina, el vaso de orina se convirtió en el signo distintivo del médico..., la orina contenida en un vaso simboliza: en su capa superior, la cabeza, en la siguiente el pecho, en la tercera, el vientre, en la cuarta, el aparato genito-urinario. Si, cuando era sacudida, la espuma bajaba a la segunda región del liquido y sólo muy lentamente volvía arriba, significaba ello que los órganos de pecho eran el asiento de la enfermedad, pero si subía con rapidez era que la enfermedad se limitaba a la cabeza. La mayor parte de la Edad Media transcurrió entre dos pestes: la de Justiniano en el siglo VI, al parecer peste bubónica, y la Peste Negra, que estalló en el siglo XIV, pero precisamente en el lapso comprendido entre estas epidemias se extendió la lepra por Europa, y, cuando había declinado ésta, apareció la sífilis.

La peste no era una enfermedad desconocida para los eruditos del siglo, pero había que remontarse nada menos que ocho centurias, durante la llamada plaga de Justiniano, para tener noticias de ella. Existe un consenso bastante generalizado a la hora de fijar el origen de la peste negra en la región de Yunnan, en el sudeste de China, desde allí, a través de las caravanas que surcaban el imperio mongol o mediante una cadena de contagios entre roedores salvajes, la peste llegó hasta Caffa, en el mar Negro. Además, cabe la posibilidad de que el bacilo penetrara en esta ciudad a través de los cadáveres que los tártaros catapultaron sobre las murallas enemigas en sus incursiones.

En algunas zonas de Europa no se han hallado indicios de peste negra, con lo que los expertos han deducido que allí la plaga tuvo un impacto reducido, quizá se debió a un escaso contacto con el exterior (pudiera ser el caso de los Pirineos occidentales) o a que se adoptaran medidas tempranas de cuarentena (tal vez sucedió así en Milán, donde de hecho está documentada la primera medida aislacionista de Europa, en un rebrote que tuvo lugar en 1.374).

Los físicos, así eran conocidos entonces los médicos, estaban a años luz de saber qué era la peste, los eruditos de las universidades seguían a pies juntillas los antiquísimos preceptos de Hipócrates y Galeno, el origen de la peste había que buscarlo en la corrupción de un elemento externo, el aire, que alteraba uno de los humores del cuerpo humano, en este caso la sangre. ¿Qué había provocado la corrupción del aire?, el rey de Francia Felipe VI planteó esta cuestión a los físicos de la Sorbona en 1.348, la respuesta fue: el ambiente se había calentado inusualmente debido a la nefasta conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte el 24 de marzo de 1.345.

El cirujano papal Guy de Chauliac tuvo una buena idea al aislar el Pontífice en una torre durante la epidemia, pero erró al pensar que el lugar mejor para depositar los cadáveres de los apestados eran las aguas del Ródano, el Papa consagró el río para que se convirtiera en una digna sepultura, pero no se previó que, al cabo de unos días, los cuerpos emergerían en las costas de Marsella y Niza provocando virulentos rebrotes de la enfermedad. Muerte y desolación mientras la peste negra asolaba un territorio, ¿Y después?, la desaparición de una de cada tres personas (en algunos lugares incluso una proporción mayor) tenía que provocar forzosamente desequilibrios, el más evidente fue el descenso de la mano de obra, una situación que los campesinos y artesanos aprovecharon para demandar mejoras ante sus señores feudales. En las Cortes de Valladolid en 1.351, se habló de los "prescios desaguisados" que requerían los jornaleros y de que los “menestrales vendían las cosas de sus officios a voluntad et por muchos mayores prescios que valían”.

En lo que hoy es Alemania, entre los ríos Weser y Elba, un 40% de los pueblos desaparecieron, la superficie cultivada decreció y se aprovechó la circunstancia para explotar más intensivamente la ganadería ( en Castilla ganó importancia la famosa raza merina), un sector de producción que, además, tenía la ventaja de no requerir tanta mano de obra como la agricultura. Los poderes públicos, en Inglaterra, Castilla o Aragón, pusieron cortapisas a la subida de los precios y salarios y fijaron medidas coercitivas que impidieran el abandono de las tierras de cultivo, la semilla del descontento quedaba sembrada, las revueltas campesinas se sucedieron por doquier.

El primer centro con personalidad propia de medicina medieval laica fue Salerno, ciudad al sur de Nápoles, famoso balneario cristiano, sus hospitales tenían gran reputación en Europa, aquí es donde se reunieron las influencias de las principales escuelas médicas de la antigüedad, unificándose las culturas griegas, latina, hebrea y árabe, fue fundada, según la leyenda, por cuatro médicos en el siglo IX probablemente, un médico hebreo, Helino, uno griego, Ponto, un árabe, Adeli y un latino, Magíster Salernus, que reunidos formaron una “Civitas Hippocrática” verdadero puente entre el mundo clásico y el medioevo.

El deseo de saber y las exigencias de los pueblos por conocer la naturaleza, la ciencia, las artes, las causas de las enfermedades y las necesidades culturales, condujeron a la Iglesia a la fundación de Universidades, y entonces el saber se traslada de los monasterios a las universidades, que llegaron a ser más de 80, pasando el saber a las ciudades de Bolognia, Padua, París, Montpellier, Oxford, dejando la iglesia, por medio de edictos y bulas, la medicina y cirugía prácticas en manos de barberos y curanderos. En Bolognia, Copérnico estudió y ejerció como médico y fue donde inició sus cálculos científicos, también estuvieron el fraile dominico Ugo de Lucca, obispo de Cervia, que también fue profesor en Salerno y abrió camino a la escuela quirúrgica, usó la esponja soporífera (con opio, moras amargas, beleño, mandrágora, hiedra y lechuga), y su hijo Teodoríco, que fue cirujano durante las cruzadas, introdujeron en Europa los “Sustitutos medievales de la anestesia” cuyo origen se atribuye a la escuela de Salerno, Teodoríco escribió un Texto de “Cyrugía”.

Guillermo Salicebo (1.219-1.277), gran cirujano, reemplazó el cuchillo por el cauterio. En Bolognia se realizó la primera autopsia. En 1.208 se fundó la universidad de Montpellier, por exalumnos de Bolognia, en donde figura Arnaldo de Villanova, autor prolífico, ya mencionado, que expuso su clasificación de enfermedades y accidentes morbosos en: a) Regionales, b) Contagiosas, tales como “Febris acuta”, “Ptisis”, “Escabies”, “Pedicon”, “Sacer ignis”, “Ántrax”, “Lippa”, “Lepra”, “Novis”, “Contagia Praestant”, es decir, fiebres pestilentes, tisis, sarna, epilepsia, cigotismo, carbunco, conjuntivitis, lepra, etc.. c) Hereditarias, d) Dependientes de la mala constitución del sueño y e) epidémicas, causadas por la corrupción del aire o influencias astrales.

. En la Escuela de París estudió Alberto Magno el mayor genio del siglo XIII, filósofo y teólogo, cultivó las ciencias naturales, astronomía, geología, botánica, zoología, matemáticas y medicina, en su tiempo le fue prohibido escribir sobre medicina y fisiología y tratamientos, pero su discípulo Tomas de Aquino sí escribió sobre fisiología.

Petrus Hispanicus, primer médico que llegó a ser Papa, como Juan XXII, escribió “Thesaurus Pauperum”, un importante formulario médico. En esta Edad Media de contrastes, Roger Bacon (1.214-1.294), fraile franciscano, maestro en Oxford y París, llamado el “Doctor Miranvlis” fue defensor del experimento, describió la brújula y la pólvora y escribió sobre la visión, anticipando los lentes para leer, fue botánico, filósofo, astrónomo, teólogo, reformó el calendario y escribió sobre el telescopio, la locomotora, las escafandras y la máquina de vapor, fue un destacado alquimista y un experimentador consumado.

La cirugía medieval se desarrolla lenta pero gradualmente, pero otra parte de la cirugía se quedó en manos de barberos, bañistas y sangradores, que ponían en práctica los conocimientos quirúrgicos teóricos de los médicos, lo que motivó infinidad de conflictos entre los cirujanos de “Ropa larga”, (académicos y clérigos) y los de “Ropa corta”, o empíricos. Por otro lado, en este tiempo las pestes y epidemias con intensa repercusión social diezmaban las poblaciones europeas, se consideraron 8 enfermedades contagiosas: Febris (peste bubónica), Ptisis (tuberculosis), Pedicum (epilepsia), Scabies (sarna), Sacerignis (erisipela), Ántrax (carbunco), Mopa (tracoma) y lepra: se identificaron formas de lepra, nodular y mutilante.

La tecnificación incipiente de la medicina medieval tuvo su explicación en la titulación oficial de médico y la reglamentación científica, se dictaron normas precisas y estrictas para alcanzar el grado de “Doctor en Medicina” que fueron aplicadas desde el siglo XII en Salerno, la ceremonia de graduación era todo un acto ritual académico, primero el candidato defiende cuatro tesis, de Aristóteles, Hipócrates, Galeno y Avicena, y a un autor “moderno”, se tenía que aprobar el Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el Cuadrivium (aritmética, geométrica, astronomía y música) además de medicina y filosofía physica, la Ética y la etiqueta médicas fueron reguladas detalladamente, por el “Juramento Hipocrático” y la “Formula Comité Archiatrorum” de Teodorico.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los monasterios.






En la Europa del siglo VIII, fraccionada en múltiples reinos bárbaros, surgió un imperio, el de los carolingios, que fue capaz de someter una enorme extensión de territorio y propició un renacimiento cultural y artístico, la familia de los carolingios, aliada con la Iglesia, pretendió reconstruir el antiguo imperio romano, aunque fue incapaz de desvincular los intereses de estado de la tradición germánica, que consideraba el reino como un patrimonio personal.

Carlomagno consiguió su gran expansión territorial gracias, en buena parte, a su formidable organización armada, en principio, renunció a la cantidad y se centró en la calidad, comprendiendo que miles de campesinos mal armados y peor adiestrados solían ser más una carga que una ayuda, en consecuencia, prefirió contar con una elite de guerreros bien equipados y entrenados, capaces de combatir disciplinadamente y de costear su propio equipo y mantenimiento a cambio de recibir las tierras conquistadas, primero en usufructo y luego a perpetuidad, ello supuso sustituir la infantería campesina, utilizada por los merovingios por una aristocracia guerrera. Como la difusión del estribo y la silla de arzón alto habían proporcionado la posibilidad de cargar a caballo contundentemente contra las líneas enemigas, la caballería se organizó en dos tipos de fuerzas, la ligera contaba con escudo, lanza, espada y arco, la pesada añadía la costosa brunea o cota de malla, yelmo, y polainas de hierro.

Se producían modestas revoluciones técnicas que iban aumentando la productividad: grandes arados de reja curva daban dentelladas más profundas en la tierra, herraduras y collera de pecho, mejor que la de cuello, facilitaban el agarre y el tiro, había molinos más eficientes y una metalurgia más precisa, y nuevos productos, sobre todo armas y cristalería, ampliaban el abanico de negocios, y el flujo de riqueza. Puede que la población de Europa Occidental se duplicará mientras tenían lugar estas transformaciones, en los principios del siglo XI y mediados del XII. Entre las consecuencias figuraba la revitalización de las viejas ciudades y la expansión del modelo urbano a nuevas tierras, a medida que se iba construyendo nuevas ciudades, el sentimiento comunitario se iba reavivando en las antiguas, las ciudades, en lugar de recurrir a algún protector poderoso, (obispo, noble o abad), se convirtieron en sus propios “señores” e incluso extendieron su jurisdicción al campo, de hecho, algunas ciudades eran repúblicas independientes.

Los bosques templados de Eurasia, al ir desapareciendo, fueron sustituidos por un cuarteto de entornos hechos por el hombre: asentamientos, cultivos, pastos y bosques explotados. El pasto era una parte importante de la ecología proforestal por los derivados y complementos dietéticos que representaba el ganado bovino y ovinos, también por la fuerza motriz que producían bueyes, caballos y mulas, además, a la larga, contribuyó a la relativa inmunidad de los pueblos eurasiáticos a las epidemias mortales, los rebaños eran reservas de infecciones a las que dueños y vecinos se aclimataron, en este sentido, las civilizaciones que se forjaron su propio espacio en los bosques americanos y en las que no sobrevivieron grandes cuadrúpedos domésticos parecen frágiles en comparación, seguramente esta sea la clave que explica los destinos opuestos del bosque en ambos hemisferios, cuando América tuvo caballos y bueyes, los bosques comenzaron a desaparecer casi tan rápido como en el Viejo Mundo, las ciudades que los reemplazaron se hicieron igual de grandes y diversas, y también arraigaron en un sistema de gestión ecológica muy variado, en otros tipos de entorno, como en las llanuras tropicales, desiertas y tierras altas, (dondequiera que pueblos del Nuevo Mundo tuvieran camélidos a su disposición o donde la falta de grandes animales domesticados tuviera menor importancia) la adaptación de la naturaleza fue tan eficiente como en cualquier lugar de Eurasia. La expansión de la vida sedentaria y urbana redujo los bosques ilimitados, que sobrecogían al romano Tácito, a una serie de florestas perfectamente empaquetados con límites precisos dentro del mapa, las atravesaron los caminos, estaban salpicadas de huertos y de lugares para el pastoreo, e iluminadas por claros en cuyos jardines se acurrucaban posadas para cazadores, al final, los bosques se convirtieron en jardines artificiales, avenidas, grutas artificiales, bulevares urbanos y parques.

En las fronteras, el afán por obtener el mayor provecho posible y compartir los riesgos de cualquier eventualidad fomentó, en ocasiones, la formación de auténticas societates ad lucrum, con repartos de beneficios entre sus miembros, que, aun cuando basadas en los hábitos anteriores, denotan un concepto productivo de la guerra, llevado hasta sus últimas consecuencias: “hízose mucho daño en ellas, y volvió la gente con buena presa de ganados”. Todo este afán por el saqueo y la captura del ganado ajeno, que rememora los comportamientos atávicos de la frontera, nos remite a uno de los pilares fundamentales, el más importante si cabe, sobre el que se sustentó la economía durante toda la Edad Media: Asociada al cultivo de los campos y a la explotación de los recursos del bosque, la cría de ganado en sus diferentes especies se configuró, ya desde el primer momento, como la ocupación y fuente de riqueza preferentes de una buena parte de la población.

Esta importancia de las actividades pecuarias en el marco de la economía medieval resulta de sobras conocida y ha sido destacada en múltiples oportunidades, sobre todo para la parte de la Castilla Hispánica, donde, en cuanto que la apropiación de nuevas y más amplias zonas de pasto constituyó, desde su origen, uno de los objetivos clave de su expansión militar a costa del Islam, y aparece estrechamente conectada a la dinámica secular del propio movimiento reconquistador.

La explotación ganadera constituye un recurso de aplicación universal en aquellos territorios el los que el bajo nivel de poblamiento es la tónica habitual, ya que, disponiendo del espacio necesario que su ejercicio consume, en comparación con la agricultura posibilita unos rendimientos mayores con menor inversión de trabajo. En otra vertiente, habida cuenta de las condiciones de vida de la frontera, sujetas como estaban a los azares de la guerra, la ganadería ofrecía la ventaja sobre la agricultura de producir bienes más fácilmente defendibles en el supuesto de algún ataque enemigo. Y aun en el caso da fructificar el saqueo, siempre quedaba la oportunidad de volver a recuperarlos batiendo al invasor en la retirada.

Algunas de las medidas que los fueros disponen acerca de la guarda de los ganados parecen responder al ambiente de frontera descrito, donde la inseguridad existente obligaba a protegerlos con tropas armadas (sculca) y a evitar los riesgos de su pastoreo por los extremos más apartados del término.

Con una composición más heterogénea que la integrada en los circuitos de la trashumancia, tanto los fueros como otros documentos conservados acreditan la preocupación existente por el cuidado y mantenimiento de unos animales que, como característica común, estaban estabulados en las casas de sus propietarios y/o eran pastoreados por los lugares acotados al efecto en los aledaños de las villas y en los términos privativos de las aldeas, animales que, en general, proporcionaban fuerza de trabajo, productos ganaderos e ingresos supletorios a las economías familiares.

Caballos, mulas “de siella” o “de albarda”, rocines, yeguas y asnos acostumbran a figurar entre los animales más protegidos por la legislación frente a los robos u otros daños de distinta índole de que pudieran ser objeto, estándoles reservadas, asimismo, las mejores zonas de pastos.

Mucho más abundante y con una difusión mayor entre las haciendas campesinas, el ganado vacuno proporcionaba, esencialmente, la fuerza de trabajo necesaria para la realización de las labores pertinentes al cultivo de los campos. La cogida en prenda de bueyes de arada fue uno de los usos que, con más frecuencia, acostumbraron a prohibirse en las hermandades establecidas, castigándose a los infractores con el duplo de los daños ocasionados y la satisfacción a los perjudicados de los gastos que de ello se derivaba. Y en esta misma vertiente, uno de los castigos más comunes con que se penalizaba a los campesinos que eran sorprendidos labrando fuera de los límites asignados a sus aldeas era matarles ipso facto las yuntas con las que trabajaban.

A tenor de las prescripciones forales que regulan los salarios de vaquerizos y becerreros, el fructus garanti que debía repartirse entre éstos y los propietarios del ganado se concretaba en terneros o becerros, mantequillas y quesos, figurando también sus pieles entre las materias primas que solían trabajar los zapateros de las villas. La frecuencia con que el ordenamiento foral menciona a los puercos entre los invasores de dehesas, plantíos y sembrados, así como la precisa reglamentación del oficio de porquerizo (custos porcorum o subulcus), permita acreditar el vigor de tales prácticas ganaderas.

Algunos fueros locales vedaban la participación en la trashumancia a los propietarios de ganado que no tuvieran el mínimo de ovejas exigido. Esto no excluye que hubiera, pues, rebaños, de no muchas cabezas, que ocasionalmente o de forma habitual pasaran el invierno en los pastizales de los dominios concejiles. Así, con los machos del ganado caballar, mular y asnal, se formaban las dulas, que, puestas al cuidado de los duleros (caballones, vezaderos), aprovechaban los pastos privilegiados que procuraban las dehesas concejiles.

Las dificultades que entrañaba para su pastoreo la conducta de estos animales en presencia de hembras en celo motivaban su estricta separación por sexos y la formación de otros rebaños análogos, las yeguadas o muladas, integrados únicamente por yeguas y asnas, conducidas por los yeguadizos y sujetas al mismo régimen que las dulas. Este mismo sistema de pastoreo comunitario se seguía, así mismo, con la cabaña vacuna y caprina. En el primer caso, con los animales empleados en la labranza y, tal vez, con las hembras de cría se formaban las vacadas o las boyadas, mientras que los becerros y los animales más jóvenes, destajados de sus madres, eran agrupados en otros rebaños diferentes, puestos todos ellos al cuidado de sus respectivos pastores ( vicarii boum, curias de los bueyes, vitularii, chotarizos).

Esta relativa consistencia que parece haber tenido el régimen estante entre las prácticas de explotación ganadera apenas admite parangón, sin embargo, con la importancia que adquirió el sistema fundamentado en las migraciones estacionales de los rebaños de unos pastos a otros. La apertura de los nuevos pastos, el progresivo incremento de la trashumancia y la expansión ganadera que de ello se derivó obligaron a una paulatina estructuración del sector que se manifestó en sus diferentes aspectos.

La necesidad de evitar los abusos y hacer efectiva la protección dispensada por las coronas daría lugar a la institucionalización de un funcionario específico, cuya misión ordinaria estribó en proteger a los pastores y ganados, conocido como guardián de las cabañas. El salario que percibían se concretaba en quasdam borregas de cada rebaño comprendido en su jurisdicción.

A una preocupación semejante a la que presidió la institucionalización del guardián de las cabañas respondió la creación de un nuevo cargo, en esta ocasión concejil, que, si bien tenía unos cometidos más amplios de los que ahora interesan, su vinculación a la explotación ganadera era particularmente estrecha. Se trata del oficio conocido con los nombres de caballero de la sierra, montero o montaraz. Directamente ligada a la práctica de la trashumancia, la primera de las instituciones pastoriles de las que tenemos constancia es el ligallo, asamblea periódica de pastores de ovino cuya finalidad estribaba en concentrar las reses mostrencas para devolverlas a sus propietarios.

Habida cuenta de la estrecha relación existente entre estas concentraciones pastoriles y las actividades que giraban en torno de la esculca, la interrupción de sus celebraciones pudo ser originada por la desaparición de estas comitivas armadas tras los alejamientos definitivos de las fronteras. La función del ligallo quedó reducida a distribuir las ovejas mostrencas previamente aportadas por sus posesores entre aquellos ganaderos o pastores que acreditaran su propiedad, su convocatoria corría a cargo de los oficiales de la cerraja, quienes designaban también el lugar donde debía reunirse. La asistencia al ligallo obligaba a todos los pastores que tuvieran en sus cabañas reses descarriadas, las cuales debían entregar a los funcionarios de la cerraja, so pena, en caso de incomparecencia de cinco carneros de multa y del doble de los mostrencos que se les encontraran. En el supuesto de que restaran ovejas sin adjudicar por no haber aparecido sus dueños, éstas eran encomendadas a dos homes buenos de los pastores que se hacían cargo de ellas por espacio de cuatro ligallos.

Otra institución pastoril, ya mencionada, fue la cerraja, vocablo éste con el que, como sucedía con frecuencia, se denominaba tanto a las asambleas plenarias de los pastores como a la corporación que los agrupaba. Se trataba de una corporación profesional, a modo de cofradía, de la que estaban excluidos los propietarios que no tenían en el pastoreo su actividad ordinaria. Ahora bien, si la institucionalización del ligallo, en principio, aparece directamente relacionada con los problemas planteados por la reintegración a sus dueños de las reses descarriadas, aunque pudiera haber desempeñado también otras funciones, los orígenes de la cerraja resultan mucho más confusos y problemáticos, entroncan directamente con la organización de las primitivas comitivas armadas.

En lo que se refiere a sus funciones y competencias, el parentesco entre los alcaldes esculqueros y los posteriores alcaldes cerrajeros es indudable. La organización autónoma de la esculca la integraban únicamente caballeros, a ello se sumaba su carácter temporal, en cambio, en el caso de la cerraja, no sólo se trataba de una corporación permanente, cuyos cargos se renovaban en fechas estipuladas, sino que, por otra parte, el espectro social de sus filas era mucho más amplio.

En su origen, la cerraja era la asamblea plenaria de los pastores, congregada al objeto de elegir sus funcionarios y ordenar todos aquellos negocios que interesasen al oficio. Según cabe deducir de las ordenanzas, la concurrencia a las asambleas obligaba a todos los pastores que tuvieran a su cargo un mínimo de cien ovejas, de donde parece desprenderse que se trataba de la condición necesaria para ser considerado como profesional de la actividad pastoril.

Una vez reunida, el primer acto que se celebraba consistía en elegir por sorteo de entre los asistentes dos cerrajeros, cuya misión consistía en organizar las comidas de los participantes durante los dos días que, al parecer, duraban las congregaciones. Para ello, cada uno de los asociados, tanto los presentes como los ausentes, estaba obligado a entregarles una borrega en el plazo máximo de nueve días desde el inicio de la asamblea, bajo pena, en caso de incumplimiento, del pago de un carnero de multa además de la citada borrega.

Pero el acto más importante de cuantos se desarrollaban era la elección de los funcionarios que habrían de regir la vida pastoril durante el año en que transcurría su mandato. Estos eran cuatro alcaldes, un escribano y cuatro consejeros, a cuyo cargo corría, entre otras cosas, la organización de los ligallos, la encomienda del ganado mostrenco para su cuidado y la adopción de las medidas pertinentes en orden a la defensa y protección de los rebaños. En este sentido, estaban facultados para establecer en caso de guerra los límites de seguridad del espacio ganadero, prohibiendo a los pastores el adentrarse por zonas peligrosas, fuera de los lindes que considerasen oportunos. Así mismo, podían enviar barruntes al objeto de inspeccionar la situación en áreas de pasto y decidir, a su vez, a resultas de sus pesquisas, cuándo habrían de llevar los pastores las armas que estimasen necesarias. Atribuciones todas ellas, como puede observarse, que parecen rememorar las funciones que quizá desempeñaran los oficiales de la esculca.

Además de estas responsabilidades comunes, que posiblemente ejercieran colectivamente, estos oficiales tenían encomendadas otras tareas más específicas, cuyo cumplimiento corría a cargo de cada uno de ellos. Una de las misiones propias de los alcaldes consistía en impartir justicia en todos los pleitos que se suscitaran entre pastores por los “fechos de las cabannas” y, en particular, en los que se originaban en el ligallo con ocasión de la reintegración a sus dueños de las reses descarriadas. El desacato a su autoridad y las ofensas a la parte contraria en su presencia eran castigadas severamente con las acostumbradas multas en carneros, que, en estos supuestos, se cifraban en cinco y dos cabezas respectivamente.

El escribano tenía como obligaciones inherentes al cargo el elaborar los documentos que emanaban de la cerraja, es probable que corriera también de su cuenta, bajo el dictado de las jerarquías cerrajeras, la administración de la almosna pastoril. Su nombramiento se efectuaba para un periodo de cinco años, estando obligado a servir el oficio so pena de diez carneros de multa “por cadanno que faldrá”, igualmente, en el momento de acceder al puesto, se le requería la prestación de juramento ante los alcaldes y la entrega de fianzas (casa con pennos), en garantía de su gestión. Como parece ser la pauta habitual en el sector, la remuneración de estos funcionarios se libraba en ganado, en el caso particular del escribano, se cifraba en una cordera por cabaña, que le era entregada cuando había transcurrido la mitad de su periodo de servicio. Los alcaldes y cerrajeros se lucraban de una tercera parte de las caloñas que se recaudaban por las sanciones incurridas por los pastores, que, obviamente, se abonaban todas ellas en la misma especie.

Otro instrumento esencial que, junto a todos estos oficiales, contribuyó a imprimir a la corporación pastoril un carácter más permanente fue la almosna, órgano financiero de la entidad, aplicado a subvenir los gastos que comportaba su mantenimiento y las obras de beneficencia que practicaba. Los recursos ordinarios de la misma provenían, fundamentalmente, de las ventas del ganado mostrenco, de las aportaciones pecuniarias de sus miembros y de las multas que se cobraban por infringir las normas reglamentarias de la institución o por otras causas diversas contempladas en las ordenanzas. Según se disponía en éstas, todas aquellas reses descarriadas que, después de cuatro ligallos seguidos, aún no se hubiesen podido reintegrar a sus dueños, debían ser vendidas por los alcaldes y consejeros en provecho de la cerraja, destinando dos tercios de los beneficios obtenidos a la redención de cautivos y al casamiento de huérfanas y el tercio restante, “para las misiones de los dichos pastores”. Con unos fines análogos eran ingresadas en sus arcas las dos terceras partes del producto de las caloñas, cuyo importe podía oscilar desde un simple carnero, la más leve, hasta cinco cabezas y el duplo de las mostrencas que se le hallaran con la que eran sancionados quienes pretendían escamotear ganado ajeno mezclado en sus rebaños. Así mismo, todos los asistentes a las asambleas anuales de septiembre estaban obligados a contribuir con un dinero que se recaudaba con esa ocasión, salvo en el caso de los dos cerrajeros, que tenían que pagar cinco sueldos cada unos de ellos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El Islam






Siria, junto a gran parte del resto del Imperio Bizantino, había sufrido una serie de calamidades desde mediados del siglo VI: terremotos, plagas, declive económico, invasiones persas sasánidas, y una generación de ocupación sasánida, lo peor de todo fueron los terremotos y las plagas, una serie de epidemias, que comenzaron en el 540, redujo la población un tercio en las ciudades infestadas de ratas portadoras de la plaga, los nómadas, que vivían en tiendas, en cambio, escaparon casi sin daños, de hecho, existía una gran población árabe dentro de la Siria Bizantina, siendo muchos de religión cristiana y judía, y otros paganos.

Los pueblos de lengua árabe de la península arábiga y de las zonas vecinas seguían diferentes religiones y diferentes estilos de vida, algunos vivían en ciudades como mercaderes o marineros, pero la mayoría eran granjeros campesinos “fallahin” en los oasis de Arabia, los fértiles montes del Yemen o los pueblos de la Siria Bizantina y del Iraq sasánida, incluso entre los nómadas existían importantes diferencias entre el autentico “badw” (beduino), que criaba dromedarios del desierto profundo, y los seminómadas “ra´w” de los límites de la zona cultivada, dentro del desierto, las tribus normalmente viajaban cruzando el territorio de unos y otros bajo acuerdos pacíficos, raramente luchaban entre sí. Un avance tecnológico tuvo un inmenso impacto en el equilibrio de poder de las estepas y de los desiertos, se trató de la silla para dromedario con armazón de lana del norte de Arabia, que se aseguraba encima de la joroba del animal, ya que la antigua silla llamada del Sur de Arabia carecía de armazón y se situaba detrás de la joroba, aunque era apropiada para fines pacíficos, el tipo antiguo tenía poca utilidad en combate, una vez que las tribus sobre dromedario más ricas adoptaron la nueva silla, resultó más difícil que los imperios vecinos controlaran las tribus.

Dentro de Arabia se habían producido, desde luego, muchos otros cambios, los pueblos árabes del norte habían aprendido mucho, tanto de bizantinos como de sasánidas, con esta fluida situación política y religiosa llegó el profeta Muhammad. Muhammad consideraba al principio aliados a los cristianos, sólo después de que sus seguidores combatieron contra tribus árabes bizantinas en Mu´ta (629), las dos religiones se convirtieron en rivales, en el 634, los musulmanes derrotaron a una fuerza bizantina, el terremoto del año siguiente y la aparición de un cometa con forma de espada, que provenía aparentemente del sur, se interpretarían más tarde como signos de la próxima conquista musulmana, que los llevó a Persia, Próximo Oriente, Egipto, norte de África, y Europa.

Entre los años 711 y 725 los musulmanes ocuparon toda la península ibérica, y se extendieron por el sur de la Galia, no pudieron consolidar su expansión en la Galia, fueron derrotados por los Francos en la batalla de Poitiers, en el 732, y seguidamente perdieron sus asentamientos en Septimania, tampoco pudieron eliminar los núcleos cristianos del sur de los Pirineos, dominados por astures, navarros y, más tarde, por los carolingios. Durante la sequía de los años 751-756 los musulmanes abandonaron los territorios al norte de los ríos Duero y Ebro, los cristianos, por su parte, ocuparon muchas tierras deshabitadas, aunque no todas, quedando entre los dos bandos una extensa tierra de nadie.

La mayoría de la población estaba compuesta por labradores, ya que la tierra constituía la materia prima por excelencia de la vida. En la Sicilia musulmana, la agricultura era por lo común próspera y variada: a las legumbres y frutas europeas, a sus cítricos y olivos, cabe añadirles el azafrán, la caña de azúcar y el algodón, así como los tradicionales cereales y ganadería, otro tanto ocurre en Al-Andalus. El régimen de distribución de las aguas estaba tan bien organizado que se perpetuará hasta nuestros días en parte de la península, encontrándose constancia en el Tribunal de las Aguas de Valencia. Se conservan unas interesantes anotaciones a un “Tratado de agricultura” redactado en el siglo XI, por un musulmán de Toledo, Ibn Wafid al-Lajmi, y el “calendario de Córdoba” describe las tareas agrícolas que hay que realizar cada mes y los progresos de cada producto.

Sabemos, gracias al Calendario de Córdoba, que las vacas paren en enero, las ovejas en octubre y que “abunda la leche”, así como los huevos, hay gran número de burros y mulos, que se utilizan sobre todo para faenas de transporte, pero la ganadería por excelencia es la caballar: los árabes idolatran al “noble corcel”, indispensable en las razias y en cualquier maniobra guerrera. Una cita del obispo Recemundo, sobre al-Andalus del siglo X, permite reconstruir las etapas de la cría: durante el invierno, los caballos pacen tranquilamente, pero a mediados de marzo todo se anima en los acaballaderos del Guadalquivir, pues es el momento en que las yeguas, empiezan a parir después de once meses de gestación y, a mediados de abril, cuando finaliza el periodo de partos se suelta a los sementales para que cubran a las yeguas reproductoras y, a partir de junio, se les separa. En todas partes se concede una atención especial a la crianza de los caballos: en Provenza, los árabes del macizo de Maunes importaron muchos ejemplares de excelente raza, que se ha perpetuado hasta nuestros días en la Camargue. Un componente más de la economía es la apicultura, que se practica tanto en España como en Sicilia, Lanquedoc y Provenza: se sabe como cuidar las colmenas y se tiene aprecio a las abejas, el calendario de Córdoba hace una mención rápida al tema: “estos útiles insectos se reproducen en febrero”.

En todas las fincas importantes hay palomares, los alcázares y fortines disponen también de uno, el sistema primario de telegrafía óptica que pone en contacto a las diferentes torres de vigilancia estratégicamente situadas en torno al territorio de la “dar al-Islán”, y en particular a lo largo del litoral y de las zonas fronterizas, se complementa eficazmente por medio de palomas mensajeras, que se emplean con mucha frecuencia, además los excrementos de paloma constituyen un abono muy apreciado. En cuanto a los halcones, son auténticos accesorios vivientes de la caza y en ciertas ocasiones resultan indispensables para sustituir a los perros, el halconero es un personaje característico de esta época, todos los miembros de las altas esferas musulmanas se procuran halcones adiestrados que sepan caer en picado sobre la presa, los calendarios agrícolas los tratan con un respecto evidente: “en enero los halcones de la especie valenciana se quedan en sus nidos y empiezan a cubrir... En marzo las hembras ponen huevos, que empollan durante treinta días”.

El Calendario de Córdoba recomienda que se coman los corderos de dos años y los pichones en diciembre, y que no se coma carne de buey o de cabra durante ese mes, el pescado sustituye a menudo a la carne o la acompaña, se consume en salazón con mayor frecuencia que la carne: Las conservas de anchoas tanto como las de “ciervo en salmuera” gozan de gran reputación.

El momento de mayor refinamiento de la Europa sometida al Islam coincidió con la mitad del siglo IX, cuando el iraquí Ziryab, un gran músico y cantante, que se había convertido en el ídolo de masas de al-Andalus, se convirtió en el árbitro de la elegancia e introdujo el arte culinario de Bagdad, fue la época en que los manteles de fino cuero destronaron en las mesas elegantes a los de lino, que se habían empleado anteriormente, y las copas de cristal reemplazaron a los vasos de plata y oro, aunque se siguió prescindiendo de tenedores y cuchillos.

Sea como fuere, del siglo XIII al XV, una ciencia contará con ilustres aportaciones de la zona europea de “dar al-Islam”: la medicina, en el año 958, una célebre regenta de Navarra, la reina Toda, acude a Córdoba con su nieto, el rey Sancho I de León, que ha perdido temporalmente el trono, para consultar a un gran médico judío, Jasday Ibn Isaac Ibn Shaprut (905-975), el niño padece obesidad y Jasday lo sana, los musulmanes confían especialmente en estos médicos judíos.

La época de la medicina hebrea, también llamada Talmúdica, comprende desde el siglo II, a.C., hasta el VI d.C., la alimentación y la higiene tienen especial importancia en la Biblia, el Talmud contiene aclaraciones y ampliaciones, con influencias de la medicina Griega, Babilónica y Persa, entra también en temas como el mal de ojo, los amuletos o los ángeles, muchos maestros del Talmud eran médicos, como Semuel Aba Makohen (167-275 d.C.). Los esenios, grupo étnico-místico, se preocupaban tanto de los temas religiosos como de los temas médicos y de las curaciones, según Josefo, se llamaban esenios porque provenía de la palabra Asia, que venia a ser lo mismo que médico (auxiliador) o terapéutica, Josefo elogia su humanidad y su ética, estaban convencidos de que la fe podía curar incluso a los incurables.

Los maestros del Talmud sabían que el miedo produce palpitaciones cardiacas y alteraciones del pulso, y que el contagio de las enfermedades ocurría a través de alimentos en mal estado, dulces, secreciones, bebidas, vertidos, agua sucia, o aire, conocían la desinfección de instrumentos por fumigación, lavado e ignición. Es asombroso que la medicina talmúdica no ejerciera más influencia sobre la medicina de la Edad Media, en este tiempo, Galeno era el centro de toda medicina, a partir del siglo VI, con la salida de los judíos de su tierra, sólo hay médicos judíos aislados durante todo el periodo medieval, Maimónides fue el más conocido de ellos.

Los árabes conocieron a Hipócrates y Galeno en unas traducciones del siríaco realizadas por el presbítero Sergio de Reshaina, y por el cristiano Mesué el viejo, director del hospital de Bagdag. La botánica árabe fue superior tanto en calidad como en cantidad, el médico judío español, ya mencionado, Jasday, tradujo al árabe todos los nombres de plantas y drogas existentes, la obra de Ibn al Baitar es una colección que describe con fidelidad la botánica antigua, (al Baitar significa Veterinario, como luego veremos).

Con el tiempo se hicieron resúmenes y comentarios de los diferentes libros que la tradición latina a conocido como “Summaria Alesandrinorum” y, hacia el siglo XII, se compuso un resumen general de la doctrina de los 16 libros, que se conoció como “Isagoge Ioannitti” (introducción general a la Medicina), en la que se establece toda la medicina Bizantina, Arabe, Judía y Latina Medieval, y que se convirtió en el libro más importante de la medicina medieval, su texto se inicia así: “La medicina se divide en dos partes: Teórica y Práctica, la primera consta de tres grandes capítulos:

El estudio de los casos naturales o sanos.

El estudio de los casos contranaturales o enfermo, y

El estudio de los casos neutros o no naturales que acrecientan la salud o provocan enfermedad. El primer capítulo es una fisiología, el 2º una Patología y el 3ª una Terapéutica, resumiéndose en el siguiente cuadro:

Salud Neutralidad Enfermedad

Elemento medio ambiente causas

Complexiones Comida y bebida síntomas

Teórica Humores movimiento y reposo Enf.humorales

Miembros sueño y vigilia (similares)

Virtudes excreciones y secreciones Oficiales

Espíritus Afectos de animales Comunes

Higiene Farmacología Cirugía

De los sanos Interior Carne

Práctica De los enfermos Exterior Cortar

Convalecientes Cataplasma Cauterizar

Niños, ancianos Emplastos Huesos

Otros Consolidar

Ligar

Reducir

Uno de los médicos más ilustres del periodo clásico de la medicina árabe fue: Abu Barck Muhamurad Ibn Zacariyya al Rhazi, llamado Rhazes (865-925) conocido como “El Experimentador”, escribió 20 tomos del Al-Hani o Liber Continens, enciclopedia médica que incluye una antología de la literatura médica griega, siria, persa e hindú.

El más famoso y máxima figura árabe y mundial fue Abu Alí al Hasagn Ibn Sina, (980-1.037), considerado padre de la medicina y conocido como Avicena, a los 10 años de edad sabía de menoría el Corán, a los 16 conocía las teorías médicas y a los 18 ya era médico del emir, además de gramático, poeta, geómetra, astrónomo, anatomista, fisiólogo, médico y cirujano, a los 21 años escribió una enciclopedia científica, llegó a ser Visir y escribió su famoso “Canon Medicinae”, el libro y enciclopedia de medicina más famoso en la historia, en cinco tomos, que comprendía: fisiología, higiene, materia médica y terapéutica, relatando los niveles del espíritu y del pensamiento, estos libros fueron el principal tratado de medicina en las Universidades europeas y usados más allá del 1.650, hasta Vesalio.

La medicina árabe se puede dividir en tres periodos:

1.- El comprendido antes de los años 900, es el periodo de preparación, donde se amalgama con la medicina grecorromana y la hebrea y cristiana, se enriquece con los aportes de los sabios bizantinos, que llevan al árabe toda la ciencia conocida y se crean las grandes escuelas de traductores.

2.- Periodo entre el 900 y 1.100, en el que destacan sus propios médicos independientes con nuevos aportes e investigaciones, época de figuras como Rhazes, Abuscasis y Avicena, el interprete de Aristóteles.

3.- Durante los siglos XII y XVII, son años de influencia en la medicina europea, destacando Avenzoar, Averroes, Maimonides y Ali ibn El Abbas, con su notable libro de anatomía, toda la literatura médica árabe fue traducida al latín o a lenguas occidentales para ser usada por las universidades.

Los tratados más importantes del bajo medioevo fueron el “Libri Dietaum” del judío Isaac Iudeus, (siglo IX), el Canon de Avicena (siglo XI), y el Kitab al Mansuri (siglo XII), todo ellos basados en las teorías del Corpus Hipocraticum, siglos posteriores fueron importantes el Régimen de Sanidad de Arnaldo de Villanova o el Kitab al Kulliyat al Tibb, de Averroes, los cuales son un compendio de las enseñanzas aristotélicas y galénicas. Todos estos tratados son hijos de la filosofía hipocrática y por tanto partían de las mismas tesis doctrinales:

1º- Principio del elemento, así la naturaleza de los seres vivos está compuesta de una combinación de elementos simples: aire, agua, tierra y fuego, dictada por Empedocles en el siglo V a.C.

2º- La segunda tesis es que los elementos conllevan al principio de cualidad, es decir, húmedo, seco, frío y cálido.

3º- La tercera tesis parte del principio de los humores, descrito por Polibio hacia el V a.C., del equilibrio de los humores (flema, sangre, bilis amarilla y bilis negra) el ser entra en la eucrasia (salud) o en la discrasia (enfermedad).

4º- La cuarta tesis gira sobre el principio de la complexión o temperamentos, como sanguíneo, colérico, flemático y melancólico.

5º- La quinta tesis esta basada en el principio de las fuerzas orgánicas o virtuales, el alma tiene tres niveles: racional, irascible y concupiscible, con asentamientos diferentes según Galeno.

6º- La sexta tesis era el principio de la pneuma descrito por Diógenes de Apolonia, la pneuma es el espíritu de la vida que se localiza en todo el ser.

7º- La séptima tesis es el principio de la digestión, entendiéndola como metabolismo que cría naturaleza, pero del que hay que eliminar los desechos que produce, por ello eran bien vistas, y se hacían con frecuencia, las purgas, lavativas, enemas y otros procedimientos para limpiar el cuerpo interna y externamente de los humores y excedentes digestivos.

8º- La octava y última tesis está presentada por el principio de los contrarios, así por ejemplo, si un cuerpo enferma por el calor, su tratamiento ha de ser frío, debido a este principio los alimentos y medicamentos llegaron a tener un carácter simbólico, así los había calientes o fríos, secos o húmedos.

La medicina veterinaria árabe fue heredera de los conocimientos procedentes de los escritos hipiátricos greco-bizantinos y de las antiguas tradiciones Hindúes, Persas y Sirias, esta medicina veterinaria árabe tuvo uno de sus primeros cultivadores en Mohammad Ibn Igub (695), que fue hijo de veterinario y escudero del Califa Al-Motadhed, escribió un Ars Veterinaria del que ha quedado su traducción latina, que contiene nociones de hipiatria y herrado. El Kitab Al-Hagawan, escrito por Al Jahiz, es el primer texto árabe de zoología que se conoce (siglo IX), Al Damin escribió una recopilación denominada “Vida de los animales”. Sabemos que Hunayn ibn Ishac, autor de numerosas obras médicas, tradujo, en el siglo VII, las obras de los hipiatras griegos también, en el siglo X, Kabus el-Moali escribió un resumen de los conocimientos veterinarios de su tiempo, que fue traducido al turco y de allí al alemán, Ahmed ibn Hasan ibn al-Ahuaf (1.209) escribió un “Kitab al Baytarah” o “libro de la Medicina Veterinaria”.

En el siglo XII, el sevillano Abu Zacarías ibn el-Awwam compuso un "Kitab al-Felahah”, tratado de agricultura del que dedica una buena parte a la veterinaria, como la mayoría los tratados de agricultura árabes, este tratado fue traducido al español y al francés, y contiene cuatro capítulos dedicados a las enfermedades de diversos animales. Abu Bakr ibn el-Bedr al-Baytar (1.309-1.340), dio el nombre de Al Nasiri a su obra “Kamil as sinacatayn”, realizada en honor del Sultán de Egipto Mohammad al-Nasiri Ibn Kalaoun, esta obra fue traducida al latín por Moisés de Palermo, “Detectio principiorum cognoscendis morbis eguorum”, en ella se reconoce discípulo de los conocimientos aristotélicos, herméticos, galénicos e hipocráticos, y de Vegecio, también escribió el “Kitab al-Acoval”, en 1.327, que es una recopilación sobre patología e higiene de diversos animales domésticos, y más particularmente del dromedario y el elefante. No acaba aquí la lista de veterinarios árabes, debemos recordar los nombres de Abu el-Hafen (836-904) que escribió un Tractatus de arte veterinaria, a Abu Hanifa Ahmed ben Danud el-Dinemeri (902), a Garib ben Said, a Mohammad Ben Iacub el-Cheili, entre otros, sin olvidar a Ibn Masawayh Mesué “el viejo”, que tradujo al árabe la obra del célebre veterinario hindú Charaka (Shanak).

Entre 906 y 1.013 floreció, en Madinat al-Zahra, el genio de Abu L´oasim Jalalf al Zahrawi, nuestro Abulcasis, cuyos numerosos trabajos situaron a la península Ibérica al frente de las técnicas quirúrgicas, de materias veterinarias y de cirugía experimental, durante 100 años. La proliferación de tratados de agricultura y ganadería (Kitab al Felahah) escritos por veterinarios andalusíes fue muy importante, destacando entre sus cultivadores Ibn Waffid, Ibn Tiguari, Ibn Bassad, Ibn al-Beytar (el hijo del Al-Beytar), y otros más, de entre ellos cabe destacar a Aben abi-Hazan, y a Alí ben Abderrhman ben Hodid, también llamado Ibn Hudayl, que escribió su “gala de caballeros, blasón de paladines”, en el cual declara haberse basado en diversos libros de Albeitería y en el “libro de la Naturaleza” de Aristóteles, “gala de Caballeros...”, es un libro de carácter cortesano, no escrito al estilo de los clásicos libros de Albeitería, contiene 20 capítulos que tratan de la creación del caballo y el manejo de las armas que se utilizan a caballo, hasta un florilegio de versos sobre la afición de los árabes por este animal, pasando por sus cualidades y enfermedades (deformidades) sin indicar tratamientos.

Ibn Hudayl también escribió su Kitab al-fawa id al-musattara ficilm al-baytara, o “Provechos trazados de Albeitería “, dedicado como el anterior al Sultán Muhammad V, el texto de Ibn Hudayl se corresponde al concepto de “furusyya” (equitación), como conjunto de conocimientos ecuestres teóricos y prácticos que comprenden las nociones de hipología (jalg al jayl) e hipiatria y Albeitería (baytara= veterinaria). Un códice, del siglo XV titulado el Caballo y sus dolencias, es atribuido al “moro Abdala”, tal vez pudiera tratarse de Abd Allah ben Yuzar, por otra parte en el “libro de los caballos” se lee: “en el nombre de Dios ordenó este libro Maestre Audulla de las enfermedades de las bestias”, este texto parece ser traducción de la “Práctica Equorum” de Teodorico Borgognoni de Lucca (siglo XIII) quien declara basarse en las obras del “alcus menescalx d’Espanha”, lo que evidentemente señala la dirección de los albéitares andalusíes.

Sobre la palabra albéitar, se lee en los diccionarios: “albéitar, oficial que cura las caballerías y sus enfermedades, y comúnmente los hierra también, (Fr. Marechal, Lat. Faber ferrarius, veterinarius, It. Mariscalco), los instrumentos comunes que usa son tenazas, martillo, pujavante, clavos, herraduras. Fuera de esto hay otras voces propias de los albéitares, v.g.; alifafes, almohadilla”. Albéitar representa literalmente el árabe al-beitar, por al-peitar, del griego hippiatros, compuesto de hippos, caballo, e iatros, medico: “medico de los caballos”, el portugués alvéitar es una ortografía abusiva, es, pues, otro vocablo griego que vino al romance por medio arábico. Así pues, las voces albéitar y Albeitería, que en romance hispano designaron al veterinario y su profesión, la veterinaria, son arabismos y penetraron en las lenguas hispanas casi sin modificación, pues veterinario se decía y se dice en árabe al-baytar, utilizándose baytari en expresiones como al-tibb al baytari “la medicina veterinaria”, al-baytara es la veterinaria como ciencia y profesión, estos términos implican también otro sentido: baytar/herrero que pone herraduras a los caballos, y baytara/oficio de herrador de caballos.

Que la palabra baytar no tenga relación alguna con los distintos nombres que reciben en árabe el caballo y otros solípedos: caballo/hisanum, farasum, asno o pollino/hiwarum, yahsw burro/himawn, burra/himasatun, mula/baglatun, mulo/baglun, yegua/farasun, se corresponde con que su origen remoto es griego, pues baytar es el resultado de la palabra griega hippiatros, que pasa al árabe a través del siríaco pyatra, que es el médico de caballos, en la práctica la labor del baytar se extiende a todos los animales, aunque especialmente al caballo, el significado de la palabra, al pasar del árabe al español, era veterinario. La ciencia veterinaria árabe floreció magníficamente en la España musulmana, manifestándose en las obras de sus albéitares y tratadistas que crearon sus libros al estilo de los geopónicos greco-latinos, copiándolos en muchos casos y desarrollando mucho más que éstos los capítulos dedicado al cuidado de los animales y al arte de herrar, lo que sí parece cierto es que la primera inseminación artificial de una yegua fue realizada por los árabes hacia 1.322.